El ídolo light
Algo ha cambiado desde que Kenny G nos visitó hace casi cuatro años. En aquella época no se sabía que el saxofonista era el músico predilecto del entonces gobernador de Arkansas. Cuando el ya aspirante demócrata acudió a los estudios de la MTY, pata responder a un puñado de jóvenes electores, se encontró con la pregunta del millón de votos "¿cual es su grupo favorito?. Y Bill Clinton confesó su admiración por el "saxofonista de jazz Kenny G".Claro que no todos opinan igual que el presidente. Branford Marsalis, por ejemplo, es de los que se ponen de mal humor nada más oir su nombre. Y es que algunos de los mejores saxofonistas del jazz difícilmente soportan la idea de que alguien a quien ellos consideran un semianalfabeto musical esté dando clases magistrales ante aulas atiborradas y un alumnado en éxtasis.
Kenny G
Kenny G (saxos soprano y tenor), Robert Demper (teclados), Bruce Carter (batería), Ron Powell (percusión), Vai Johnson (bajo) y John Raimon (guitarra). Precio: 2.500 a 4.000 pesetas. Lleno. Palacio de Congresos y Exposiciones. Madrid, 26 de mayo.
Desde que el de Seattle (¿qué tendrá esa ciudad?) hizo acto de presencia, el público cayó rendido a sus pies. Que si una melodía melosa: aplausos; que si una sencilla floritura técnica: ovación cerrada; que si una demostración de respiración circular: el delirio. Para acabar de armarla, se puso a hablar en castellano, le echó un piropo de contenido racial al respetable, y tocó Silhouette.
Kenny G (Gorelick) no deja de ser uno de esos músicos que repiten clichés hasta la saciedad. Aunque, a diferencia de otros, y hay unos cuantos intentando comerse un trozo del pastel, lo sabe hacer bonito. Combina sonidos armónicos y suaves con un aspecto pulcro y relajado, agradando a un sector importante de compradores de discos. Las cifras resultan apabullantes: de Duotones (1987) habría vendido tres millones en todo el mundo; y aseguran que cada nuevo álbum -el último, Breathless- ha superado en difusión al anterior. Así que hagan cuentas.
Un truco que le reporta buenos dividendos a Kenny G es incluir en cada disco algún tema cantado. Si además se escucha en la banda sonora de una película como El guardaespaldas, jugada redonda. En directo, no hay cantantes, pero utiliza un recurso infalible para estos casos: aparece de repente en la platea y recorre la sala, saxo en ristre, entre el delirio general. Al final, varias decenas de espectadores abandonaron sus confortables butacas para apretujarse ante el escenario y arropar a su ídolo, certificando un éxito sólo comprensible en tiempos como éstos.
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