Lo que sea, menos, torear
Domecq /, Vázquez, Jesulín, ChamacoCinco toros de Marqués de Domecq (uno fue rechazado en reconocimiento), bien presentados, flojos, en general bravos y pastueños; 5º, de preciosa estampa y excepcional nobleza. 4º de Antonio Pérez, con trapío, manso reservón.
Curro Vázquéz: estocada corta (pitos); media estocada baja y descabello (bronca). Jesulín de Ubrique: metisaca bajísimo y estocada (algunos pitos); pinchazo y media estocada tendida trasera; rebasó dos minutos el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (bronca con aplausos y sale a saludar). Chamaco: media y dos descabellos (silencio); pinchazo delantero y estocada delantera tirando la muleta .(palmas).
Plaza de Las Ventas, 4 de junio. Corrida de feria aplazada el 25 de mayo). Lleno.
JOAQUÍN VIDAL
El toro de su vida le salió a Jesulín de Ubrique, y se le fue sin torear. No es que se abstuviera de pegarle pases. Por el contrario, se puso cerquísima de los pitones, le enseñaba la muleta por delante y por detrás de su espigada persona, dio circulares de espaldas, empalmó pases de pecho, la intemerata... Ahora bien, torear, eso nunca. Cualquier cosa, antes que torear aquel toro bellísimo de excepcional nobleza.
Gran parte del público, sobre todo los aficionados, se lo tomaron a ofensa personal. Tenían razón, porque llegó a ser enervante. No ya los alardes encimistas de Jesulín sino el despilfarro que cometió con aquel toro maravilloso. Acudía el toro con prontitud y alegría al cite, embestía pastueñito hasta la infinud sideral... Era -podría decirse- más bueno que el pan. Pero no un toro aborregado, de esos que se tragan los pases como tontos, de baba, sino un toro de casta, que estaba pidiendo en cada una de sus arrancadas la sensibilidad artística de un torero cabal.
No lo encontró. Por más que embestía el toro guapo, por más facilidades que daba, Jesulín no consiguió darle ningún muletazo que poseyera un mínimo aroma de torería, y ni siquiera fue capaz de ligarlos. Colocado al revés -la pierna contraria escondida a retaguardia-, renunciando a ejecutar los tiempos del toreo que dictan los cánones -la muleta retrasada-, aliviando abusivamente la nobilísima embestida -embarcaba con el pico-, sin temple ni propósito alguno de ligazón, rectificando terrenos, la calidad torera se destapaba tan nula, que el toro quedaba proclamado campeón por fuera de combate.
El fracaso de Jesulín fue clamoroso. Y en lugar de recrecerse él mismo para enderezar su toreo poniéndolo en plano de autenticidad -dar la distancia adecuada, cruzarse, adelantar la muletilla, traerse embebido en sus vuelos aquel prodigio de encastada nobleza-, prefirió ahogar, la embestida, anularla por el procedimiento de atosigar al toro y no darle ya ni una sola oportunidad de arrancarse franco y exhibir su bravura. Eso fue lo que realmente indigné al público. No ya que un torero vacío de sensibilidad y de torería escamoteara el arte para suplirlo por una sesión de circo, sino la maniobra artera, la agresión a cuanto, significa la fiesta brava, el desprecio al sentir de una afición y a la categoría de un coso, que están por encima de trucos y listezas.
Todos los toros, a excepción del cuarto -un manso de Antonio Pérez- eran de oreja, o eso aseguraba la afición. En efecto, los cinco toros del Marqués -llámanlo también Marqué- desarrollaron nobleza en todos los tercios, a pesar de lo cual no hubo espada que los supiera hacer faena. Cuando salen toros así y hay toreros buenos en el ruedo, al acabar la corrida la gente suele salir toreando. En cambio, salía con la calculadora, echando cuentas: "Veamos: una oreja que debió cortar Curro Vázquez al primero, otra Jesulín al segundo, Chamaco la del tercero, más dos del quinto y una del sexto, total, seis". Otros contables sostenían que eran dos por toro, con lo cual resultaban doce. Bueno, siempre se exagera. La abrumadora diferencia provocaba discusiones, naturalmente, y era imposible ponerse de acuerdo. De todos modos les daba lo mismo porque ya se habían encargado los toreros de no cortar ninguna.
Los toreros estaban dispuestos a todo menos a torear. Curro Vázquez dio la sensación de que se le había olvidado y el encastado primer toro le desbordó; hasta le arrebató la muleta varias veces. Al cuarto, sin embargo, no le dio ese gusto: se lo quitó de en medio. Chamaco instrumentó unos valerosos pases de rodillas al tercero y luego, ya de pie, practicó un toreo muy mediocre. Al sexto no le hizo nada de rodillas y aburrió un poco. Entre tandas, se daba por allí unos contoneos místicos con sigiloso andar, y lo celebraba el cotarro. Es decir, menos torear, lo que hiciera falta. El día en que aparezca un toro bravo y un torero se ponga a torearlo de verdad, va a parecer una rareza. A lo mejor, hasta le piden explicaciones por cometer semejante osadía.
Babelia
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