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FALLAS DE VALENCIA

Todos inválidos

Los seis novillos de lidia ordinaria y el novillo de rejones, se caían; y dos sobreros que salieron, se caían también. Todos inválidos. Ni la ciencia animal, ni la experiencia zoológica, ni el Ministerio del Interior han explicado aún por qué se caen los toros y sus más jóvenes congéneres los novillos, y por qué han de caerse en Valencia nada más empezar la temporada.La lógica tampoco lo entiende y lo habitual es que científicos, tratadistas, expertos, taurinos y funcionarios incluyan el problema de la caída de los toros entre los misterios insondables de la madre naturaleza. ¿Por qué se caen los toros? Eso deben de saberlo sólo Dios y la corte celestial. Hay algunos eruditos, sin embargo, que han encontrado la explicación, tras largos estudios y profundas meditaciones. Se dividen fundamentalmente en dos grupos: los de la carne y los de la casta.

Camacho / Senda, Sánchez, Pedrito; María Sara

Novillos de Mari Carmen Camacho, terciados e inválidos (2º y 5º sobreros).Paco Senda: dos pinchazos -aviso-, dos pinchazos más y estocada caída (silencio); bajonazo -aviso- y dobla el novillo (aplausos y salida al tercio). José Ignacio Sánchez: pinchazo y estocada corta baja (palmas y saludos); estocada y descabello (algunas palmas y saluda). Pedrito de Portugal: dos pinchazos, otro hondo, descabello -aviso- y descabello (vuelta); estocada corta baja (oreja) Un novillo de Torrestrella, para rejoneo. María Sara: rejón traserísimo y otro bajísimo (palmas y saludos). Plaza de Valencia, 12 de marzo. Primera corrida de Fallas. Dos tercios de entrada.

Según los de la carne, los toros se caen por exceso de peso. Pero este argumento carecía de validez ayer en Valencia, pues los novillos apenas rebasaban los 400 kilos, y si de algo pecaban era de terciaditos y tipo liebre. Según los de la casta, su carencia es lo que motiva la caída de los toros, y tampoco ese argumento servía, pues si algo les sobraba a los novillos terciados tipo liebre era casta.

Se caían los novillos, en fin, por lo que Dios sabrá, y a los humanos sólo nos quedaba el consuelo de comprobar que, cuando estaban en pie, embestían con sostenida templanza, no exenta de enternecedora dulzura. Unos novillos, por tanto, idóneos para el triunfo de los novilleros y la rejoneadora entusiasta que comparecieron en el redondel.. Si luego no triunfaron, de eso ya no habría que pedir cuentas ni a la ciencia ni al Ministerio del Interior. A cada cual, lo suyo.

Un poco más de ligazón, otro tanto de reposo, cierta mesura en el tremendismo, habrían dado franquía a una tarde de alboroto. Pero no hubo ningún alboroto. Ni siquiera lo provocó Pedrito de Portugal, que parecía ser el torero de mayor enjundia. Paco Senda, indudablemente voluntarioso, rectificaba los terrenos al rematar las suertes, y así no podía entusiasmar su toreo ortodoxo. José Ignacio Sánchez relajaba el cuerpo y lo ponía harto pinturero, mientras le preocupaba menos imprimir hondura a los pases. Pedrito de Portugal toreó con aquella lentitud y templanza que conforta los corazones de la afición, y cuando ya los tenía hechos de miel, se pasaba al tremendismo

El tremendismo de Pedrito de Portugal seguía con absoluta fidelidad la tauromaquia del señor Dámaso, y le valieron muchos aplausos los circulares y los parones característicos de la damasiana escuela. Si Dámaso González -el maestro de Albacete- cobrara derechos de autor, a estas alturas ya habría abierto un banco. Y de esta guisa, con el pequeño triunfo de los grandes circulares terminó la fiesta, que había prologado María Sara, sin demasiada técnica rejoneadora ni tampoco mucha estabilidad, porque, en un recorte, ella y el caballo midieron el suelo. Que no les pasara nada fue lo mejor de la corrida.

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