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En el umbral del siglo XXI

El siglo XXI, por su cercanía, ya ha dejado de ser algo que interesa únicamente a los futurólogos, porque es obligación de los políticos analizar minuciosamente los procesos globales más probables y relativamente próximos.Hacen análisis de ese género instituciones internacionales como el Club de Roma, dedicado a los problemas de la ecología, la economía y las relaciones Norte-Sur, y el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington, que se especializa en el estudio de la situación política y militar. Hacen también análisis similares los politólogos de muchos países. Uno de ellos es el británico Paul Kennedy, que hace cuatro años publicó un libro que fue una conmoción para Occidente, porque anunció el derrumbamiento de las grandes potencias y, sobre todo, de Estados Unidos.

La realidad obligó a Kennedy a cambiar radicalmente de opinión, y en su nuevo libro, Preparing for the twenty first century (Preparándonos para el siglo XXI, ed. Harper Collins, Londres), Kennedy ya no cuestiona la potencia y el liderazgo de Estados Unidos en un futuro previsible. Tampoco predice una guerra entre el Sur, hundido en la miseria, y el Norte, que nada en la abundancia, aunque esa cuestión sigue siendo una de las principales en todos los estudios y análisis sobre el futuro. Kennedy asegura que Estados Unidos hará cuanto esté a su alcance para convertirse en el gendarme mundial y para mantener su supremacía, escudándose en la defensa de los valores de la civilización occidental.

Hay que admitir que somos testigos de algunos acontecimientos que parecen confirmar la nueva tesis de Kennedy. Washington mantiene y perfecciona su potencial nuclear, trata de imponer el orden en varias regiones del mundo, azotadas por conflictos armados, y sigue siendo la potencia dominante entre sus aliados y amigos. En Europa se esfuerza por incrementar el papel de la Alemania unificada, eso sí, manteniéndola siempre bajo su control. Observamos, asimismo, que Estados Unidos no se retira de Corea ni de otras regiones de importancia para los intereses norteamericanos.

Singular es, asimismo, la actitud de Estados Unidos hacia Rusia y sus gobernantes. Kennedy afirma que Washington está dispuesto a hacer mucho para fortalecer la posición de Borís Yeltsin y de las fuerzas democráticas, pero no para que puedan reconstruir la potencia de su país. Lo que busca Washington con su generosidad crediticia (siempre insuficiente) y el apoyo político es una actitud benévola de Rusia hacia la es trategia global norteamericana. Kennedy opina que Estados Unidos desea que Rusia se ocupe de establecer la paz en el Cáucaso y en el Asia Central, de contrarrestar la influencia de los integristas musulmanes y, sobre todo, de asegurar la calma en el Extremo Oriente y, en particular, en China. El papel concedido por Washington a Moscú está enfilado también e n cierta medida contra Japón, y lo demuestra el hecho de que Estados Unidos jamás apoyó las aspiraciones de Tokio a recuperar las islas Kuriles. Sorprende, sin embargo, que Kennedy no ve en China a una gran potencia del futuro. Afirma que, como en el pasado, China tampoco manifestará apetitos imperiales en un futuro previsible.

La idea de Kennedy se puede resumir de la siguiente manera: Rusia, a cambio de la ayuda norteamericana, se convertirá en un socio muy útil de Estados Unidos en el ejercicio del papel de gendarme mundial, en la realización práctica de la pax americana.

Parecen confirmar esa, idea los acontecimientos que presenciamos: Moscú no se opone a los ataques norteamericanos contra Irak, no apoya a su antiguo aliado, Serbia, en el conflicto de Yugoslavia y se desentiende totalmente de lo que sucede en las regiones que hasta hace muy poco eran consideradas como zonas de interés rusas. A cambio de todo eso Moscú tiene garantizada la indiferencia de Washington frente a todo cuanto hace Rusia con los nuevos Estados surgidos de la antigua URSS.

A mi modo de ver, Kennedy, como hizo hace cuatro años, también ahora presenta un esquema de la situación mundial demasiado simple. Deja de lado, por ejemplo, la creciente división de opiniones que hay en la propia cúpula norteamericana, aunque sea- cierto que los partidarios de la dominación mundial de Estados Unidos sigan teniendo mucha influencia. Sin embargo, hay que advertir que, incluso entre los colaboradores más cercano! del presidente Clinton, hay muchas personas que se oponen a la solución de los conflictos por la vía militar. Para esos políticos, el problema principal es la superación de la crisis económica que azota a Estados Unidos. Lo confirma el desarrollo del último encuentro de los países más ricos (el G-7) en Tokio. Hay algunos políticos norteamericanos que piensan incluso que para Estados Unidos lo mejor sería volver a la política del aislamiento.

Personalmente considero imposible que Washington opte por una nueva política de aislamiento, pero tampoco creo que triunfe en ese país la política del expansionismo militar. La historia ha demostrado que el expansionismo realizado con métodos militares o políticos es una concepción que tarde o temprano fracasa.

Cuando afirmo que en Washington triunfará el realismo, pienso también en la actitud de Estados Unidos hacia Rusia. No puedo creer que haya en Washington políticos serios convencidos de que, a cambio de la ayuda económica, por grande que sea, Rusia se convertirá en un simple instrumento de la política norteamericana. Rusia, y no hay que olvidarlo, sigue siendo una gran potencia, dotada de todos los medios necesarios para defender por sí sola sus intereses. El futuro de Rusia depende, ante todo, de la solución interna que se dé a los problemas del país, del triunfo definitivo de la democracia o de la toma del poder por fuerzas extremistas, nacionalistas o imperialistas. En ese segundo caso, las transformaciones democráticas se verían temporalmente paralizadas.

Yo estoy convencido de que las experiencias históricas harán que el pueblo ruso luche decididamente por la democracia y consiga que en el siglo XXI su Estado ya no se comportará con sus ciudadanos como un gendarme, no se convertirá en instrumento de nadie y dejará, de ser una amenaza para el mundo. En caso contrario, nos enfrentaremos a una repetición de la historia, que podrá tener consecuencias incalculables.

Tengo fe en que el mundo, consciente de su historia y experiencias, entrará en el siglo XXI con una capacidad mucho mayor para resolver los conflictos por la vía pacífica y para hacer uso de la fuerza únicamente cuando así lo decidan las Naciones Unidas.

fue presidente de Polonia.

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