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FERIA DE SAN ISIDRO

Una corrida náutica

"Van a tener que torear en barca", decía el público, cuando arreció la lluvia. Eso fue en el segundo toro. En el primero ya estaba lloviendo y una hora antes de empezar la corrida, también. De donde se deduce que las corridas pueden suspenderse por la inclemencia del tiempo, pero más frecuentemente se suspenden por la inclemencia de la taquilla. En esta oportunidad, lo que había era un taquillón -plaza abarrotada hasta la bandera- y un público deseando ver toros, allá penas si los toreros habían de torear en barca y se convertía la función en una corrida náutica.Debe comprenderse el interés por ver toros. A fin de cuentas los aficionados llevaban vistas nueve corridas de la feria nada más, y sólo les quedaban 18 -no se contabilizan las anteriores a la feria y lo que vendrá después: unas 70-, todo lo cual es poco para satisfacer su pasión por el arte de Cúchares. De manera que cada cual se cubrió como pudo, los tendidos se cuajaron de paraguas y sonó el clarín.

Camacho / Armillita, Finito, Chamaco

Toros de María del Carmen Camacho, en general terciados, flojos y boyantes.Armillita Chico: pinchazo y bajonazo (silencio); estocada corta descaradamente baja (silencio). Finito de Córdoba: estocada (oreja); dos pinchazos y estocada (vuelta). Chamaco: estocada atravesada y cuatro descabellos (ovación y salida al tercio); bajonazo perdiendo la muleta (silencio). Plaza de Las Ventas, 17 de mayo. 10ª corrida de feria. Lleno.

No hubo ni una sola protesta en el tendido y sí mucho aplauso. La afición se mostró comprensiva pues, con lo que caía y con el barrizal en que se convirtió el ruedo, era improcedente poner reparos al trapío de los toros y a los picos u otros alivios de los toreros. La escasa presencia y la invalidez manifiesta del primer toro de Finito de Córdoba seguramente no se habrían tolerado en tarde de sol y moscas, aunque también es probable que Finito habría mejorado su faena de hacerla sobre ruedo enjuto. O sea, que váyase lo uno por lo otro.

Estaba inspirado Finito de Córdoba para embarcar la pastueña embestida del torito flojo y ligó tres excelentes series de redondos con el temple, la armonía y la hondura que caracterizan su toreo. En una tanda de naturales, sin embargo, no se acopló, y recurrió de nuevo al derechazo para merecer la oreja, que finalmente ganó con todos los pronunciamientos favorables al coronar la faena de una certera estocada.

Llovía a cántaros. Y no paró de llover, hasta que volvió a torear Finito. Las nubes seguían arriba, renegridas y amenazadoras, pero cerraron el caño y pudo entonces la afición guardarse los paraguas para presenciar a gusto y aplaudir sin trabas una faena pletórica de torería, bien construida, buena en el toreo en redondo y extraordinaria en una tanda de naturales, que ligó el artista, vibrante y ceñido, en el centro geométrico del redondel. Mató mal y perdió por ello la oreja e incluso la salida a hombros por la puerta grande, que ya cantaba jubilosa la afición.

El cielo dio entonces por terminada la tregua y soltó una torrentera sobre la plaza de Las Ventas. Ahora lo de torear en barca ya no era una premonición; era una necesidad absoluta. Chamaco salió al tercio y debió de hacerlo a bordo de un buque de la armada. El toro le embestía como un tiburón. Se trataba de un colorao amelocotonao con aviesas intenciones. Los coloraos -saltaron dos al barrizal- dieron menos juego que los negros. El que abrió plaza, un albahío calcetero, patilargo y estrecho de pecho, cuya presencia aceptó sin rechistar la afición por mor de la lluvia, manseó en varas, esperó con peligro en banderillas, acabó reservón, y Armillita sólo pudo sacarle tres o cuatro derechazos de buena factura. Con el cuarto, de más clara boyantía, no se acopló. Evidentemente, Armillita es torero de secano.

Chamaco, en cambio, es torero náutico, avezado a capear temporales. Compareció decidido sin importarle el diluvio, se metió de rodillas en el agua, y en esa temeraria postura le dio al tercer toro cuantos derechazos quiso, ante el asombro y la emoción del público, que coreaba los pases con clamorosos olés. Luego, de pie, ya conmovió menos Chamaco, pese a su voluntad de interpretar en pureza el toreo ortodoxo. Al colorao amelocotonao no le pudo sacar partido. Ya quedó dicho que era también atiburonao, y surcaba taimado el agua, buscándole al pundonoroso torero las femorales.

Mató Chamaco de un bajonazo. Y no hizo más que doblar el toro-tiburón, cuando dejó de llover. Y mientras -ya cerrándose la noche- los focos de las andanadas sacaban destellos luminescentes en las lagunas del ruedo, sobre los tejadillos del coso aparecía el arco iris. Un inesperado espectáculo que dejó maravillada a la afición. Nunca Las Ventas fue tan bella.

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