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Clinton advierte a Corea del Norte que arriesga su existencia si se nucleariza

Antonio Caño

Junto al puente Sin Retorno, a unos metros de la última barrera entre el capitalismo y el comunismo, el presidente de Estados Unidos ' Bill Clinton, advirtió ayer a Corea del Norte que se enfrenta a su desaparición como país si se atreve a fabricar bombas atómicas. El hombre que nunca quiso vestir un uniforme militar se paseó ayer entre la avanzada de sus tropas en Asia, les habló de la grandeza de su nación y les recordó que están aquí para ayudar a que "algún día" la democracia reine donde ahora gobierna el estalinismo.

Ningún presidente de Estados Unidos había estado nunca tan cerca de la línea de demarcación establecida a lo largo del paralelo 38 entre las dos Coreas. Ni siquiera Ronald Reagan, el último que vino hasta este anacrónico museo de la intolerancia, estuvo tan cerca. Clinton se colocó en la orilla del famoso puente por el que cruzaron los prisioneros intercambiados a final de aquella feroz guerra, a unos 20 metros del otro lado de la frontera, literalmente a tiro de los guardias norcoreanos que lo observaban con prismáticos sin demostrar un perceptible interés especial por aquel insólito visitante.Clinton les devolvió la mirada con sus propios prismáticos, de los que se quejó durante un buen rato, hasta que descubrió que no podía ver porque no les había quitado la tapa que protege las lentes. El presidente norteamericano estaba visiblemente emocionado. Allí, en el mismo terreno en el que murieron hace 40 años 33.500 soldados norteamericanos, en ese estrecho territorio de nadie donde todavía frecuentemente los dos bandos se intercambian disparos e insultos; allí, junto a la caseta de Panmunjom en la que en julio de 1953 se firmó el armisticio que consumaba la división del país; allí Bill Clinton se sintió, seguramente por primera vez desde el comienzo de su mandato, el comandante en jefe de las fuerzas armadas norteamericanas.

Clinton no había paladeado el sabor de ser el presidente de una superpotencia hasta que no se encontró aquí, en el extremo oriental de Asia, a muchos miles de kilómetros de sus casas, a dos paisanos suyos, dos soldados de Arkansas, vestidos con uniforme de camuflaje y una insignia de la ONU en la manga, defendiendo lo que su Gobierno le dice que son los intereses de Estados Unidos: la soberanía de un aliado estratégico, la democracia y la libertad de este continente.

Le contaron a Clinton las conocidas anécdotas de esta peculiar frontera, la bandera de 300 kilos de peso que los norcoreanos lucen con el orgullo de que sea la más grande del mundo, los carteles de Yanquis Go Horne, en lengua coreana, que las tropas comunistas han colocado en sus colinas, al estilo del letrero de Hollywood, los enormes altavoces que escupen periódicamente propaganda anticapitalista.

Propaganda Village. Así es como le han puesto los soldados norteamericanos al pueblecito que se divisa al otro lado, que en realidad se llama Ji Song Dong. El de este lado, el primer conjunto de casas levantadas en territorio sucoreano, tiene, por supuesto, el apodo de Freedom Village, aunque siempre ha sido Tae Son Dong. Estos dos pueblos están unidos por viejos lazos familiares, pero hoy les separa la misma distancia que aleja a sus dos países: la renta per cápita del sur es cinco veces mayor que la del norte, y el producto interior bruto, cien veces superior.

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Cruce de la frontera

Clinton no quiso tener el atrevimiento de cruzar unos centímetros esta frontera dentro del edificio destinado a las breves conversaciones sobre logística que, de vez en cuando, sostienen militares de ambos bandos. Los periodistas sí entraron en la sala y cruzaron la línea de cables de micrófonos que separan Corea del Norte y Corea del Sur. En ese momento, dentro del edificio sólo había soldados del sur, pero los del norte, con sus gorras de platos y sus insignias rojas, pegaban la cara a la ventana para observar lo que ocurría en el interior. Durante varios minutos, aquellos temidos diablos comunistas, exhibieron su mejor y más inocente sonrisa a las poderosas cámaras de televisión que esparcen la ideología capitalista por el mundo.

Encendido, contagiado del espíritu patriótico y guerrero que se respira en esta atmósfera, Clinton se sintió el amo del mundo. "Es cosa de ellos", dijo, señalando al norte, "si quieren construir armas nucleares, porque, si alguna vez las usan, sería el final de su país. Todo lo que tienen que hacer para entender eso es leer nuestros acuerdos de seguridad con Corea del Sur. Espero que este viaje les ayude a entender".

De Bagdad a la guerra fría

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