El toro de Madrid
Desde siempre los toreros han sufrido preocupación con el toro que se lidiaba en Madrid, desde que se corrían en la plaza Mayor, pasando por la plaza Vieja, instalada en la Fuente del Berro, hasta la actual de Las Ventas. Los bibliófilos taurinos conocen el célebre pleito entre Costillares y Pepe Illo con Pedro Romero respecto a los toros castellanos, que los primeros eran remisos a matar en la Villa y Corte, y al rondeño, que debió ser un portento de hombre y de profesional, le tenían sin cuidado y obligó a sus dos compañeros a pasar por el aro. Hablamos de hace más de 200 años...Y es cierto, el toro que se lidió y se lidia en la. capital de España tuvo y posee -salvando las distancias obligadas por el paso del tiempo y de las modas- un no sé qué especial que hace cavilar a los toreros. No es cuestión de. tamaño, ni de cuernos, ni de agresividad, sino todo lo contrario, y un poco de todos esos atributos que, unidos en los ruedos madrileños, suman una sensación tan peculiar que produce pavor... Pero, ¡ojo!, también una reacción contraria y afortunada en el alma de los toreros que se sienten tales que hace que en estas plazas, ahora la de Las Ventas, les nazca de las entrañas un instinto provocador de superación que en otros cosos no se manifiesta con tanta intensidad.
Cierto que existen otras plazas de toros carismáticas, especialmente la Maestranza sevillana, pero ninguna impresiona con la intensidad de la madrileña, que mediatiza a los diestros cuando llegan a sus proximidades, los asusta durante la estancia en el patio de cuadrillas, enerva en el paseíllo y, aparte de la inquietud que produce la espera en el callejón mientras actúan los compañeros que les preceden, se produce una reacción positiva, nacida de lo más hondo y sincero del hombre torero, que, aparte de tranquilizar el ánimo y potenciarlo, le hace sentir y entender con meridiana claridad cuál es su objetivo.
En esos momentos no hay ningún torero que calibre las posibles ventajas o conveniencias económicas que un triunfo le puede proporcionar. Es otro sentimiento el que le inspira: el saberse superior, incluso a sí mismo en otras circunstancias, y sentir la caricia embriagadora de la gloria que supone recorrer el ruedo más importante del mundo con las orejas de un toro en las manos, trofeo de incalculable valor, prácticamente inaccesible para la gran mayoría de los hombres.
Por ello, los anunciados en los carteles isidriles se refugian en sí mismos, se preparan con mayor intensidad, convicción, y no descansan espiritualmente hasta que el trance de Las Ventas ha pasado. Saben que las reses a lidiar serán especiales, y el público también, y que si no les acompaña el éxito soportarán una temporada acosados por los empresarios, que se lo reprocharán, con la consabida rebaja de sus honorarios. Por el contrario, si el triunfo fue contundente, su apoderado deberá esgrimirlo ante los contratadores para lograr más dinero y mejores ganaderías.
El toro que sale al ruedo madrileño es un animal seleccionado por su excelente presentación -el llamado trapío-, reata, potencia y bravura furibunda y no blandengue, que ayude a lograr el triunfo en plaza tan exigente, algo que no es tan fácil como pueda parecer. Por eso se le respeta y teme tanto.
Babelia
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