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Muchos años después

Dos años, o muy poco más, antes de su muerte, José Antonio Gabriel y Galán recibió el reconocimiento inequívoco de la gran calidad literaria de su obra. Un jurado compuesto por Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Arturo Uslar Pietri y Gonzalo Torrente Ballester le concedió en Colombia uno de los más prestigiosos premios literarios en lengua española, el Eduardo Carranza. La novela premiada es la que lleva el título de Muchos años después editada por Alfaguara, la última que José Antonio escribió y también la más personal, la más intensa, la más fiel a la memoria de un tiempo y de un país. Aquel del cual pudo él mismo decir la frase que sirvió de título a uno de sus libros de poemas, Un país como éste no es el mío.

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Muchos años después, en sus palabras, de aquel tiempo de su novela, pero en la joven edad de un escritor ya hecho, ha muerto José Antonio Gabriel y Galán. Había nacido en Plasencia en 1940. Su apellido está asociado desde siempre a esas tierras fronterizas entre Extremadura y Salamanca. Su abuelo fue uno de los más populares poetas que nunca tuvo España, don José María, el autor de las Castellanas y las Extremeñas que los chicos de mi tiempo recitábamos en las fiestas familiares. Nada tenía que ver la literatura de José Antonio con la de su abuelo, fruto agrario de una época de señores y gañanes que don José María trató con espíritu hondamente cristiano y con geórgico estilo que debió de llegarle a través de Meléndez Valdés y otros poetas del XVIII.

Con todo, y siendo muy otro el mundo y el estilo de José Antonio, yo creí ver en él siempre, en el asiduo trato que hasta su muerte hemos tenido, algo del sobrio, parco, resistente espíritu de su tierra originaria. Ha sobrellevado con una elegancia insuperable -sin jamás descargar sobre las personas que con él se relacionaban, ni siquiera sobre sus íntimos amigos, ni una mínima parte de su tremendo peso- la enfermedad que desde hace casi 12 años padecía.

Playas y adoquines

Le conocí a fines de los años sesenta, en la época en que vivíamos ambos las cosas que luego él tan bien contó. Mi amistad con él sin embargo, empezó en la época en que trabajamos juntos en la Redacción de Cuadernos para el Diálogo, una vez que la revista se hubo transformado de mensual en semanario, bajo la dirección de Pedro Altares. En una de las salas, no muy grande, del chalé de la calle de Jarama, trabajábamos José Antonio Gabriel y Galán, Vicente Verdú, Ángel García Pintado y yo mismo. Queríamos hacer de Cuadernos un producto periodístico y resistíamos los embates de los gloriosos antiguos cuadernícolas que nos llegaban con editoriales prolijamente cargados de razón.

Periodista de oficio, escritor de vocación, José Antonio Gabriel y Galán perteneció a la generación del 68, aquella que comprobó que bajo los adoquines no había playa. Pero no le recuerdo como un creador de utopías, sino como un incansable trabajador de la cultura. Sus trabajos en el periodismo, su constante invención de nuevos programas culturales para varios medios, la refundación de la revista literaria El Urogallo, sus escenificaciones, como la que hizo con José Luis Gómez sobre don Manuel Azaña, hicieron de él uno de los mejores animadores culturales de nuestra época.

Como escritor yo no dudaría en calificarle de ilustrado. Después de tantas batallas, la Ilustración es aún un ambicioso programa. Y para él lo era especialmente. Escribió una novela, cuya acción transcurre en el Madrid de José Bonaparte y cuyo título me parece altamente expresivo de su pensamiento: El bobo ilustrado. No desfalleció nunca en su trabajo en favor de la cultura, aun sabiendo cuán largo era el camino. Y el rasgo descollante de su personalidad era una indoblegable honestidad intelectual.

En lo personal era un ilustrado también.

Gabriel y Galán era un contertulio insupe rable. "El mejor teórico de la tertulia", solía llamarle yo, porque sabía hacer, de una casi trivial costumbre, un solemne rito. Contendamente afectuoso, levemente irónico, serio en su trabajo, conservaba cierto aire de culto señor del campo que miraba con reposo, con cierta , imperturbable circunspección, pero no con menos dolor y angustia, los he chos de su siglo. Escritor, poeta, periodista de hoja perenne, su muerte significa una gran ausencia para nuestras letras y nuestra cultura. Para los que le conocimos, una inmensa tristeza.

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