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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Erró, devorador de imágenes

Victoria Combalia

ErróCharlottenbog de Copenhague. Hasta el 8 de agosto.

El pintor Gudmundur Gudmundsson, conocido artísticamente como Erró, ha expuesto por primera vez públicamente , en el Charlottenborg de Copenhague, su serie dedicada a los grandes pintores modernos: Gauguin, los expresionistas alemanes, Léger, Picasso, Otto Dix, Miró, Magritte y Matisse. La exposición comprende asimismo obras de los años setenta y ochenta.

Nacido en Islandia en 1932, Gudmundur Gudmundsson decidió un buen día cambiarse este impronunciable nombre por el de Ferró, al que luego quitó la F por existir ya un pintor de nombre similar. Como ser humano, es un personaje que irradia energía y fuerza física, y que despliega una actividad inusitada, a la que se suma su condición de viajero infatigable.

En los años sesenta, además de participar en algunos happenings, Erró realizó dos series importantísimas, los Interiores americanos y los Cuadros chinos. En la primera el espectador contemplaba asombrado cómo varios soldados de Vietnam del Norte irrumpían en cocinas y dormitorios típicamente americanos; en la segunda, veía a Mao en una oficina de Nueva York, con el Museo Guggenheim al fondo, o bien a su Ejército Rojo posar delante del Vaticano. Estas series se hicieron universalmente famosas, y conectaron a Erró con el pop art. Sin embargo, su obra poseía un sentido crítico, más o menos explícito, que el pop art ortodoxo no tenía. De hecho, su trayectoria estaba unida a la del grupo Nouvelle Figuration, apoyado por el crítico Gassiot Talabot, a mediados de los años sesenta, y que incluyó a artistas como Arroyo, Aillaud, Recalcati, Monory, Adami, Equipo Crónica y el propio Erró. Todos compartirían el uso de una figuración fría, basada en el dibujo y en las tintas planas, así como su interés en reciclar las imágenes de los medios de comunicación y por dotarlas, con mayor o menor énfasis, de una significación política o social.

Además de utilizar imágenes extraídas de la publicidad, de las revistas o del cartelismo político o turístico, Erró utilizó, desde 1963, imágenes de la historia del arte. En este contexto, la magnífica serie dedicada a grandes pintores que ahora se puede contemplar brilla con luz propia. Aparentemente, estas series tan sólo representan retazos de famosos lienzos encerrados en una retícula negra, que se curva como en ciertas imágenes conseguidas por ordenador (de hecho, se trata de la automatic mesh generation, empleada para el diseño de aviones y de piedras preciosas). Pero es tal la densidad de sus imágenes que su amontonamiento y fragmentación no hacen más que añadir una complejidad mayor a su lectura. Aparentemente también, su cuarteamiento y su falta de textura pictórica debiera trivializárnoslas, convertirlas en simples iconos del siglo XX.

Esto es lo que se desprendería de los propios deseos del pintor: "No es cuestión de recrear su verdadero ser, sino la idea que las reproducciones dan de ellos". Y, sin embargo, yo no creo que tan sólo haya un gusto en la neutralidad, o en la condición de "reproducción de una reproducción" en esta y otras series. Porque, inevitablemente, el espectador se pone a pensar qué obras ha escogido Erró, cómo las ha pintado, cómo las ha transformado; es decir, cómo las ha comprendido desde su propia disposición en el panel. Si tomamos el caso de Miró (una de las mejores de esta serie), veremos cómo ha creado un espacio cuyas ondulaciones son amplias y largas como las de una gran ola, o las de un paisaje suavemente sinuoso, en el que los fragmentos de cuadro se inscriben, no por casualidad, como las subdivisiones de un campo labrado.

No por casualidad tampoco, ha puesto el Autorretrato en garibaldina roja de Miró (1919) junto a la Bailarina española de la colección Picasso (1921), que puede ser visto como el álter ego femenino del propio Miró (los ojos y la boca de piñón son muy similares, casi idénticos). Y la articulación en continuidad de signos procedentes de obras tempranas como El cazador, y de obras más tardías como las Constelaciones, o incluso con obras de los años sesenta es sencillamente genial. Si reparamos en los tipos de retícula que emplea, algunas son vertiginosas -como la de Picasso, las de Otto Dix o los expresionístas alemanes- y recuerdan el espacio absorbente de los agujeros negros. A medio camino entre la ficción científica y las imágenes producidas en una pantalla, este bombardeo de obras maestras podría llegar a engullir al espectador.

Otro apartado de la exposición, titulado Política, muestra varias telas que causaron, en su día, una gran polémica. La titulada Israel representa de forma inequívoca cómo el dinero procedente de la comunidad judía norteamericana financiaba las operaciones militares israelíes en 1974, mientras, Allende es una magnífica descripción del asalto al Palacio de la Moneda. Estas obras utilizan el lenguaje del comic, en su vena más limpia y caricaturista, para provocar un choque en el espectador. Y realmente lo consigue.

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