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Otra película china vuelve a romper los moldes del cine occidental

ENVIADO ESPECIALHace cuatro días, el chino continental Chen Kaige, con Adiós a mi concubina desconcertó y conmocionó por su audacia y belleza a este festival-ombligo del cine de Occidente. Ayer, una película de China insular -El marionetista, de Hou Hsiao Hsien- volvió a pulverizar sus moldes. Si se añade que la australiana El piano es hasta ahora la tercera gran película, no hay duda de que el cine de este lado del planeta está siendo arrollado por el del otro lado, pese a que el filme estadounidense Caída libre es más que estimable.

Escribir para los españoles el nombre de un tal Hou Hsiao Hsien es efectivamente hablarles en chino. En España nadie sabe que, como Chen Kaige, es uno de los más grandes creadores del cine actual, un maestro supremo, de la talla de Luis Buñuel, para que la comparación se nos quede en casa.En 1989 su portentosa película La ciudad de la tristeza ganó por aclamación el León de Oro del festival de Venecia, y desde estas páginas pedimos, ciertamente con poca convicción, que esta incomparable joya del arte se estrenase en nuestro país. Demasiado pedir: casi todas nuestras pantallas están colonizadas por Hollywood, y los huecos que dejan sus escasas buenas películas están destinados a ser cobijo de la basura audiovisual que arrastran con ellos. Y aquella maravilla china sigue y seguirá inédita en España.

El marionetista -otra obra extraordinaria y más fácil de ver que la anterior- tampoco tiene muchas posibilidades de estrenarse, y el nombre de Hou Hsiao Hsien seguirá sonando en los oídos españoles como un galimatías cabalístico, para uso y consumo de élites raras, cuando en realidad es patrimonio de la cultura universal y probablemente, una de las averiguaciones más profundas de que hay noticia sobre quienes son los hombres chinos, es decir, casi la mitad de la humanidad. Los dos, todavía jóvenes cineastas chinos, son los deudores más próximos de las exquisitas tradiciones del cine japonés clásico. Si Chen Kaige es una explosiva derivación de Akira Kurosawa, Hou Hsiao Hsien es la más pura herencia que se conserva del estilo, formalmente más apacible, de Kenji Mizoguchi y Yasujiro Ozu. Sin la sombra de estos tres genios japoneses, no existirían ahora estos incomparables cineastas, que están regenerando a un arte que nosotros, los occidentales, nos hemos encargado de degradar.

De ahí el vigor de su obra y el escándalo que la presencia de ésta supone en Cannes, tanto para el cine europeo como el americano. Como Chen Kaige en Adiós a mi concubina,o Jane Campion en El piano, Hou Hsiao Hsien está reinventando el cine en el ocaso de éste: de ahí su emocionante combinación de frescura y elaboración; de sencillez y complejidad; de vitalidad y armonía. No hay en todo el cine occidental ningún creador con la capacidad de convicción de estos tres cineastas de nuestras Antípodas. Cannes, que se autoconsidera el ombligo del cine, es convertido por ellos en su trasero.

Tanta y tan indiscutible es la altura de El marionetista, que encogió a una buena película estadounidense titulada Caída. libre. Su director, Joel Schumacher, tiene claro que el intérprete es la cúspide creativa del buen cine, y mima a Michael Douglas y Robert Duvall, que hacen un trabajo mejor que bueno.

Instinto de ganador

Michael Douglas, un ganador empedernido e insaciable, descubrió en Atracción fatal la paradoja de que, al contrario que en la vida, en la pantalla le va como anillo al dedo el papel de perdedor. Y su instinto de ganador nato funciona de nuevo y asume la frágil personalidad de un loco al borde de la imbecilidad y, sin saberlo, un matarife fascista que deambula a la deriva por las calles de Los Ángeles, y arrastra tras él la estela sangrienta de la cultura de la violencia a la americana, en la que ha forjado su identidad..

Le da la réplica, con una pasmosa economía gestual, el gran Robert Duvall, uno de los más grandes actores del cine de hoy.

Con sensación de mínimo esfuerzo, Duvall alcanza resultados máximos, metido dentro de la piel de un apacible y bondadoso policía que, el día antes de su jubilación, se ve obligado a resolver su último -y el más difícil de su carrera- caso en el que ha de vérselas con ese loco perdido de las calles de su ciudad, pistola en mano y en busca de una oscura rehabilitación de sí mismo y de la sociedad que lo ha destruido. Ambos actores huelen a premio.

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