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"Ya no somos melenudos"

Su despacho en las cercanías de la ópera de París está decorado con un mapa del planeta Tierra boca abajo. Es, afirma Alain Mamou-Mani, "el punto de vista del terrestre". Y también por una flamante bicicleta, que es su vehículo de servicio. Mamou-Mani, de 43 años de edad, ha pasado por todas las etapas de su generación: Mayo del 68, el sindicalismo, el apoyo a François Mitterrand y la época yuppy. Ahora gana dinero como empresario verde, vota a Generación Ecología y se siente reconciliado con los ideales de su juventud."Volvemos al discurso del 68, pero con un conocimiento de los mecanismos de la economía y la sociedad", afirma un Mamou-Mani desbordante de entusiasmo. "¿Qué fue Mayo del 68? Una revuelta contra la guerra del Vietnam, la pobreza en el Tercer Mundo y la sociedad occidental del consumo. Los mismos temas que defendemos ahora los ecologistas, con la única diferencia de que ya no somos melenudos".

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Mamou-Mani, pelo oscuro que clarea y flamante mostacho, ojos sonrientes tras unas gafas metálicas rojas, chaqueta y corbata a la moda sobre pantalones vaqueros y pies calzados en puntiagudas botas de cuero negro, dice pestes de los socialistas. "Yo voté por Mitterrand", explica, "y me siento decepcionado. No se puede tomar el poder en nombre de una causa, cambiar la vida y practicar una gestión tecnocrática. No es ético".

Revolucionario moderno

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Pero Mamou-Mani, casado y con tres hijos, propietario de una empresa que ocupa a decenas de personas y realiza una cifra;, de negocios de 1.200 millones de pesetas anuales, no es un revolucionario a la vieja usanza. "Yo", dice, "no tengo nada contra el dinero, síempre y cuando se emplee en actividades productivas y no contaminantes. A mí lo que me repugna es la especulación, y eso ha abundado con los socialistas".

Nació Mamou-Mani en Túnez y llegó a Francia en pleno Mayo del 68. "Soy totalmente de aquella época, y Chantal, mi mujer, que fue hippy en San Francisco, también". Más tarde, con su flamante título de ingeniero informático, entró a trabajar en un banco, en el que durante ocho años actuó de sindicalista. Algo después, a comienzos de los ochenta, comenzó lo que llama su etapa de golden boy. Fundó una empresa de microinformática, con la que ganó mucho dinero. "De sindicalista", dice, "me convertí en patrón".

A finales de los ochenta, Mamou-Mani entró en crisis. "Pensé que había pasado la década de los setenta luchando por mis ideas, pero sin hacer dinero, y la de los ochenta, al revés. Entonces decidí casar la economía y la ecología y fundé con mi mujer una nueva empresa llamada La Vie en Vert [La Vida en Verde]".

Ahora, Mamou-Mani es uno de los más populares empresarios de la industria ecológica francesa, un sector que ocupa a 410.000 personas, el 1,7% de la población activa, y que abarca desde el tratamiento de las aguas al reciclaje del papel y el vidrio, pasando por la investigación de productos no contaminantes.

El mascarón de proa de las actividades de Mamou-Mani es un grupo de prensa verde, que, entre otras muchas publicaciones, edita 30.000 ejemplares de la revista mensual Décision Environnement, destinada a empresas y colectividades locales. Las oficinas de esta revista, situadas en el que fue célebre burdel pafisiense One Two Two, están repletas de ordenadores y bicicletas.

Las publicaciones de Mamou-Mani usan papel reciclado al 50%. "Es demagógico usar papel reciclado al 100% porque éste ya no puede volver a usarse nunca más. La ecología es lo contrario de la cultura de lo desechable, su aportación es que

Empresario "verde"

todo debe volver a poder ser reciclable".¿Tiene miedo por el porvenir de sus tres hijos? "No, porque todavía podemos actuar. Los masa¡ dicen: 'Nuestros padres nos dejaron la tierra en herencia y hay que traspasarla intacta a nuestros hijos'. Yo, como soy un capitalista, voy más lejos y digo: 'Hemos heredado la tierra y tenemos que dársela a nuestros hijos con intereses".

Como el comandante Cousteau, Mamou-Mani piensa que este mundo es limitado y no puede seguir absorbiendo un indefinido crecimiento demográfico y económico. "Para que todos los seres humanos pudieran consumir como cada norteamericano, harían falta seis planetas", afirma. "Si queremos compartir es necesario que Occidente disminuya su nivel de vida".

Esa reducción del nivel de vida occidental no la vive este empresario como una tragedia. "Hay que ser más felices en lugar de tener más", afirma. ¿Qué hacer con los que ni siquiera tienen trabajo? "El trabajo es un bien escaso y hay que repartirlo". ¿Sería él feliz en un mundo gobernado por los ecologistas? "Ah, no, yo no quiero un planeta pintado exclusivamente de verde. La resaca de Mayo del 68 nos curó de cualquier tentación totalitaria. Quiero un mundo multicolor".

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