La escultura como interrogación
¿Por qué es necesario un cierto grado de de sorden para que la vida crezca"?. Así, según ahora nos confiesa, se interrogaba Alberto Corazón (nacido en Madrid en el año 1942) cuando tuvo lugar en 1978 -hace, por lo tanto, 15 años- su última exposición individual, que tuvo lugar en la prestigiosa galería Iolas-Velasco, de Madrid. Responder a esta pregunta le ha ocupado al creador, también según declaración propia, hasta el presente donde se cierra otro ciclo con nuevos interrogantes, que son los que precisamente soportan las piezas que actualmente presenta en su exposición madrileña.Sea como sea, resulta dificil separar lo que aquella pregunta sugería acerca de la vida de la propia biografía personal de Alberto Corazón, donde constantemente las ocasiones han precipitado sus respuestas creadoras: se hizo diseñador gráfico con motivo de esta romántica aventura colectiva que llevó a un grupo a crear el sello editorial de Ciencia Nueva; posteriormente, cuando Corazón ya se había convertido en uno de los pioneros del nuevo diseño gráfico español, puso en cuestión esa función profesional, y lo hizo desde tres frentes distintos: desde el diseño gráfico mismo, desde la idea de diseñar industrialmente y, por último -que es lo que aquí puede interesarnos más- desde el arte y contra el arte, siendo esta última actitud la que le metió de lleno en el debate del conceptual en nuestro país.
Alberto Corazón
Galería Gamarra y Garrigues. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 30 de
Podríamos seguir desglosando hasta llegar a hoy estas reacciones de Alberto Corazón respecto a los requerimientos consecutivos con los que la realidad trata de imponer su orden, pero el catálogo completo de ejemplos no iba a variar cualitativamente un ápice lo que comporta su actitud. Esta es la actitud de alguien que creativamente se interroga sobre las formas de lo real, incluso antes de ser por ello propiamente un artista, y no digamos de cualquier forma profesional de actividad paraartística. Lo que quiero advertir es que el mayor error que cabe cometer frente a la exposición actual de Alberto Corazón es planteársela como el complemento, el recreo o la capacidad de también hacer arte por parte de un diseñador español internacionalmente famoso.
En todo caso, no creo que eso le vaya a pasar a quien contemple con atención la obra que ahora exhibe, que, desde mi punto de vista, no debe ser calificada como diseño, ni como escultura y, sobre todo, como escultura actual. Prevengo con más énfasis frente a lo último, no sólo por lo inane que puede resultar ponerse a identificar rasgos sintácticos de moda en estas piezas, sino equivocar lo abierto de la propuesta con una pluralidad o versatilidad de caminos trazados por quien anda tanteando.
Antes, por el contrario, según entiendo, además de ser básicamente unitaria la propuesta de Corazón como reflejo de una actitud, lo es también -y cerradamente- como lenguaje. Para mí, todas estas piezas son cristalizaciones ordenadas o pautas materiales u objetivaciones del crecimiento desordenado de la vida y lo que ésta tiene formalmente de política, de civilización-domesticación-cons-trucción-urbanización de los deseos...
Corazón no nos plantea con sus piezas yuxtapuestas una desocupación del espacio ' sino una desubicación del contemplador, que se ve privado de la escala, del lugar y hasta del símbolo. Restan sólo tensiones como huellas monumentales, pero cuando lo monumental ha perdido efectivamente cualquier determinación de tamaño, peso o densidad y deviene señal de acontecimientos vagamente controlables. Estas señales no llevan, empero, a ninguna parte y forman, individual y colectivamente, laberintos. Pero cuando creemos adivinar una clave metafísica en estas piezas ensimismadas, percibimos los insidiosos ecos de angustias, vértigos, estupefacciones... De esta manera, el espectador desubicado se reintegra inopinadamente por una misteriosa tangente y se plantea a sí mismo como interrogación. Algo así debieron sentir esos vigías que, desde elevadas almenas, escrutaban el espejismo del desierto y perdían toda noción de qué era verdaderamente lo real y lo realmente temible.
Babelia
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