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Indignidad infructuosa

Motivos de gran satisfacción tienen el líder serbio de Bosnia, Radovan Karadzic, y la prensa de Belgrado leal al presidente Slobodan Milosevic, tras el llamado acuerdo de paz presentado en Nueva York por los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, Rusia, España, Francia y el Reino Unido. El plan confirma que el mundo no hará nada por deshacer las conquistas territoriales de serbios y croatas en Bosnia-Herzegovina.Anuncian estos ministros grandilocuentemente una amenaza de uso de la fuerza contra aquellos que ataquen los enclaves musulmanes ahora protegidos. ¿Para qué iban a hacerlo, serbios o croatas, si el plan legitima los frentes actuales como futuras fronteras entre las que quedarán estos enclaves como reservas étnicas acosadas e inviables?

El presidente norteamericano, Bill Clinton, ha renunciado a intentar imponer unos mínimos principios a la política internacional en Bosnia, dada la insistencia de los europeos en acatar la ley del más fuerte, en ese "esfuerzo de realismo" que impone el entierro de un Estado soberano. Con los europeos tan celosos por renunciar a un orden internacional con credibilidad en su continente, Washington ha decidido volver a ocuparse de sus propios asuntos.

Rusia ha jugado bien en la defensa de los intereses de su aliado histórico, Serbia, y de los suyos propios, que quizá tenga que imponer muy pronto y con los mismos métodos a algún Estado limítrofe ex soviético.

Múnich, 1938

La entrega de Checoslovaquia en Múnich en 1938, a cambio de una paz que ya era imposible, puede convertirse en un ejemplo de perspicacia política y dignidad diplomática comparada con este nuevo trueque que supone el plan de Nueva York. Se sacrifica un Estado soberano y se traicionan los principios de la sociedad occidental a cambio de una promesa de buena conducta de agresores condenados como criminales de guerra. Se trata de una nueva indignidad que además promete ser infructuosa.

Planes anteriores exigían al menos plazos a las fuerzas serbias para una retirada a las zonas que les otorgaba el plan Owen-Vance. Incluso a esto se renuncia ya. El mundo acata con docilidad el veto de los serbios bosnios a este plan, expuesto en un ridículo referéndum. El anuncio de la creación de un tribunal para crímenes de guerra, contemplado en el acuerdo, es un sarcasmo cuando se otorga a estos todo el beneficio de sus actos.

Abandonar a su suerte a las víctimas -a las que se promete alimentar en sus guetos como gran gesto humanitario- puede hacer remitir los combates. Pero no habrá paz. Serbia tendrá pronto nuevos apetitos territoriales. Croacia alimentará los propios. Desde el Adriático a los Urales, Estados, regiones y minorías étnicas sabrán armarse hasta los dientes. Aplastar al vecino, glorificar el genocidio y la pureza racial es rentable, dado el realismo de nuestros ministros en Nueva York.

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