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Solidaridad y liderazgo

Dos hechos me dan pie para este artículo. Uno es la visita que hizo Felipe González al centro de menores en situación de abandono que pertenece a la Asociación Mensajeros de la Paz, precedida de una visita que hicimos a la Moncloa. Y el segundo, la presentación del libro de García Santesmases sobre la evolución del socialismo.La solidaridad es una de nuestras más graves carencias, idea que salió en la primera conversación con Felipe, y que no debía chocamos porque ya en 1910 decía el profesor Eloy Luis André que "el verdadero altruismo no arraiga entre nosotros", sino "la moralidad egoísta". Por eso, Salvador de Madariaga repetía en 1969-que "el pensamiento español colectivo no existe". Del mismo modo, un buen conocedor de nuestra historia y la literatura, Menéndez Pidal, observaba que el famoso individualismo español se manifiesta en "la falta de solidaridad". Lo mismo que se descubre hoy en las encuestas estudiadas por Amando de Miguel. En ellas se encuentra que sólo el 27% de los españoles están dispuestos a sacrificarse por una causa o ideal.

Pero, paradoja típicamente española: los hispanos estamos dispuestos a ayudar a una persona concreta, cuando está a nuestro lado, y compartir con ella nuestro pan. Eso mismo se ve en la estadística citada, pues el 64% de los españoles estarían en disposición de sacrificarse por una persona en apuros que estuviera cerca de él. Por eso nuestros soldados en Bosnia son tan populares ya que, a la vista de cualquier situación concreta, ayudan al primer niño o mayor necesitado que encuentran, como sacó a relucir Felipe en nuestra conversación de la Moncloa. Es una compensación individualizada de nuestras arraigadas costumbres de insolidaridad general en el país.

Y, ¿cuáles son nuestros ideales teóricos? En su casi totalidad predomina el deseo de paz; luego, en forma decreciente, la protección de la naturaleza, la religión y la unificación de Europa. Estas dos últimas sólo la mitad de los españoles las ponen como importantes en sus deseos de sacrificarse por algo que merezca la pena.

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En nuestro continente hay un grave mal: que no se piensa en los individuos concretos. Está acostumbrado Occidente a hablar de humanidad, pero no de los hombres y mujeres que la componen. Por eso son los europeos a veces tan crueles y tan injustos. Y nosotros, los españoles, podríamos si quisiésemos, superar este mal, siempre que no centráramos nuestra vista sólo en el que está al lado, y olvidáramos al que está más lejos. Nuestro sentimentalismo con el próximo puede ser una ayuda, pero no es hoy suficiente. Debemos alargar la vista, para no quedamos en un sentimiento poco operante. Incluso suele caerse en una emoción demasiado mecánica, que nos hace hundirnos a veces con el que sufre sin ayudarle a levantarse. Es el mal ocurrido con el Tercer Mundo. Los occidentales he mos explotado a esos países de África, Asia o América; pero no los hemos promocionado, para que ellos salieran por si mismos de su situación, con nuestro apoyo humano y técnico. Sólo supimos sacarles el jugo. Y cuando no tuvimos más remedio que darles libertad, los dejamos impreparados; y -por eso- no saben ellos mismos qué hacer con ella, si no es morirse de hambre, o caer en una lucha cruenta de grupos enfrentados por el poder.

Y, ante esto, ¿qué tiene que hacer aquel a quien el pueblo haya concedido el poder?

Lo primero es no dilapidar su prestigio por falta de carácter, queriendo contentar no al pueblo en general, sino a grupos de intereses, sean de un lado o de otro. Hoy lo que cuenta es el pueblo, no los que no fomentan acercamiento alguno a lo concreto. Es como la enfermera que únicamente escucha los ayes del enfermo, pero hace oídos sordos a lo que le dicen los médicos, la ciencia y el buen sentido. Y en España debemos tomar ejemplo de ello, y hemos de inaugurar una nueva fase en la que oigamos, no a una parte del pueblo, sino a todos los hombres y mujeres de la calle que viven en sus carnes los males reales, y complementariamente a los que analizan sus males con desapasionamiento.

La participación y la subsidiariedad son los dos brazos de un gobernante que quiera acertar. Hacer que todos participen en los males generales, y no que se les consulte nada más que cada cuatro años. Y además debe hacer todas las reformas de abajo a arriba, y no como los gobernantes de la Ilustración con la regla de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Y, a este propósito, nos preguntamos muchos españoles de a pie: ¿Cómo es que hasta estas elecciones no se han tenido en cuenta las necesidades de la pequeña y mediana empresa, y sólo se ha pensado en la grande, que únicamente tiene el 14% de la mano de obra del país y el 25% de la producción de bienes y servicios? ¿Es que atrae lo colosal, y se desprecia y olvida lo pequeño porque no es espectacular?

Estamos, como decía De Gaulle, en una época de incertidumbre, y hay que salir de ella con firmeza, con carácter, sin promediar pareceres de quienes no representan al país todos los días.

El líder político debe usar para ello de su razón, sin duda, pero también de su intuición, para poder captar el pensar, concreto del pueblo. Los conceptos no representan la rica realidad, sólo lo hace la captación intuitiva. Incluso los matemáticos más geniales deben sus hallazgos a la intuición, como el gran geómetra y pensador Henri Poincaré. Un minucioso investigador de los inventos matemáticos -M. Lecat- publicó en 1935 un libro sensacional, con los tremendos errores en que cayeron los más importantes matemáticos, que son precisamente los especialistas de la razón. Cuidado con los qué especulan, porque uno de sus más profundos representantes, el filósofo y matemático Whitehead, recordó, siguiendo su experiencia, que "la exactitud es un engaño". No hagamos tanto caso de los razonadores en el vacío, y más de los verdaderos científicos que son los observadores. Así fue Newton, el más inteligente de todos; y Galileo Darwin, los dos más prácticos.

Los líderes políticos incurren en dos errores contrapuestos: o son meros especuladores, sin base real; o resultan unos activistas agitados, que esconden su falta de eficacia con un movimiento desalentado.

El fracaso de un gran político, como Talleyrand, fue por su falta de carácter promediando todas las cosas, sin atender a lo que pedía el pueblo auténtico y seguirlo sin vacilación.

Hemos de aprender en la vida una cosa muy importante: la primacía de lo individual, que es lo que propugnaba el gran pensador franciscano Escoto, por los hombres concretos y no por la vaga genialidad abstracta; y que los católicos no seguimos, con gran perjuicio social que duró siglos. Pero sé que nadie debe quedarse ahí, sino inducir, con conocimiento de muchos individuos, lo general, que en eso consiste la ciencia eficaz, sea de los átomos, la vida o el gobierno de los pueblos.

Lo que no debe fomentarse es aquello de las dos Españas, porque ya no debe haber ni vencedores ni vencidos; y hemos de busca el punto de encuentro en el consenso para la convivencia de todos. Porque cada uno somos una perspectiva valiosa, que hemos de tener en cuenta. La verdad, decía Heidegger, ya no está en el juicio, como pensaron los antiguos y no supieron salir de su contradicciones con sus juicios dogmáticos; sino que la verdad está en el diálogo, que abre los ojos a nuevas perspectivas, y a una verdadera comunión -común unión- de todos.

es teólogo seglar.

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