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Sarajevo 1993

En su notable e innovadora tesis sobre la imagen del morisco en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, defendida en marzo de 1993 en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de la Universidad de París, el almeriense José María Perceval evocaba un episodio poco conocido del debate que enfrentaba y enfrenta aún dos concepciones de nuestro pasado y en consecuencia de nuestro presente y futuro: el discurso de ingreso en la Real Academia del arabista Eduardo Saavedra, partidario de una revisión del enfoque triunfalista y glorificador del decreto de expulsión de 1609 adoptado antes y después de aquella medida por la inmensa mayoría de nuestros escritores y la respuesta contundente del presidente del Gobierno español de la época, don Antonio Cánovas del Castillo. El gran artífice de la Restauración leyó unos fragmentos del poema de Gaspar de Aguilar, escrito en 16110, en el que, rememorando la huida desesperada al monte de varias decenas de millares de moriscos apriscados y conducidos a los puertos de embarque, describe lo que el propio Menéndez Pelayo califica no de guerra, sino de "caza de exterminio, en que nadie tuvo entrañas ni piedad, ni misericordia; en que hombres, mujeres y niños fueron despeñados de las rocas o hechos pedazos en espantosos suplicios". Tras la lectura del estremecedor romance, Cánovas exclama: "¿No es cierto, señores, que este imparcial y horrible relato por sí solo bastaría a probar cuán difícil era que gentes tales pudieran siempre vivir en un mismo suelo? Porque mucho de tal rigor hay que atribuirlo, sin duda, a los feroces usos de la guerra en todo tiempo. ( ... ) Pero aquel voto del soldado de dedicar al cielo los cadáveres de tres moros y una mora, y sin contar los que en la batalla había derribado, anticipar el parto de la moribunda, con su propio acero, para que muriendo con ella los moriscos nonatos, se cumpliera así el voto largamente; el bautizo, la alabanza que al hecho da el poeta; todo el cuadro, en fin, que no sin repugnancia he dado a conocer, palpablemente muestra, en mi concepto, que, al rayar el citado siglo, no cabían ya moriscos y cristianos dentro de unas solas fronteras, ni podían beber el agua de unos mismos ríos, ni debían partir los frutos de una propia. tierra".Los acontecimientos que desde fines de 1991 ensangrientan la ex Federación Yugoslava y amagan extenderse a toda la península balcánica presentan demasiadas similitudes con lo acaecido en España unos siglos atrás como para que podamos ignorarlos. Los elementos que intervienen en ellos -verbigracia, el odio entre croatas y serbios- no son, desde luego, los mismos, pero las razones alegadas para justificar la limpieza homogeneizadora y expulsión o exterminio de los musulmanes bosnios y albaneses de Kosovo suenan familiarmente a nuestros oídos: el honor ultrajado, el desquite de Campo Kosovo, la quinta columna turca, la amenaza del "islam militante, de la Yihad Islámica," aducidos por el actual presidente de la federación serbio-montenegrina al novelista Dobrica Cosik, son un elocuente botón de muestra.

La publicación casi simultánea de dos textos: Le nettoyage ethnique. Documents historiques sur une idéologie serbe (Fayard, París, 1993), obra de tres universitarios croatas establecidos en Francia, Mirko Grinek, Marc Gjidara y Neven Simac, y La venganza de la historia, de Hermann Tertsch, excelente corresponsal de EL PAÍS en la ex Yugoslavia, esclarece en cualquier caso las raíces y circunstancias de un conflicto que, no obstante el horror acumulado por las atrocidades serbias y, en menor grado, croatas, permanecen oscuras.

Una ojeada al romancero popular y poemas épicos serbios, ensalzados tanto por los chetniks bosnios del psiquiatra y poeta Dorodan Karadzic como por los muy ilustres miembros de la Academia de Ciencias de Belgrado, que provocaron el chispazo de la guerra interétnica en 1986 con su célebre Memorándum, es en todos conceptos reveladora de las afinidades míticas y castizas a las que antes me refería. La antología de canciones populares de los siglos XVII, XVIII y XIX compilada por Vuk Karadzic expresa de forma clara y rotunda los sentimientos patrióticos que han inspirado desde el punto de vista político, cultural y moral al nacionalismo gran serbio. La descripción pormenorizada de las matanzas llevadas a cabo contra los otomanos en fuga ante los dignatarios de la Iglesia colman a éstos de júbilo y beatitud. Obispos y popes absuelven con lágrimas de alegría a sus autores, transforman sus crueldades y torturas en actos meritorios y les ofrecen el cáliz con el vino eucarístico. Los héroes cantados por los bardos degüellan, arrancan los ojos de las víctimas, desgarran las matrices de mujeres encintas, matan como en el romance de Gaspar de Aguilar a los nonatos, acometen a traición a seres indefensos y los reducen a cenizas con sus viviendas: con todo, sus actos son calificados de "santos" y suscitan el entusiasmo del auditorio. Estos romances o pesme cantan la grandeza del imperio medieval serbio, evocan la destrucción de la patria sagrada por los infieles, incitan a reconstituir el imperio bizantino bajo la dirección serbia. Los otomanos frustraron la realización del gran sueno: como los árabes en España, rompieron la continuidad histórica del reino y, por dicha causa, ellos y su quinta columna bosnio-albanesa deben desaparecer de su presente e historia.

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El Programa de la política exterior y nacional de Serbia, elaborado por Garashanin en 1844, constituye en verdad el primer guión razonado de las guerras de exterminio balcánicas del siglo XX: "El Estado serbio, que después de su inicio feliz debe reforzarse y ampliarse, halla su base y fundamento firmes en el imperio serbio de los siglos XIII y XIV, así como en nuestra gloriosa y rica historia. ( ... ) La llegada de los turcos interrumpió su evolución e impidió esta empresa [imperial] durante largo tiempo; pero ahora, con el poderío turco roto y, por así decirlo, en ruinas, hay que reivindicar de nuevo los derechos y reemprender la obra trunca.( ... ) Nuestro presente se cumplirá en relación con el pasado; por ello, el serbismo, con su carácter nacional y existencia estatal, se cubre con el manto protector de un derecho histórico sagrado [la cursiva es mía]. La realización del Programa implica diferentes fases: extensión de las fronteras serbias; homogeneización de los territorios conquistados; purificación étnica. Los serbios no sólo deben desembarazarse del poder otomano, sino de los pueblos vecinos que ocupan su espacio histórico: en primer lugar, de los albaneses de Kosovo, usurpadores de la "cuna del Estado medieval serbio". Por primera vez, el término "limpieza" ("cistiti") aparece en el vocabulario balcánico.

El mito del serbio dotado de un imperativo histórico se desenvuelve a lo largo del siglo XIX y es la piedra fundacional del nacionalismo gran serbio que acabó por imponerse en el Estado yugoslavo creado en Versalles al fin de la Primera Guerra Mundial. Un conocido geógrafo e historiador -encarnación de estos "eruditos sedentarios" sobre cuyas "ambiciones imperialistas" ironizaba en España Américo Castro-, Jovan Cevijic, lo expresaba en 1918 en su elocuente retrato de la psique del serbio dinárico, consciente de su "misión nacional" y "deberes sagrados".

Estas ideas, propagadas durante el periodo comprendido entre 1919 y la victoria de Tito, permanecieron soterradas mientras el dictador gobernó la Federación Yugoslava con mano de hierro.

Desde su muerte y el derrumbe paulatino del comunismo, reaparecieron en el lenguaje empleado por Slobodan Milosevic para izarse al poder en Belgrado, así como en el ya mencionado Memorándum de la Academia de Ciencias. Hoy son manejadas habitualmente por todos los políticos e intelectuales de la dirección serbia -una curiosa amalgama de comunistas, militares, escritores y dignatarios de la Iglesia-, impregnados de la ideología chetnik y sus crueles sueños de grandeza. La lectura de Le nettoyage ethnique nos procura abundantes ejemplos: "Son siempre los fuertes y jamás los débiles quienes dictan las fronteras" (Slobodan Milosevic, en un discurso en Belgrado del 16 de marzo de 1991). "Nuestros mitos nos robustecen y debemos vivir con ellos. Cada vez que nos hallamos en dificultad volvemos a Kosovo, a la poesía popular, a Karagjorgje" (Antonije Isakovic, académico y coautor del Memorándum de 1986). "Los serbios deben comprender que esta guerra no puede concluir con un acuerdo. Es una guerra por los territorios y allí en donde se combate hoy, o bien no habrá musulma-

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