El otro fin de siglo
San Cosme y San Damián es una cuestecilla que baja de Santa Isabel; un barrio culto, ácrata y religioso. La iglesia pequeña que da frente a la callecita, tiene en su fachada un grafito de la CNT, "Ni Dios, ni amo". Cerca hay una escuela de ballet; un poco mas allá, la Corrala de la Danza: entran y salen chicas ágiles, con las bolsas con su ropa. Detrás, el Reina Sofía (o sea, delante: por la precedencia del gran arte oficial); a un lado, la Olimpia y el bullicio de Lavapiés. En San Cosme y San Damián ha excavado Ángel Gutiérrez, diríamos en metáfora, ha creado de un viejo y gran local, quizá almacén, una sala que se llama Teatro de Cámara, como el de Moscú. Vino de Moscú -estuvo 40 años: un niño ruso republicano-, donde aprendió, donde hizo teatro. Hace 10 años se descubrió con un Moliéère -Les fourberies de Scapin- y desde una sala como esta saltó al María Guerrero: quedan muchos de aquella compañía en ésta, y otros que se han incorporado: alumnos suyos de la Escuela de Arte Dramático. Todos han trabajado en esta albañilería: ha quedado bonita y estimulante, con un saloncillo donde está el retrato de su maestro, el de Chéjov -maestro de todos-, un piano; y detrás, un patinillo ajardinado en el que sueña poner algunas mesitas para el verano. El espacio escénico es suficiente, y en el estilo de otras salas del barrio: también está por allí la Mirador, donde Gutiérrez obtuvo algunos éxitos importantes (últimamente, un Hernani, un Ruy Blas). No les han sacado de la pobreza literal, ni parece que nadie se decida a sacarlos o, por lo menos, a ayudar un poco. Honra al barrio, se añade a su prestigio marginal pero cultural. Es un trozo de Madrid vivo y entero todavía.Entre estas tribulaciones, nostalgias de sus amigos y sus compañeros de Moscú, cuya suerte le trae sin sueño ("¿Habrá guerra civil?". "¡Los chechenios están cargados de armas modernísimas!"), ha abierto su Teatro de Cámara con un Chéjov que no es teatral, El pabellón número 6, que en mi casi infancia me traía a mí sin sueno, por su entrada en el mundo de la locura, de la injusticia de los encerrados, el nihilismo del médico, la discusión entre ellos de la naturaleza humana. Era el fin de siglo anterior: y una ciudad donde no se podía conversar con nadie, vulgar y atroz, donde la estulticia hacía el papel de la maldad. Y donde el celo de sus amigos puede enviar al médico-Chéov también era médico: uno de los grandes humanistas que daba la medicina de su tiempo- al mismo pabellón, a extinguirse y morir. Se dicen en esta obra grandes cosas que alcanzan desde aquel fin de siglo hasta el nuestro; lo que se ha perdido en el camino es el mensaje de esperanza, la llamada permanente en este genio europeo que fue Chéjov a la idea de que todo va a cambiar, de que todo estaba cambiando. Como en el final de El jardín de los cerezos. Verlo ahora produce una cierta angustia: aquello que debía llegar a Rusia llegó, transformó la sociedad, y luego se hundió: y ahora no es más que el miedo a una guerra civil que podría ser durísima. ("Cuando se despierta al oso ruso...", decía Ángel Gutiérrez). Él mismo ha hecho la adaptación, la reducción de espacios y personajes: no es una obra teatral, y la necesidad de conciencia de respetar el texto la convierte en discursiva; y la también necesidad de que los conceptos se extiendan y se entiendan le ha llevado a dirigir a sus actores con premiosidad, con la palabra dicha lentamente y el movimiento acompasado. Se sigue sintiendo la emoción del texto, que era -o es, está vivo- la aplicación a seres humanos, sufrientes, de unas ideas filosóficas y universales; si no se siente como teatro, sí como texto, como reverdecimiento de la lectura y como una lección de Chéjov.
El pabellón número 6
Adaptación del relato de Antán Chéjov. Adaptación, dirección y escenografía: Ángel Gutiérrez. Creación y producción: Teatro de Cámara de Madrid. Intérpretes: José Luis Alcobendas, Germán Esteban, Jesús Salgado, Vicente Rodado, Ludmila Ukolova y Moncho Sánchez-Diezma. Teatro de Cámara de Madrid.
Tiene poco público. Quizá la densidad de la obra, en la que sigue trabajando para limpiar, como se dice en el teatro, para mejorar, no esté llevando mucho público. Con el tiempo, el Teatro de Cámara se puede hacer costumbre, y se podrán ver algunas obras como las que antes ha hecho Ángel Gutiérrez con sus entusiastas alumnos.
Babelia
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