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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Llega el pasado

HACE 12 millones de años, una estrella gigantesca estalló en la galaxia M81. Había consumido totalmente el hidrógeno del que dependía su vida, y murió en una brillante explosión que lanzó al universo colosales cantidades de materia y energía. La luz y la radiación electromagnética generada en aquel instante han estado viajando desde entonces. Han recorrido más de 10 billones de kilómetros antes de alcanzar este pequeño planeta del sistema solar. Y mientras esa luz viajaba a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, en este rincón del universo aparecía, hace apenas 1,5 millones de años, una especie nueva, el hombre, que andando el tiempo sería capaz de construir instrumentos ópticos con los que escudriñar el espacio. Un sujeto de esa especie, un astrónomo aficionado de Lugo, España, repararía un día de 1993 en la existencia de un resplandor donde antes no había nada. Estaba asistiendo, como si ahora ocurriera, al surgimiento de una supernova, resultado de aquella lejana explosión.Aunque cada año se descubren algunas decenas de supernovas en diferentes galaxias, estas explosiones son acontecimientos muy especiales para los estudiosos del universo que intentan comprender los mecanismos profundos de las estrellas. Los científicos saben que el nuevo punto luminoso de la galaxia M81 seguirá aumentando su brillo. Luego puede permanecer en el cielo nocturno cientos de años, como un enorme rastro de nubes iluminadas, tal vez como los espectaculares filamentos rojo-anaranjados de la nebulosa del Cangrejo, que no son sino los restos de una supernova que descubrió en el cielo un astrónomo chino en el año 1054. Al final, en el centro de la nebulosa quedará, como una lápida en memoria de la estrella que allí existió una vez, un pequeño cuerpo celeste residual muy compacto girando a gran velocidad y emitiendo radioseñales. Si el astro que estalla es realmente gigantesco, el final será más enigmático aún, según muchos científicos, que predicen la formación de un agujero negro con sus restos.

Como el Sol es una estrella mucho más pequeña, su final será menos violento: empezará a aumentar de tamaño y devorará en un infierno a los planetas interiores, incluida la Tierra. Luego se irá enfriando y se convertirá en una insignificante estrella enana blanca.

Doce millones de años, el tiempo que ha tardado la radiación de la explosión en recorrer la distancia desde M81 a la Tierra, no es mucho para los astrónomos, que observan cuerpos celestes cuya luz tarda 13.000 o 14.000 millones de años en llegar a sus telescopios. Poco antes debió originarse todo el cosmos en la colosal explosión del Big Bang. En esta historia del universo, las supernovas desempeñan un papel fundamental para explicar que existen planetas y organismos vivos, porque los científicos han calculado que al principio sólo se formó hidrógeno, helio y algo de litio, y todos los elementos químicos más. pesados se han ido formando después en los astros. El carbono, base de la vida orgánica, los minerales de las rocas, el calcio de nuestros huesos, el hierro de la sangre, se cocinó en el corazón de alguna estrella que cuando había consumido todo su hidrógeno, rompiendo el equilibrio del que dependía su estabilidad, se colapsó sobre sí mismo y estalló. Una onda de choque debió lanzar entonces por el universo colosales cantidades de la materia estelar, que se condensaron posteriormente en el Sol y sus planetas.

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Tal vez, mientras la luz de la supernova descubierta la semana pasada viajaba por el espacio, la materia expulsada en la explosión ha iniciado el proceso de formación de otras estrellas y planetas a su alrededor, en los que quizá surja un día alguna forma de vida.

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