El peligro de Rusia
Creo que el discurso del presidente ruso del día 20 de marzo fue un error político. Sus asesores y el sector de los círculos democráticos que le animaron a seguir ese camino le han hecho un flaco favor. Era previsible que muchos puntos de su proclamación serían considerados -como de hecho lo han sido- como inconstitucionales por parte de los diputados, la prensa y, por último, el Tribunal Constitucional. Por ello, la crisis no se ha calmado; por el contrario, ha empeorado. Ahora es importante que todas las partes en disputa mantengan la calma, puesto que todavía no es demasiado tarde, a pesar de todo lo ocurrido, y que traten, en común, de alcanzar soluciones de compromiso razonables.Y si llegan conjuntamente a la conclusión de que el referéndum es posible y necesario, que vayan adelante y lo realicen. Pero pienso que, dada la situación creada, el presidente debería elegir un rumbo más valiente y eficaz, perfectamente compatible con las reglas de la democracia. Me refiero a la convocatoria de elecciones anticipadas, tanto a la presidencia como a un nuevo Parlamento. Estos últimos días he tratado la cuestión con la gente de Nizhni Novgorod. Cuando dije que estaba totalmente dispuesto a ir a las urnas para unas nuevas elecciones, pero no para un referéndum nebuloso, mis palabras fueron acogidas con grandes aplausos. A los que piensan que es demasiado arriesgado ir a las urnas en estos momentos les respondería con las palabras del erudito de Nizhni Novgorod Gaponov-Grakov: "Mañana será peor". Creo que el presidente haría bien en convocar él mismo las nuevas elecciones, sin calcular demasiado si saldría beneficiado por ellas.
Estoy convencido de que, si el presidente tomara la iniciativa de convocar nuevas elecciones, aumentaría su prestigio. Daría pruebas de que piensa en los intereses del país y no en los suyos propios, y podría volver a presentarse como candidato y ganar. Pero, aunque perdiera, habría dado la mayor prueba de su valor en términos históricos y éticos. Debería convocar al Congreso y plantear los cambios constitucionales necesarios para permitir unas elecciones anticipadas. Sería muy dificil que nadie pudiera rechazar una iniciativa así. Una nueva ley electoral, aunque no fuese perfecta, podría ser puesta a punto en poco tiempo. Lo importante es efectuar un cambio en los cargos políticos y llevar a cabo una serie de reformas institucionales sobre las que, además, ya existe un amplio consenso entre los diputados.
Rusia necesita una corrección en su rumbo político, y no medidas extremistas, sean las que sean, que lleven a virajes bruscos. La gente está cansada de las luchas incesantes y los intercambios de amenazas, que ya sólo resultan irritantes. Yo estoy a favor de mantener la. presidencia, con el presidente como jefe del Estado y a la cabeza del poder ejecutivo, porque Rusia es un país extremadamente complejo, con tradiciones que deben ser respetadas y una mentalidad forjada por la historia. Además, ahora está totalmente claro que en un país tan grande no puede haber una vida normal sin una gran libertad para todas las regiones y todos los "súbditos de la Federación". El poder a nivel federal debe ser fuerte, pero no burocrático. Debe haber garantías de un equilibrio estable entre los diferentes poderes. El poder ejecutivo tiene además que tener gran libertad de acción. Tiene que adoptar iniciativas específicas para garantizar una aceleración de las reformas; es dificil, es doloroso, pero, de otra forma, la Federación cada vez vacilará más. Y no tiene sentido pedir una dictadura; hay que reconocer ese hecho. La gente espera decisiones que establezcan un entorno en el que puedan actuar con cierto sentido de seguridad en su futuro, y esto es especialmente cierto mientras nos encontremos en medio de un periodo de transición.
Desgraciadamente, debo decir que estoy absolutamente convencido de que la coalición de fuerzas que está actualmente en el poder es incapaz de llegar a ningún consenso. Existen élites que están ya deslegitimadas de hecho: cargos que fueron elegidos o nombrados por procesos políticos que operaban cuando aún existía la URSS y aún estaban vigentes sus mecanismos estabilizadores particulares. Rusia era sólo una parte de la Unión; los cargos actuales son en parte políticos de segunda fila que habían sido excluidos en el pasado del nivel soviético (federal). Ahora todo ha cambiado: en los últimos tres años han aparecido miles de nuevos líderes, políticos, empresarios e intelectuales de diferente estatura política. Muchos de ellos se han mostrado capaces de asumir responsabilidades. Muchos de ellos son más competentes que sus predecesores y plenamente capaces de aceptar los nuevos desafíos a los que se enfrenta el país en el terreno de la política, la economía y la cultura nacional. Debemos dar libertad de acción a esas nuevas fuerzas.
Rusia necesita ayuda urgentemente. Pero me gustaría dejar claro que sería un error plantearse la cuestión, como algunos han hecho, en términos de si se trata de "ayudar a Yeltsin o ayudar a Rusia". Ésta no es la cuestión. Lo esencial es reforzar los procesos democráticos en Rusia. El país ya ha progresado bastante en el camino de las reformas, cometiendo errores que en parte eran evitables y en parte inevitables. Pero lo importante es que el proceso ha comenzado y que continuará, incluso aunque exista una encarnizada lucha por el poder dentro del Estado. Sea cual sea el resultado de esa lucha y sus efectos sobre las relaciones políticas e instituciones en Moscú, no podrá alterar de forma sustancial la trayectoria del "camino hacia el rnercado". Es importante darse cuenta de que este proceso ha llegado ya al punto de no retorno. Agitar el espectro de "la vuelta al comunismo" es algo que no tiene sentido, por la simple razón de que esa posibilidad ya no existe en las mentes de los rusos ni en las condiciones estructurales concretas del país.
La otra cuestión es cómo ayudar a Rusia. Esto es algo que será discutido en Vancouver y por el Grupo de los Siete -con bastante retraso, desde luego-. Pero supone un cambio positivo el que existan en Occidente líderes que comprendan por fin la necesidad de hacer frente al problema. No creo que se necesite un Plan Marshall para Rusia. La situación europea de la posguerra era muy diferente de la que tenemos hoy en Rusia. Repito, sin embargo, que la ayuda es necesaria, independientemente de las relaciones entre los distintos sectores del Gobierno democrático en Moscú. Esta ayuda debería enfocarse desde la perspectiva de las muchas áreas de cooperación que existen entre Rusia y Occidente, y no ya en los términos restrictivos de "ayuda exterior". En primer lugar, hay un orden de prioridades que debe seguirse, empezando por los problemas más importantes, que puedan tratarse mediante decisiones políticas -por ejemplo, el aplazamiento del pago de la deuda externa- En segundo lugar, existe la necesidad de un planteamiento claro y decisivo del proceso de ayuda. No tiene sentido enviar limosnas caritativas. No tiene sentido aportar fondos si no están ligados a proyectos bien definidos, a prioridades que tienen que ser acordadas por los inversores extranjeros y las autoridades rusas a diferentes niveles. Por último, creo que los inversores extranjeros potenciales deben concentrar su atención directamente en las regiones y las empresas. Las autoridades locales tienen ahora suficiente margen de maniobra, hay gente competente al mando, y ya tienen planes concretos. La privatización de las empresas, un proceso ya suficientemente avanzado, proporciona garantías a los inversores. La propia tierra también puede constituir una garantía. El resto es responsabilidad del Gobierno ruso y de todas sus agencias.
El único problema lo representa la relativa inestabilidad política; pero estoy convencido de que el miedo de Occidente y de los inversores privados es exagerado. Lo repito: es prácticamente imposible una vuelta al régimen anterior. Esto no quiere decir que no existan peligros. Pero esos peligros tienen poco que ver con el enfrenta-
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