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Y el "rock and roll" fue una fiesta

"Traemos el mismo mensaje que en los sesenta: paz para todo el mundo", dijo Brían Auger. El público que casi llenaba el estadio de Riazor desde el comienzo de la última jornada del Concierto de los mil años, se había entregado a la música de Eric Burdon y su magnífica banda, encabezada por el teclista Brian Auger, otro clásico. Burdon siempre se ha rodeado de buenos teclistas. En 1962, se reunió con Alan Price, un año antes de formar los Animals, uno de los grupos importantes para comprender la influencia de la música negra -fundamentalmente el Rhyrhm and blues- en el entonces novísimo rock británico.Y fue fundamentalmente Rhythm and blues lo que cantó Burdon en La Coruña. Una versión nueva de Don't let me 6e misunderstood, otra, aún menos reconocible de It's my life -una de las joyas de los Animals- y para bis Sky pilot. Fue una actuación a tono con la frase de Auger. Con la aspereza de los sesenta -Burdon nuncA fue un cantante suave- pero renovando lascanciones.Incluso The House of the rising soul, que por fin, sonó al final, dejando el ambiente calentito para Bo Diddley, el abuelo del festival.

Bo Diddley nació llamándose Ellas Bates, en Missisippi el 30 de diciembre de 1928. Grabó su primer disco en 1955, apuntando ya un futuro funk con su estilo seco y sincopado. Bo Diddley elevó la temperatura hasta ponerla en lo más alto del festival hasta el momento. No es fácil enganchar a 30,000 personas con blues, pero lo hizo. No es fácil convencer cantando sólo una estrofa de cada canción y dejando el resto instrumental, pero lo consiguió. No es fácil enlazar una generación de jóvenes -que fueron quienes llenaron el festival- con los orígenes del rock and roll a través de una música tan primitiva, pero lo enlazó. Incluso tuvo que hacer un bis por flamenco antes de lanzarse a un rock que resumió su estilo: frases cortas de guitarra, tres acordes y a correr. El origen negro. Y salió Wilson Pickett, aunque antes tuvo que llegar.

La historia de la llegada de Wilson Pickett a La Coruña no está mal. Hace sólo cinco días tenía un juicio pendiente en Estados Unidos. Borracho con su coche, Pickett entró en el jardín de su vecino..., que era el alcalde de su ciudad. En su vuelo a Madrid, pidió una copa a la azafata, que no creyó oportuno dársela. Resultado: la aeromoza y él a comisaria en Barajas. Tuvieron que mandar a una persona desde La Coruña para que lo convenciera que debia cantar porque se quería volver a Nueva York. Con estos antecedentes, podría pensarse que Pickett llegó a La Coruña algo deteriorado. Pronto demostró que ni por asomo, haciendo justicia a otro historial de campanillas que comenzó en 1964, cuando grabó In the midnight hour. Dos años después alcanzó el éxito internacional con La tierra de las mil danzas y, en 1967, lo continuó con Funky Broadway. Un clásico del soul, el estilo que los músicos negros lanzaron en los sesenta para intentar recuperar el sitio que los blancos les hablan quitado apropiándose del rock and roll. Así, Pickett ofreció un recital soberano. Su voz es de otra galaxia, con un dominio de los agudos y del falsete asombroso, un grito que más bien es un rugido y una manera de interpretar llena de garra y fuerza. Hizo tres amagos de irse y tres veces tuvo que volver para cantar sus otros dos éxitos. El acabose,.

A la hora de cerrar esta edición acababa de marcharse del escenario con un seco thank you y ante una pitada general, Jerry Lee Lewis, que tras una brevísima actuación de treinta minutos deslució la recta final del festival. Mientras estaba tocando el piano se le acercó un cámara de televisión y el cantante le pegó una patada en el objetivo. El público se le echó encima, le abucheó tres canciones y Jerry Lee Lewis optó por hacer mutis. Y todavía quedaba otro imprevisible del rock, Chuck Berry.

Decir Chuck Berry, es decir,

Carol, Roll over Beethoven. Little Queenie, Rock and rol music, Sweet little sixteen, Johnny B. Goode. Canciones publicadas en los años 1957 y 1958, pero que ya son clásicos de la música popular del siglo XX. Su presencia era el broche de oro de un festival que ha ido en constante progresión a pesar de la espantá de Lewis. Con un excelente ambiente general, y ante un total de más de 70.000 personas, han desfilado 13 artistas fundamentales para comprender de manera cercana y viva, uno de los fenómenos culturales claves de los últimos 50 años: el rock and roll. Una música que en La Coruña se vivió como lo que es: una fiesta.

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