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EL FUTURO DE EUROPA

Los Doce intentan poner orden en casa

Los jefes de Estado y de Gobierno de la CE se reúnen en plena crisis de 'europesimismo'

Lluís Bassets

Los primeros ministros de los Doce, cada vez que se reúnen en el Consejo Europeo, encuentran una mesa abarrotada de problemas que hay que resolver en 48 horas de trabajo. En su último encuentro, en la cumbre de Edimburgo, la Comunidad Europea (CE) se hallaba totalmente atascada, debido principalmente a las dudas sobre la ratificación del Tratado de Maastricht en Dinamarca y en el Reino Unido. Ahora, seis meses después, los Doce se han dado cuenta que a la salida del atasco les esperaba una recesión mucho más profunda de lo previsto y una casa Europa totalmente patas arriba, donde pocas cosas funcionan y reina el desorden más absoluto.La reunión que los Doce mantendrán en Copenhague el lunes y el martes próximos servirá precisamente para intentar poner un poco de orden en este piso donde parecen haber entrado los cacos.

Las carpetas amontonadas en la mesa de los Doce son enormes y todas ellas importantes. La ampliación de la CE con la entrada de Austria, Finlandia, Suecia y Noruega, por ejemplo, constituye uno de los mayores retos de los próximos años, que cuenta con dificultades de toda especie, empezando por la escasa popularidad de la Comunidad entre los ciudadanos de estos países.

Y sin embargo, los Doce apenas hablarán de esta cuestión en la reunión de Copenhague. El ascenso del integrismo en el mundo árabe, y principalmente en el vecino Magreb, o la situación de Turquía, una potencia regional ascendente con notable influencia en el mundo musulmán y en Asia central, constituyen cuestiones de gran calado que los diplomáticos de los países latinos han tenido que meter con calzador en el temario del Consejo Europeo.

La explicación es sencilla: hay muchos problemas, pero sólo dos cuestiones preocupan hasta la obsesión, y éstas son la recesión económica, con la secuela de un desempleo devastador, y el cáncer de la guerra instalado en el corazón de Europa, en el territorio de la antigua Yugoslavia. Ambas obsesiones ocuparán más de la mitad de los debates de la cumbre y tendrán una traducción extensa y posiblemente de tonos dramáticos en los comunicados finales.

El papel de Rusia

Los Doce quieren mandar también un mensaje claro y esperanzador a los países de la Europa central y oriental, donde crece el temor a que la CE se convierta en una fortaleza cerrada a su comercio e inaccesible a sus aspiraciones de incorporarse. Habrá una contundente declaración, invitando a estos países a entrar en la Comunidad Europea, y se aprobará una cita para revisar la situación de cada Estado respecto a las condiciones de adhesión, posiblemente para el 1 de enero de 1997.

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Rusia debía ser también uno de los grandes actores de esta cumbre, según los deseos de la presidencia danesa. El Gobierno de Poul Nyrup Rasmussen había imaginado la participación de Borís Yeltsin en una parte del Consejo Europeo. Para ello era necesario que la Comunidad cerrara un acuerdo de asociación con Rusia, que incluye la posibilidad de llegar a largo plazo al establecimiento de una zona de libre cambio.

"Afortunadamente para la CE y para la cumbre", en palabras de diplomáticos occidentales, Yeltsin ha puesto el listón exageradamente alto, ha negociado con complejos de gran potencia y pretendía que su país fuera considerado como una economía de libre mercado a pleno funcionamiento.

El acuerdo se halla así en mantillas, por lo que el inquilino del Kremlin no ha querido pasearse por Copenhague sin llevarse nada sustancioso a la bocá.

Querella de las sedes

Los Doce abordarán otros temas que se arrastran de la agenda corriente de la CE. El Consejo de Edimburgo resolvió la mitad de la querella de las sedes, una de las más antiguas de la CE: todas las sedes provisionales se convirtieron en definitivas, incluyendo las componendas más estrambóticas, como es la que obliga a celebrar los Consejos de Ministros de la CE en Luxemburgo tres meses al año, aunque la sede permanente sea Bruselas, o la que permite realizar sesiones extraordinarias del Parlamento Europeo en Bruselas para compensar la consagración de Estrasburgo como capital parlamentaria.

Los Doce se dijeron que rematarían la jugada en Copenhague, donde se designaría la última gran sede pendiente, la del Instituto Monetario Europeo o futuro banco central, y terminarían de repartir las restantes instituciones: Agencia del Medio Ambiente, Oficina de Marcas, Agencia de Medicamentos, entre otras.

La rápida instalación de algunas instituciones es imprescindible para el buen funcionamiento del propio Mercado único y para la puesta en marcha de la segunda fase de la Unión Económica y Monetaria el próximo 1 de enero.

Pero todo indica que difícilmente habrá acuerdo, debido a que John Major, el primer ministro británico, debilitado por todos los flancos, no desea perder el Instituto Monetario Europeo en manos de Alemania antes de que termine la ratificación del Tratado de Maastricht. Es probable, además, que los Doce convoquen una cumbre extraordinaria para octubre, con Maastricht totalmente ratificado y en vigor, que sirva para poner en marcha el tratado y para resolver urgencias como la designación de la sede y el presidente del Instituto Monetario Europeo.

A los Doce todavía les quedará tiempo para hablar de temas menores, como la subsidiariedad, la transparencia y la apertura en la toma de decisiones, cuestiones que han venido preocupando a los daneses durante toda su presidencia y que no van a abandonar de sopetón una vez aprobado Maastricht en su referéndum.

Todo esto ha servido para emborronar cientos de páginas durante el último año de dilaciones en la aprobación de Maastricht, pero una de las instituciones creadas en el tratado, el mediador europeo (ombudsman), no podrá tener acceso a todos los documentos de la CE, pues los Doce desean mantener la confidencialidad de las decisiones que les interesen. El presidente del Parlamento Europeo, Egon Kleptsch, que hará una intervención ante el Consejo el lunes por la mañana, no dejará de mencionar esta paradoja, una más en el desorden que impera en la casa Europa en este fin de siglo tan enrevesado.

Retrato de familia con pocos veteranos

El Consejo Europeo de Edimburgo aportará algunos cambios importantes en el retrato de familia, la foto tradicional de los dirigentes de los Doce, presidida durante años por los mismos rostros. No estará uno de los más veteranos de las cumbres, el danés Poul Schlüter, artesano de Gobiernos de coalición en minoría durante diez años, quien se vio descabalgado del Gobierno en enero, justo al tomar las riendas de la presidencia de la CE. Le sustituye, en cambio, el joven líder socialdemócrata Poul Nyrup Rasmussen, que llegará a la cumbre con el mérito de haber vencido por amplio margen en el segundo, y a pesar de todo dificil, referéndum de ratificación del Tratado de Maastricht.No estará presente Giuliano Amato, engullido por las crisis italianas y sustituido por el ex presidente del Banco de Italia, Carlo Azeglio Ciampi. Habrá una cara nueva que no sustituye a ninguna vieja: el primer ministro francés, Edouard Balladur, quien asistirá a la cumbre, en contra de lo que venía siendo tradicional en tre los anteriores primeros ministros. El presidente de la República, François Mitterrand, al que solía acompañar el ministro de Asuntos Exteriores, ha jugado papeles de primer orden durante toda la pasada década en este tipo de reuniones, pero ahora se halla disminuido por la edad, la enfermedad y el protagonismo de su primer ministro. Su presencia es cada vez más tenue.

No sucede lo mismo con el canciller Helmut Kohl, el gran superviviente de todas las tempestades, junto a su amigo Felipe González. Kohl no pasa, sin embargo, por los mejores momentos de su carrera, debido principalmente a la crisis económica, política e incluso moral que atraviesa su país. Ya no son lo que eran ni Kohl ni Mitterrand, los dos elementos claves del imprescindible eje franco-alemán, que ha dado energías a la construcción europea durante los últimos años.

Quien llega a Copenhague tranquilo y relajado, sin grandes combates que ganar y aureolado con una reciente victoria electoral es Felipe González. La cumbre le ofrecerá una ocasión para hacer lucimiento de sus dotes de estadista.

Curiosamente, este Consejo Europeo, en el que la recesión y el paro son el tema central, contará con tres voces socialdemócratas especialmente bien situadas: Rasmussen, Jacques Delors y González. Posiblemente a ellos les corresponderá la papeleta de sugerir una mayor flexibilidad del mercado de trabajo y un aligeramiento del Estado de bienestar para intentar la recuperación del crecimiento y de la creación de empleo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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