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A la cárcel por musulmanes

La ONU ordena la liberación de los 1.600 detenidos por las milicias croatas de Mostar

La puerta era de metal de color gris. El centinela descorrió el cerrojo. Una docena de hombres demacrados levantó la mirada y se incorporó a sus camastros. No tenían más ropa que la puesta. "Son combatientes, prisioneros de guerra", anunció el militar croata. Ahmed, con enormes bigotes y gafas de concha, lo desmentía. "Nos sacaron de nuestras casas. Nos dijeron que era para protegernos y nos encerraron aquí". Sucedió hace 15 días. Unos 1.600 civiles musulmanes, arrancados de sus hogares de Mostar, permanecen prisioneros de las milicias croatas en el antiguo aeropuerto militar de la ciudad. Las fuerzas de la ONU ordenaron ayer su liberación.Los civiles, hombres y mujeres, fueron trasladados a la base militar durante una de las más duras ofensivas del Consejo de la Defensa Croata (HVO) sobre Mostar. Son aquellos que el capitán médico Jesús Jiménez, de la Agrupación Canarias, vio sacar en autocares un día de patrulla en que la ciudad estaba envuelta en llamas. "Había ancianos, mujeres, niños. Lloraban y agitaban sus brazos pidiéndonos ayuda. Fue terrible. Parecía una película pero estaba siendo tan real...".

El martes, a raíz de la firma de un nuevo alto el fuego entre croatas y musulmanes en la base española de Medjugorje, una comisión de observadores intentó entrar en las instalaciones. Encontraron toda clase de trabas. Ayer le tocó el turno al general Philippe Morrillon, jefe de las Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas en Bosnia (Unprofor). Escoltado por un convoy español y acompañado por su mano derecha, el general Delimiro Prados, Morillon llevaba un buen paraguas: el jefe militar croata de Bosnia, Milivoj Petkovic. En esta ocasión, las puertas de la base, cerradas a cal y canto, se abrieron con desgana.

Patadas y bofetadas

En el gimnasio de la base, tinos 200 hombres se hacinaban sobre colchonetas. Uno de ellos tenía un ojo sanguinolento. Se levantó la camiseta. Su espalda estaba cubierta de hematomas. "Nos dan patadas y bofetadas todos los días", decía un compañero con barba de varios días.

En otro pabellón, un prisionero se acercó corriendo: ",Por favor, vayan a los sótanos. Tienen ahí a mujeres y niños". El comandante español Ramón Álvarez se abalanzo escaleras abajo. Los vigilantes croatas le cortaron el paso. "Por ahí no hay nada". "Sabemos que tienen mujeres prisioneros", contestó Álvarez. Un militar estrábico se aproximó entonces a una de las celdas próximas y abrió la puerta. Una decena de mujeres silenciosas levantó la mirada. Una señora entrada en años comenzó a hablar: "Mis dos hijas pequeñas están en casa. A mi marido y a mi hijo también se los llevaron". Sus labios temblaban. Trataba de contener el llanto. "Díganos, ¿por qué estamos, aquí?".

En una de las oficinas del viejo aeropuerto, Morillon y Petkovic mantuvieron una conversación concisa. "El acuerdo que firmaron el 12 de mayo estipulaba la liberación de los prisioneros civiles. ¿Qué hace esta gente aquí?", preguntó Morillon. "Tenemos prisioneros de guerra y puede que algunos civiles", reconocía incómodo Petkovic. "¿Tienen ustedes una lista de los civiles?". No, no la tenían. "Estos prisioneros deben ser liberados de aquí a mañana y devueltos a sus casas", exigió Morillon con una sonrisa educada. "Es que hasta ahora no hemos encontrado autocares suficientes. En cuanto los tengamos, los sacaremos", contestó Petkovic.

La caravana abandonó Mostar a media tarde. Los disparos de los francotiradores y el estallido de las granadas de mortero hicieron apretar los dientes a los representantes de Unprofor. Una vez más el alto el fuego, firmado esta vez 24 horas antes, saltaba por los aires. Y no sólo en Mostar. A esa hora, la ciudad de Vitez, en Bosnia central, volvía a ser pasto de la artillería.

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