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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nos llegó al corazón

El holandés erranteDe Richard Wagner. Con S. Estes, M. Gessendorf, R. Goldberg, M. Schenk, B. Bornernann y M. Cid. Director musical: Antoni Ros Marbá. Director de escena: Roberto Oswald. Producción del Teatro Colón de Buenos Aires 1992. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 23 de junio.

Diez años después de su última representación en Madrid y el año en que se cumplen los 150 del estreno en Dresde, volvió El holandés errante en clima de expectación, como siempre que se programa una ópera de Wagner. Cantaba el bajo-barítono americano Simon Estes, al frente de un reparto de voces expertas en los festivales de Bayreuth, dirigía Ros Marbá en una de las óperas que le han dado gloria cuando la ha interpretado en versión de concierto y se presentaba en Madrid como director de escena operístico el argentino Roberto Oswald, con 30 años de montajes wagnerianos a sus espaldas, y con una evolución desde un wielamdismo en sus comienzos, del que conserva retazos, hasta un cierto surrealismo actual que en el caso concreto de El holandés se manifiesta en una sutil unión de realidad e irrealidad, tan sugestiva como aclaratoria. La expectación estaba, pues, más que justificada.

Sin prolongar el saludo de bienvenida, cortando los aplausos, Ros Marbá se sumergió en la obertura de El holandés errante con fogosidad, con una juvenil energía que no cesaría durante toda la noche salvo cuando la partitura lo reclamaba. La tensión se creó al instante y se mantuvo sin un solo desfallecimiento. El público estaba embriagado y explotó al final con un entusiasmo de los que se producen pocas veces. Fue un acierto ofrecer la versión en un acto, respondiendo a la intención original de Wagner. Se aprecian mejor las transiciones, la continuidad, el concepto global. También fue un acierto la sobretitulación.

Remansos poéticos

El ímpetu de la dirección orquestal de Ros Marbá no impidió los remansos poéticos ni la claridad de las intervenciones solistas. Ros controló las escenas de conjunto con pulso y se mostró didáctico en las exposiciones de la célula temática mi-re-do y sus consiguientes variaciones. Dio el clima que esta ópera necesita: teatral, romántico, espontáneo, contrastado, con muchas líneas en desarrollo y conflicto.

La puesta en escena de Roberto Oswald tuvo siempre presente el mar, incluso en las escenas de interiores, donde los barcos se asomaban a través de una ventana como en algunos cuadros de Gaspar David Friederich. Había un concepto y una estética. La aparición del barco fantasma (hasta el escenario parecía más grande), la correspondencia entre el personaje del holandés y la pintura del cuadro, o la transformación de la casa donde están las hilanderas en un espacio desnudo negro, con un mar que va adquiriendo cada vez más potencia, cuando se queda a solas la pareja protagonista, son detalles que ilustran y sobre todo explican claves del libreto. Un aspecto especialmente atractivo fue la relación plástica entre la textura de las velas y el hilo de las ruecas, fusión ideal de la fantasía del mar y el trabajo cotidiano de la tierra. Alguna ingenuidad en los movimientos del coro, especialmente en el espectral, o el discutible tratamiento del vestuario de Senta, por otra parte con sus razones, no obstaculizan una valoración muy alta del trabajo escénico y dan una muestra de lo que se está haciendo ahora en el Teatro Colón de Buenos Aires.

El bajo-barítono Simon Estes fue un extraordinario intérprete del Holandés: nitidez, igualdad de registro, intención, nobleza. Su capacidad de comunicación directa con el público es impresionante. Tuvo en M. Gessendorf una compañera de gran temperamento, algo justa en las zonas altas, pero convincente dramáticamente. Schenk y Goldberg, sin estar en su mejor momento, son creíbles en estilo vocal y tienen una amplia experiencia wagneriana. Bornemann solventó sin dificultades el personaje de Mary y M. Cid fue un correcto Timonel.

Una de las grandes sorpresas fue el coro, en su mejor actuación desde Peter Grimes. Valdo Sciammarella, su director, sorteó dificultades y limitaciones para ofrecer una prestación vocal colectiva compacta y entusiasta.

El mejor Wagner

Con todos estos elementos, El holandés errante de Wagner se ha convertido en el mayor éxito de toda la temporada (junto al segundo acto de Jenufa con Rysanek) y en una de las mejores representaciones de Wagner que se han visto nunca en Madrid. Mientras llega la apertura del Teatro Real, es un consuelo comprobar que se pueden hacer las cosas de una forma tan estimulante.

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