"Lux" perpetua
Una sutilísima trama de diminutas pinceladas, próxima al puntillismo, pero dotadas todas ellas de la suficiente sustancia como para que la red reverberante que forman dé la impresión de una textura escamosa; unos nítidos y bien delimitados campos de color, de singularísima gama sorda, con tonalidades entre lo gris verdoso y lo violáceo, entre la más matizada variedad de sienas rojizos y amarillos limón y malvas, azules lavanda y morados; una extrema economía figurativa en la que pronto se acaba el inventario: mesas, sillas, bancos, tazas, vasos, cestas, algunas coronas de flores y, sobre todo, cabos de vela encendidos; muy circunstancialmente: alguna silueta de mujer, que nos da la espalda o se hinca de rodillas... No puede estar más reducido a lo esencial el campo expresivo de Cristino de Vera (Santa Cruz de Tenerife, 1931), y no puede ser más suyo, más inalterado, más verdaderamente intemporal.
Cristino de Vera
Galería La Máquina Española. Marqués de la Valdavia, 3. Madrid. Hasta el 30 de junio.
Paisaje vital
En realidad, quienes venimos siguiendo con interés la ya dilatada trayectoria de este discípulo de Vázquez Díaz, apenas si podemos encontrar variación respecto a lo que ha venido haciendo en años, fuera de, por ejemplo, no haber exhibido en la presente exposición ningún paisaje, lo que, por otra parte, posee escasa relevancia para un pintor que hace de la naturaleza muerta su paisaje vital, pero dando a este género su dimensión más absolutamente espiritual, de objetos inmovilizados, que, en silencio, portan radiantes mensajes simbólicos.Pero ¿qué pasa con este ensimismado, intenso, sensible pintor, que, inalterado, apenas si nos susurra apacibles imágenes elegiacas, cuya, honda tristeza, lejos de perturbarnos, nos adentra en el silencio puro de las pocas verdades esenciales que hacen caer las palabras como hojas secas?
Realmente, no pasa nada que no sea una nada germinativa, una nada musical de musicalidad callada, más espiritual que propiamente poética.
Vistas las cosas desde fuera, se han rastreado similitudes para definir esta extraña quietud que irradia la pintura de Cristino de Vera y, en no pocas ocasiones, se ha citado a Morandi, con el que ciertamente tiene algunas concomitancias en la actitud de profunda concentración silenciosa más que en el estilo. Pero, finalmente, donde este pintor se singulariza es por el meollo de luminosidad sorda, que emerge de la insondable profundidad del lienzo como algo sobrenatural, luz que ilumina y calcina, luz transustanciadora, que deja la realidad suspendida en una miríada de partículas flotantes, condensaciones cromáticas, figuras espectrales...
Cristino de Vera sigue en lo suyo, y lo suyo hace pensar en lo que esa vieja dama le escribió al poeta Walcott: que "el cielo es el lugar adonde van los pintores, todos los que crearon belleza sobre una frágil concha o caracol".
Dotados de luz, "allí regresan para hacer el trabajo que es de Dios"; el de Cristino de Vera, plenamente luminoso, alumbra el misterio y la compasión.
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