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FALLAS DE VALENCIA

Un plagio

Javier Conde alcanzó un gran triunfo empleando para torear el patrón Ojeda. No es malo utilizar un patrón. Cada cual usa el que cree más acomodaticio a su estilo y así, durante toda la historia del toreo, unos preferían el de la escuela rondeña, otros se sentían realizados con el de la escuela sevillana, y en la edad contemporánea proliferan los que se apuntan a la escuela ojedera. Ya es más discutible, sin embargo, que imiten al maestro creador, pues lo que empieza siendo imitación, acaba convertido en plagio.El torero ojedado de ayer plagiaba al titular de la causa en todo. Lo estuvo plagiando desde que se abrió de capa hasta los andares y las ceremonias de la vuelta al ruedo. Era una lástima -si bien se mira- porque el torero plagiador posee empaque y se le advierte gusto artístico para interpretar la suertes. Pero renunció de plano a ejecutar el toreo y convirtió su personalidad en la propia de Paco Ojeda.

Domecq / Perpiñán, Conde, Rodríguez

Novillos de Juan Pedro Domecq, discretos de presencia, la mayoría inválidos, muy encastados; 5º inválido, premiado con vuelta al ruedo.Francisco Perpiñán: dos pinchazos -aviso- y estocada baja (aplausos y salida al tercio); pinchazo y estocada (oreja). Javier Conde: tres pinchazos, estocada corta atravesada -aviso- y dos descabellos (aplausos y salida al tercio); estocada caída (dos orejas); salió a hombros por la puerta grande. Javier Rodríguez: pinchazo, media y pinchazo siempre apuntado al golletazo, y golletazo infamante (silencio); dos pinchazos pescueceros -aviso con retraso-, bajonazo y descabello (silencio). Plaza de Valencia, 13 de marzo. Segunda corrida de Fallas. Dos tercios de entrada.

La consecuencia fue que vimos muchos parones. Los lances de capa y las faenas de muleta constituyeron un puro parón. Seabría de capa Javier Conde, capoteaba corriendo de un lado a otro y, de repente, daba el parón, de manera que el torillo pasaba ligero rebozadito en el lance. Con la muleta pegaba tres derechazos rectificando apresuradamente los terrenos, en el cuarto se paraba de súbito, y el torillo volvía a pasar ligerito, impulsado por su propia inercia. Peor fortuna tuvo el arte en ocasión de instrumentar los naturales, porque no ligó ninguno: tras ejecutar el primero, al siguiente ya estaba el diestro plagiador mareándolo con el circular, astutamente pegado a la bóvida tabla del cuello.

Una vez hubo ensayado estas suertes del derechazo y el natural, Javier Conde ofreció el muestrario de todo el surtido de parones que haya sido capaz de inventar Paco Ojeda en su vida, y lo hizo con tanta perfección, que el propio Paco Ojeda parecía estar presente en el ruedo. Desde luego, lo estaba su espíritu. Y el espíritu de Paco Ojeda insuflado en Javier Conde alcanzó un triunfo total. El aguante junto a la cara del torillo, los pases de pecho hondos, un molinete girando garboso, entusiasmaron a la afición valenciana; y cuando salió volteado al dar una manoletina, la emoción alcanzó sus más altas cotas. Como siempre ocurre, el delirio acabó en triunfalismo, y ya puestos a celebrar el acontecimiento, el presidente decretó la vuelta al ruedo del novillo, que era un inválido al que apenas se pudo picar.

Casi todos los novillos padecieron invalidez, aunque su casta noble les recrecía. Que tuvieran casta noble no quiere decir que resultaran fáciles, principalmente si los diestros les daban distancia, se dejaban ver y pretendían torearlos de verdad. Ese fue el caso de Francisco Perpiñán y cuajó dos faenas auténticamente toreras, sin concesión alguna a la galería, fundamentadas en el canon eterno de la tauromaquia, que es parar, templar y mandar. Perpiñán sometía la codicia de los novillos obligándoles a humillar y luego a tomar las series de redondos y de naturales en perfecta ligazón.

Javier Rodríguez que debió seguir la máxima "yo a lo mío", trajinó derechazos ruedo a través, sin cuidado de quietud ni de estética, y mató a degüello. No se sabe qué patrón seguía su toreo. Y si plagió, debió ser a los empleados del matadero.

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