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Tribuna
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Obras y corrupción

José Borrell y Francisco Álvarez Cascos mantuvieron en la noche de ayer un forcejeo dialéctico que sacó, periódicamente, a la superficie una de las corrientes negras que socavan el debate político en España: la descalificación global y sistemática del adversario; las acusaciones generales de corrupción, la insinuación calumniosa como explicación última de muchas decisiones políticas. Pero lejos de ser un debate hueco, la discusión permitió, en algunos momentos, que aflorara la insuficiencia de esa estrategia de descrédito, aunque se disfrace de un híbrido populismo regeneracionista.El ministro de Obras Públicas y Transportes y el secretario, general del PP habían acudido a Antena 3 a debatir sobre las infraestructuras pero estuvieron gran parte del tiempo cruzando argumentos sobre la honorabilidad de la clase política. Álvarez Cascos -desde la estrategia habitual del Partido Popular- buscó colocar contra las cuerdas a su adversario, machacando sobre tres consignas habituales de su partido cuando se refiere a la gestión del Gobierno socialista: crisis, despilfarro y corrupción. Pero su estrategia se volvió contra él y Álvarez Cascos se vio, desbordado, una y otra vez, por José Borrell que, lejos de adoptar una posición defensiva, atacó no sólo en el plano político -"proyectan ustedes la sombra permanente de la corrupción sobre todo"- sino también en los aspectos más técnicos de la discusión, ya fuera sobre las autopistas, el plan hidrológico o los accidentes en carretera.

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Borrell y ÁIvarez Cascos se sacan los trapos sucios al hablar de infraestructuras

La conocida habilidad dialéctica de Borrell, su capacidad de ordenar un discurso coherente, contrastaba con las insuficiencias arguméntales de Álvarez Cascos, incapaz de esbozar un programa positivo mas allá de la crítica radical a su adversario.

Alianza latente

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El debate sobre seguridad y libertad, unas horas antes en La 2, en el que participaban PSOE, PP, IU y PNV, se convirtió, desde el comienzo en, una discusión triangular: el ministro José Luis Corcuera frente a Alberto Ruiz Gallardón, candidato al Senado del PP por Madrid, y Antonio Romero, número uno de IU por Málaga, que atacaron en una alianza a la griega, más latente que real, las políticas del Gobierno socialista. Emilio Olabarría (PNV) se mostró por encima de esa discusión triangular -a menudo demagógica en la réplicas y dúplicas- para intentar encuadrar, con una lucidez poco habitual en este tipo de discusiones, los problemas del narcotráfico y de la seguridad ciudadana.

Corcuera y Gallardón, que han polemizado reiteradamente en diversos medios de comunicación en las últimas semanas, abundaron en sus posiciones. El ministro deshaciéndose en elogios a la Policía en un intento, bastante desafortunado, de apuntarse a la popularidad que -según él mismo subrayó- gozan las Fuerzas de Seguridad en España. Gallardón buscó un debate "en positivo" e hizo gala de un catastrofismo elegante que contrastaba con la zafiedad dialéctica del representante de IU, quien, sin embargo, consiguió hacer mella en el habitualmente coriáceo Corcuera. El ministro no pudo ocultar su nerviosismo cuando Romero le pidió que se definiese claramente sobre un posible indulto del Gobierno a los ex policías José Amedo y Michel Domínguez.

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