La casa de los hombres sin ciudad
Uno de los 60 paseos turísticos del Ayuntamiento descubre a los madrileños las leyendas de las calles que recorren a diario
Si alguien está interesado en saber por qué a los nacidos en Madrid les llaman gatos no tiene más que pagar 375 pesetas y seguir, bajo la luna, a un guía emocionado que le irá desgranando las historias -reales o no, qué importa- al oído. También comprenderá la razón de que sean la osa rampante -que no el oso- y el madroño los símbolos de la ciudad, y cuáles fueron las conquistas (militares y sentimentales) que el Cid hizo a su paso por la villa. Será fácil ver al troyano Ocno Vianor fundar Madrid para los hombres sin ciudad, donde ahora la muralla árabe contempla el horizonte. 0 imaginar a aquella mujer enamorada que se tiró del viaducto y la salvaron sus enaguas.
Un embozado
Juanita estaba a las diez de la noche bajo las luces generosas de la plaza de la Villa agarrada del brazo de Tomás, su marido. Su condición de veteranos del grupo -unas 40 personas- que se preparaba para aprenderse los secretos y leyendas de Madrid no se notaba, salvo en el andar vacilante de la mujer. Se había levantado de la cama, operada de una pierna, para lanzarse a la calle. El resto eran maestros, profesoras de matemáticas, estudiantes de ciencias con inquietudes, un médico y un ama de casa de Puerta de Hierro curtida ya en pasear con los guías del Ayuntamiento y su programa Descubre Madrid. Y un par de norteamericanas, las únicas extranjeras. El grupo se dividió en dos y comenzó la función.La noche del viernes 23 de julio comenzó con la imagen de Antonio Pérez, consejero de Felipe 11, que ya practicó en el siglo XVI esa moderna costumbre del tráfico de influencias. Se le veía salir del palacio de Cisneros -donde hoy tiene su despacho el alcalde de Madrid- embozado en las ropas de su esposa. Una maestra de 30 años llamada Ana, que se había llevado del brazo a ocho amigos, exclamó a risotadas: "¡Juan Guerra!".
Las dos americanas abrían la boca cuando alguien les tradujo que la torre de los Lujanes, en la misma plaza de la Villa, es del siglo XV. Eso fue el principio. Resulta que el Cid Campeador hasta toreó en una vieja plaza del Madrid árabe, y ligó con una mora; san Francisco de Asís devolvió la vista a los ciegos que mendigaban en la cuesta de las Vistillas, en los tiempos en que la calle de Segovia era un riachuelo. Fue cuando Mohamed I dijo: "Parecen gatos", al ver que los madrileños de entonces, visigodos, intentaban escalar la muralla.
Mientras el grupo recorría calles de nombres sonoros del Madrid viejo (la calle del Toro, la del Rollo, la de Sacramento). Alejandro, -un estudiante que había puesto aquella noche a dormir a su ordenador, decía: "Lo que mola es saber por qué se llaman así los sitios por los que pasas todos los días". Juanita renqueaba, pero era de los alumnos más atentos de José Ignacio, el guía. Tomás, su marido, un ingeniero ya jubilado, se frotaba las manos: se iría de paseo con el Ayuntamiento todos los días.
La visita, que recorrió el Madrid árabe y el de los Austrias, pasó por el viaducto, refugio de suicidas verdaderos y falsos, como aquel poeta del siglo pasado que se aseguraba cama y comida a base de amenazar a la gente con que se iba a tirar. Siempre conseguía que un guardia le prendiese y se lo llevase a comisaría, donde tenía derecho a manta y a rancho. El día en que el guardia se hartó, le dijo: "Mire, pollo, si quiere tirarse, se tira; adelante". Aquello fue definitivo: el mal poeta se largó con viento fresco de Madrid. Eso sí, despotricando.
El sacrificio de Vianor
Suicida auténtica pero frustrada fue aquella mujer, con mal de amores, que sí se tiró. Pero sus pesadas enaguas almidonadas sirvieron de paracaídas y la salvaron. Sólo la mató el último parto. Tuvo 14 hijos con un hombre cuya familia no la aceptaba. Al final no quedó muy claro si Madrid fue un enclave árabe o visigodo o si su nombre viene de la palabra árabe, Magerit (arroyo mayor) o de Metragista, uno de los apodos de la diosa Cibeles. Pero daba igual.
Muchos prefirieron quedarse con la historia más bella, la fundación mitológica que tiene toda ciudad que se precie: un, hijo de troyanos como Eneas, llamado Ocno Vianor, un europeo errante que huía de la peste, llegó a un bosque de madroños regado por un río en el que bebían los animales salvajes. Soñó que unos hombres buscaban quien les fundase su ciudad, y al amanecer descubrió la vega sembrada de casitas. Ocno Vianor dio su vida en sacrificio ritual para que los hombres sin ciudad, sus nuevos vecinos, la tuviesen.
Desde entonces se llamaron madrileños y vivieron más o menos felices bajo el manto de la diosa Cibeles, que llegó montada en una nube, como debe ser.
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