Cien, días de Clinton
"HACER LAS cosas toma tiempo. Por eso el mandato es de cuatro años, no de tres meses". Ésa es la respuesta que da el presidente Clinton cuando le critican la falta de logros de sus cien primeros días en la Casa Blanca. ¿Por qué, entonces, ha trabajado tan aceleradamente para obtener resultados espectaculares en ese periodo? Se ha dejado arrastrar por la urgencia del triunfo. Confiesa que ha querido abarcar demasiado y que, por ello, no ha sido capaz de explicar a sus conciudadanos lo que quería hacer en los tres primeros meses de presidencia. Puede que en su incapacidad para ocuparse de todos los temas por igual hayan influido la amplitud de su programa, la dificultad de cumplir promesas electorales demasiado generosas y el retraso con que montó su equipo de gobierno.Y así, cien días después de jurar el cargo, Bill Clinton tiene uno de los índices de aceptación más bajos de las últimas presidencias: 59% (y uno de los índices de rechazo más altos: 39%). Considerando que votó por él el 43% del electorado, es obvio que el presidente ha mejorado en las preferencias de los norteamericanos, pero en menor cuantía, si se relaciona el incremento con el de sus predecesores en los mismos periodos históricos. Lo que es más, el 48% de los ciudadanos considera que ha roto demasiadas promesas.
Se diría que Clinton ha perdido en gran medida la rapidez de reflejos y la firmeza que le caracterizaron como candidato. Su astucia se ha convertido en obstinación. Ello fue enseguida evidente en su primer enfrentamiento con la cúpula militar por la cuestión de los derechos de los homosexuales. Calculó equivocadamente la fuerza del adversario y escogió mal el terreno de enfrentamiento. Tal vez ése sea "el principal fallo de su personalidad de político sureño recién llegado a Washington, capital del maquiavelismo y del desprecio hacia la ingenuidad provinciana. Seguramente, también, ha llegado a la Casa Blanca en un momento particularmente dificil de la vida norteamericana, en un momento en que las expectativas generadas por la esperanza de cambio no podían ser satisfechas con el rigor y a la velocidad que hubieran sido propios de una nueva revolución kennediana.
En realidad, estos cien días le han permitido comprobar la distancia que separa el entusiasmo electoral de las posibilidades efectivas de alterar significativamente las expectativas económicas. Por una parte, su programa prometía la drástica reducción del déficit presupuestario y el incremento de las inversiones en educación y sanidad, sin aumentar más que los impuestos de los ricos. Pero no sólo no fue posible, sino que Clinton se vio inmediatamente obligado a proponer para todos subidas de impuestos con las que hacer frente a los nuevos gastos. Por otra parte, la derrota hace pocos días en el Congreso de su programa de reactivación de la economía, las previsibles dificultades con que chocará la reforma del sistema de salud pública, el estancamiento del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México, las dificultades que se anuncian para el plan de ayuda financiera a Rusia y para algunos capítulos del presupuesto han sido otras tantas reprimendas al flamante presidente. El gran enunciado de su campaña, "una economía basada en la gente", no se ha concretado aún en nada.
Acaba de saberse que la cifra de crecimiento de la economía en el primer trimestre, en un momento en el que parecía que ésta continuaba el despegue iniciado al final de la era Bush, ha sido de apenas un 1,8% anual, muy inferior a la esperada de entre el 2% y el 2,5%. Ha contribuido a ello el doble descenso del consumo y de las exportaciones. Como este dato llega después de los del tercer y cuarto trimestres de 1992 (3,4% y 4,7%), a Clinton no le queda más remedio que acometer el resto de su mandato con la aplicación de algún paquete que estimule la creación de empleo y aumente la confianza de consumidores y empresarios.
Pero, desde este lado del Atlántico, la imagen de liderazgo mundial que debe dar un presidente de EE UU se resiente por las peores indecisiones de los cien días. Es cierto que George Bush no le dejó una herencia cómoda; no lo es menos, sin embargo, que Clinton ha escogido un secretario de Estado de mucha mayor blandura que.su predecesor, y que entre los dos han contribuido a proyectar una imagen contradictoria, de grandes altibajos en las decisiones que se han hecho necesarias en un escenario extremadamente complejo, abarrotado de problemas como la antigua Yugoslavia, Oriente Próximo, las negociaciones de la Ronda Uruguay y los acuciantes problemas del hambre. Clinton ha dado muestras inequívocas de progresismo (en materia de aborto, de equiparación de derechos de los homosexuales, de ética pública, de ecología), pero nadie debe olvidar que las grandes presidencias norteamericanas se han hecho al combinar audazmente la mirada hacia el futuro con el trabajo sólido en el presente.
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