El complejo militar industrial
El modelo búlgaro, basado en las necesidades de la guerra fría, comienza a vender al extranjero
En pleno centro de Sofía, en una plaza presidida por una imponente estatua del zar de Rusia, hay un café llamado Yalta donde se reúne la plana mayor de la Mafia búlgara. Es vox pópuli en Sofía. Los taxistas lo describen con un tinte sombrío en la voz, pero se habla de ello por todas partes. ¿Qué es la Mafia búlgara? También lo cuentan con facilidad y concisión: una parte del antiguo aparato del partido comunista que aborda ahora los rentables negocios de la exportación de armas a Macedonia o a Serbia y el contrabando de combustible por las fronteras de Rumania y Grecia.
Un funcionario del Ministerio de Industria habla de ellos con un cierto cinismo: "No tenemos empresarios, no hay acumulación de capital. Sólo contamos con la posible entrada de capital extranjero. Los especuladores, los contrabandistas de la frontera están realizando a marchas forzadas la acumulación de capital. En pocos años reproducen la historia del capitalismo, que es adonde nos dirigimos". El modelo económico búlgaro estaba basado en las necesidades de la guerra fría. Un enorme conglomerado de industrias especializadas en la producción de armas con una tecnología intermedia echaba al mercado cantidades ingentes de fusiles de asalto, carros de combate, vehículos ligeros, explosivos o aparatos de comunicación. Poco a poco, esta industria, que se amparaba en la necesidad del secreto militar para adquirir una autonomía casi escandalosa, comenzó a vender sus productos al extranjero.
El producto de estas ventas se convirtió en la principal fuente de divisas del país. Sin embargo, las divisas eran recaudadas por el Estado y no revertían en la modernización de la industria, lo que provocó una desastrosa situación financiera en las empresas, altamente endeudadas con los bancos.
El fin de la guerra fría y la instauración de un régimen democrático en Bulgaria hizo que las ventas bajaran drásticamente por dos motivos: la general baja da del comercio mundial de armas (menos de la mitad en 1992 que tres años antes), y la necesidad del Gobierno búlgaro de obtener una credibilidad internacional, que condujo a un control interno sobre la exportación del mercado de armas. Para colmo, algunos receptores, como Irak y Libia, incumplieron sus compromisos de pago, lo que sacudió de forma sensible la balanza exterior del país.
El Gobierno, no comunista, de Dimitrov intentó establecer un control sobre el comercio de armas. Las resistencias no se hicieron esperar. En mayo de 1992, el ministro de Defensa, de la Unión de Fuerzas Democráticas, Dimitar Ludhzev, hubo de dimitir después de una larga polémica sobre el control de las exportaciones ilegales de armas.
En el camino se disolvieron las compañías estatales de comercio exterior de armas. La más poderosa de ellas, Kintex, controlaba todas las operaciones en divisas fuertes. Y se comenzó una profunda reforma de las estructuras de los diversos conglomerados. El proceso fue duro, no se culminó, y provocó numerosos escándalos de tráfico ilegal en los que se vieron envueltos directamente varios altos cargos del Gobierno, incluidos asesores del presidente, Zhelev, y del primer ministro, Dimitrov.
Mientras, se había completado un proceso de subdivisión de los complejos industriales de armamento, iniciado a lo largo del año 1987, que desmantelaba los mismos. Los grandes consorcios, como Metalchim, Arsenal y Elektron, se subdividieron en 1991 en casi 60 empresas distintas, lo que provocó una auténtica ruptura del sistema de producción.
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