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Michael Peters, el hombre que llamó a la policía para responsabilizarse del atentado en el que murieron tres turcas y se despidió diciendo "Heil Hitler", desprovisto de sus gruesas botas y sin el corte de pelo característico, no parecía ayer el temible líder de un grupo neonazi. Con el cabello lacio que casi le cubría las orejas, vistiendo un jersey de color granate y mirando todo el tiempo hacia el suelo, intentó desmarcarse de cualquier tendencia ideológica y desmitificar la conspiración política que se le atribuye.Reconoció haber decorado su apartamento de la localidad de Gudow, muy cerca de Mölln, con toda clase de parafernalia nazi, pero negó radicalmente pertenecer a ningún partido político de esta tendencia. Cuando el fiscal Klaus Pflieger le preguntó si era un cargo importante del Partido Nacional Democrático (NPD), una de las formaciones neonazis tradicionales, indicando que se le había visto en el local que este grupo tiene en Gudow, Peters se limitó a responder: "Solo iba allí porque esperaba poder beber cerveza".
La tragedia de Mölln forzó al Gobierno del canciller Kohl a salir de la pasividad y tomar medidas drásticas contra los numerosos grupos neonazis que habían surgido por doquier en la Alemania unificada. Dos de estos partidos, los más notorios, fueron prohibidos. Determinados líderes fueron privados de sus derechos civiles. Se inició incluso una persecución contra las bandas de música Oi, que se especializan en letras de contenido racista.
Desde entonces, la ola de violencia ha desaparecido de las páginas de los periódicos. Pero sigue. Este fin de semana, en Renania del Norte-Westfalia se han producido tres nuevos ataques.
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