"Pena a la tristeza"
"Viajero de seres humanos"', más que de países, Bryce Echenique ha escrito estas Antimemorias (cuyo vocabulario cambia un poco en las ediciones peruana y mexicana) en un ático soleado de Madrid cuyas terrazas están decoradas con un gusto a caballo entre Portugal e Italia. Está contento, lo cual, en él, no siempre es el caso: de sus insomnios y tristezas está poblada su literatura, o al revés. También de sus sonrientes felicidades.
A España, que es "el Perú que no me duele", Bryce llegó el día en que se cumplían 20 años de su emigración a Francia, ole donde se marchó -ya profesor titular de la universidad de Montpellier-, cuando tuvo que elegir "entre la bolsa o la vida": ya no podía más con las clases, ni con la dureza de Francia cuando quiere, y quería vivir sólo para novelar. En España había pasado casi todos sus veranos, aquí tiene a los amigos, aquí enseña su mujer, Pilar, y "España está en Europa lo más cerca posible del Perú". Y Perú es aquel sitio donde vive la Mamarosa, una anciana empleada de su casa que una vez, al preguntarle cómo estaba, le contestó desde el eco más profundo del teléfono: "Aquí, don Alfredo, dándole pena a la tristeza".
Ya ha pasado pues más de la mitad de su vida en Europa. Es un poco de aquí y de allá, lo que no le preocupa mientras en Perú sus libros sigan siendo saludados como "la más limeña de las novelas de Bryce Echenique", difusa categoría que se debe, por lo visto, a un "tonito limeño inconfundible". Ahora trabaja en lo que, en principio (con él nunca se sabe, pues los libros se le suelen escapar de casa) debería ser la continuación de Un mundo para Julius. Esto es, la adolescencia en una Lima de los años cincuenta, con unos personajes, un lenguaje y un estilo de vida que ya no existen. Lo que no deja de ser una ventaja para los escritores que convierten la nostalgia en literatura. O al revés.
Babelia
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