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Banderillas en la Gran Vía

Pablo Romero / Morenito, Sánchez, Jiménez

Cinco toros de Pablo Romero, desiguales de presencia aunque en general con trapío, manejables. 4º, muy noble, premiado con vuelta al ruedo, protestada. 6º devuelto por inválido. Sobrero de Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez, con trapío, encastado.

Morenito de Maracay: pinchazo bajo, bajonazo escandaloso y dos descabellos (pitos); bajonazo trasero aguantando (palmas y saludos). Sergio Sánchez: bajonazo, 10 descabellos --aviso-, cuatro descabellos más y dobla el toro (bronca); media estocada tendida, pinchazo hondo, estocada perdiendo la muleta -aviso- y tres descabellos (palmas). Mariano Jiménez: tres pinchazos y bajonazo descarado (silencio); tres pinchazos y estocada (palmas). Plaza de Pamplona, 11 de julio. Sexta corrida de feria. Lleno.

Era la corrida de los banderilleros, ¡oh dolor! Cuando anuncian corrida de banderilleros es para echarse a temblar. De entrada, la función se alarga media hora sobre el tiempo normal. Eso por lo menos, pues los banderilleros de la corrida se toman con calma su función banderillera, y luego, llegado el momento crucial de perpetrarla, irrumpen todos en el redondel, ellos y la cuadrilla, y hay allí más gente que en la Gran Vía en hora punta.

Han de ser primero las cesiones de palos. Morenito de Maracay, Sergio Sánchez y Mariano Jiménez, que formaban la terna banderillera el día de autos, se los cedían. con mucha ceremonia y no poca. educación. "Tome estos bonitos palos`, decía el oferente; "Muchas gracias", respondía el recipiendario; "Las que usted tiene", replicaba el anfitrión. Y se abrazaban con tanta alegría como si no se hubieran visto en todo el año.

Y empezaba la segunda parte de la fiesta: peones al toro, cuatrocientos capotazos para aparcarlo, el banderillero presunto contoneándose en la lejanía, los banderilleros de non aguardando en el tercio muy seriecitos y pintureros, las manicas en la cadera, los bracicos en jarras. Llegado el momento cumbre de banderillear, el de tumo sacudía los banderillazos donde cayeran y salía corriendo, sálvese quien pueda, mientras los otros dos iban al toro pegando gritos y haciendo aspavientos. Eso, en el caso de que la puesta en escena saliera bien, pues si salía mal, Podía ser mayor el ridículo. A Morenito de Maracay no se sabe lo que le pasó pero el primer toro le infundía un respeto imponente, no se atrevía a banderillearlo, y cuando entraba en su terreno, le tiraba los palitroques a la cara y huía despavorido.

La castita del toro desbordó a Morenito de Maracay también en la faena de muleta, y se ganó un broncazo de padre y muy señor mío. Los mozos de las peñas, que haciendo gala de su exquisita sensibilidad le habían cantado con todo el cariño del mundo aquello de "Ay mamá Inés, todos los negros tomamos café", se enfadaron muchísimo y ahora coreaban "¡Que se vaya, que se vaya!". No se fue, sin embargo, Morenito de Maracay y le correspondió, para su suerte, uno de los mejores toros de la feria. Un pablorromero suavecito y boyantón, que acudió a todos los cites y tomó todos los pases, por la derecha y por la izquierda, por arriba y por abajo, daba igual que fueran destemplados.

Tan bueno resultó el toro, que el presidente sacó el pañuelo azul y le dieron la vuelta al ruedo. Pero, claro, no era para tanto. Poco bravo en varas, se cayó varias veces. Pero, en fin, no hay mal que por bien no venga y a partir de ahora no volverán a decir los taurinos "Qué disgusto tendrá el pobre Jaime" (los taurinos parecen discos rayados), pues Jaime (Jaime de Pablo Romero, se entiende) estará contentísimo con la vuelta al ruedo que le dieron a su torito bonachón.

Y estará contento, asimismo con el juego de toda la corrida, que dio síntomas de boyantía. Distinto es que los diestros la supieran torear. Sergio Sánchez desaprovechó con su toreo destemplado dos toros buenos. Mariano Jiménez muleteó voluntarioso al tercero, que acabó con media arrancada. Y no hubo más pablorromeros porque el sexto estaba inválido y lo devolvieron al corral. Saltó entonces el sobrero y resultó ser un toro encastado al que hizo Mariano Jiménez una faena valentona, con pases mirando al tendido de las peñas, que agradecieron el detalle. Pero en cuanto dobló el toro los mozos se marcharon raudo con la música a otra parte, pues habían dado las nueve de la noche y esa no es hora decente de estar en los toros, sino en la Gran Vía, tomando copas, o en la calle de la Estafeta, que cae más cerca.

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