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46º FESTIVAL DE CANNES

Wim Wenders disfraza de cine trascendental a un mediocre sucedáneo anticinematográfico

Lo peor no es que Wim Wenders intente hacer pasar por arte cinematográfico a un deleznable sucedáneo de cine, sino que lo consiga. Tan lejos, tan cerca es una continuación nacida con fórceps y regla de cálculo de El cielo sobre Berlin. Y si ésta era una película de fondo falsario, su una prolongación no llega a eso, porque carece por completo de fondo. Es difícil encontrar tantas simplezas juntas tantas vaciedades acumuladas como las que reúne Wenders en las tres horas como tres siglos de esta, es un decir, película.

Los optimistas auguran un fracaso a Tan lejos, tan cerca; mientras los pesimistas -y si lo son es porque conocen mejor que aquéllos el terreno que aquí pisan- temen que ya hay en la lista de premios de Cannes 93 un lugar vacío para que el día 24 se llene con ese título: el vacío llama al vacío. Es una consecuencia de que, tras la proyección del filme, se formaran corrillos de iluminados en el arte de hacer distingos celestiales en las malas tripas del cine. La cinefilia divina se desató la melena hace dos días ante la aparición de san Peter Greenaway y ahora encuentra en la de san Wim Wenders nuevos signos tealogales para que el desmelenamiento siga.Por suerte, frente a tanta credulidad, quedan en las aceras de Cannes ecos de las risotadas de quienes se tomaron a guasa esta involuntariamente divertida película alemana, lo que no deja de ser un síntoma de buena salud en los ojos. Pero el hecho de que se produzca este claroscuro de contrastes no deja de ser lamentable, pues fuerza a tomar como un asunto serio y, digno de discusión una tan indiscutiblemente boba película como ésta. De nuevo, como ocurrió con El cielo sobre Berlín, nos encontramos a estas alturas, del siglo XX en pleno debate medieval sobre el sexo de los ángeles.

Porque de ángeles sigue siendo este segundo capítulo de la farsa. En ella están, además de los ya conocidos angelitos de El cielo sobre Berlín: Bruno Gariz, Peter Falk, Solveig Dornraartin y Otto Sander, otros nuevos y probablemente más angelicales, como Lou Reed, Willem Dafoe, Nastassia Kinnski y, así como suena, el mismísimo Mijaíl Gorbachov, que suelta ante la cámara de Wenders un discurso humanista y metafísico literalmente tronchante, sobre. Europa, el destino de los pueblos, la fraternidad universal y la caída del muro de Berlín; caída -o tal vez batacazo- histórica, cuya paternidad nadie le niega y así le van las cosas: haciendo de figurante en una de las peores películas del milenio.

Del batacazo del muro de Berlín proviene este otro batacazo de menor cuantía: el derivado del error de cálculo de Wennders, que olfateó un buen negocio, pero que no supo medirlo ni organizarlo de forma objetiva, sino que por el contrario personalizó y subjetivizó su proyecto, y la vanidad pudo con él, jugándole una mala pasada. Wenders tenía y tiene atravesada en la garganta la espina de que lo mejor, lo más célebre y más celebrado de El cielo sobre Berlín es con superioridad astronómica sobre todo lo restante, la maravillosa escritura de Peter Handke, y quiso quitarse de encima de sus tendencias megalomaniacas este fardo, por lo que decidió de forma insensata escribir él mismo el guión de Tan cerca, tan lejos.

Escribir cine

Wenders es un buen productor. y un habilidoso director, pero en cuanto escritor es una pena viviente: no le sale ni una frase digna de ser visualizada o simplemente dicha. De esta manera, a la elemental armazón narrativa y documental del filme, se superpone una indigerible, opaca y bobalicona verborrea, que hunde, aplasta y acaba anulando la escasa entidad de las imágenes, las situaciones y los esbozos, siempre inacabados, de los personajes. Tan superficial y tan solemne es el tono de la escritura que, pese a estar mejorada por la concisión a que obligan los subtítulos, parece un plomizo parlamento seudopoético, reducido a la cultura de mesa-camilla propia del Readers Digest.Y así, una de las jornadas mas esperadas de Cannes 93, se convirtió, como casi todas las celebradas hasta ahora, en una nueva y cada día más inaguantable invitación a la desesperación y al bostezo perpetuo. Estamos a mitad de camino del concurso y hasta el momento sólo hemos visto una o, con indulgencia, dos películas, dignas de concursar. Hacía muchos años que este gran festival no era tan pequeño, que el máximo encuentro mundial del cine fuese un desencuentro tan inapelable.

Y, sin embargo, hay cine verdadero en Cannes. Pero éste puede encontrarse fuera de la sección oficial: en las secciones paralelas o en el complemento casi cómplice de la Quincena de los Realizadores. Allí, en el caldo de cultivo de la marginalidad, se encuentran imágenes y palabras dignas de la tradición de esta celebración del cine.

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