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El ex ministro británico de Hacienda acusa a Major de gobernar a la deriva

Enric González

Norman Lamont se ha vengado. Sólo 10 días después de su tormentosa salida del Gobierno, el ex canciller del Exchequer británico acusó a su antiguo amigo John Major de vivir "pendiente de las encuestas", de tomar decisiones cruciales "para ganar 36 horas de publicidad" y de gobernar a la deriva, sin ninguna estrategia política. Si las cosas no cambiaban, amenazó, el Gobierno no sobreviviría. El ominoso mensaje de Lamont no podía llegar en peor momento para el primer ministro, cada vez más cuestionado por la opinión pública y por sectores conservadores.El día de su cese, Lamont remitió a Major un desabrido fax en el que advertía de su deseo de hablar y "poner las cosas claras". Ayer lo hizo. Pidió que se le concediera la palabra en un momento crucial, justo antes de un esperado debate económico entre John Major y el líder de la oposición laborista, John Smith. Ante una Cámara de los Comunes repleta y expectante, Lamont se alzó en su remoto escaño y desgranó una letanía de recriminaciones que él prefirió llamar "consejos". Conforme hablabla, a Major se le helaba en la cara una forzada sonrisa. El ex canciller afirmó que la recesión británica tenía su origen en los derroches del boom económico de 1988 (la época en que John Major era secretario del Tesoro); culpó a Alemania de la crisis del Sistema Monetario Europeo (SME) y al propio primer ministro por la inestabilidad de la libra, por su negativa a dar autonomía al Banco de Inglaterra.

Rencor político

Los párrafos más crueles de Lamont tuvieron poco que ver con la economía y mucho que ver con el rencor político. El gobierno de Major, dijo el ex canciller, carecía de estrategia y era incapaz de pensar a largo plazo. Las encuestas de opinión, y no los proyectos políticos, mandaban en Downing Street. Norman Lamont oscureció su expresión, sombría por naturaleza, para advertir a John Major que "si la táctica del Gobierno no cambia, no merecerá sobrevivir, y no sobrevivirá".Major, mucho más tocado por Lamont que por Smith, expresó su "agradecimiento" al ex-canciller (que sonreía malévolamente en su escaño) y procuró escabullirse de las acusaciones laboristas.

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