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Mostar se ha quedado sin puentes

Las milicias serbias continúan su implacable bombardeo contra una ciudad donde no queda piedra sobre piedra

Miguel Ángel Villena

ENVIADO ESPECIAL Seis puentes de Mostar están, destruidos desde hace meses y la continuación de los combates impide reconstruirlos. Sólo se ha salvado el histórico puente construido en el siglo XVI, no se sabe bien si por una debilidad cultural de los serbios o por las dificultades para acertar en el bombardeo de este bellísimo monumento que ayuda a cruzar el río Neretva. Los mostari, es decir, los antiguos puenteros que vigilaban las entradas y salidas de la ciudad, se han quedado sin trabajo. En Mostar todo está arrasado.

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Los más de 100.000 habitantes de una de las urbes más devastadas por la guerra en Bosnia-Herzegovina luchan ya por la vida. Lo único que les queda. El modelo de convivencia entre croa tas, musulmanes y serbios se ha roto para siempre. "Nunca más los puentes unirán culturas distintas como en nuestro pasado reciente. Es imposible olvidar lo que ha pasado", señala Vistija Bulic, una antigua estudiante de 23 años del Instituto de Lenguas de Mostar y empleada de una agencia inmobiliaria. Las gentes deambulan por las desoladas calles y plazas en busca de alimentos, de algunas verduras o frutas que llevarse a casa desde los contados puestos ambulantes. Los habitantes de Mostar esquivan los escombros y sortean los cristales rotos, mientras con el rabillo del ojo observan las posiciones serbias al otro lado del río Neretva, a unos escasos 20 kilómetros.No queda piedra sobre piedra en una de las ciudades de Bosnia-Herzegovina que mayor intensidad de fuego ha recibido durante la guerra. Centenares de muertos, en un goteo constante desde la primavera del pasado año, han obligado, por ejemplo, a convertir - parques públicos en improvisados cementerios. Croatas y musulmanes consiguieron expulsar a los serbios a las montañas cercanas. Pero los agresores mantienen Mostar a tiro de sus posiciones artilleras. Por pura provocación, por el desgaste. psicológico que se ejerce contra las poblaciones civiles y que ha definido esta guerra, los chetniks siguen disparando.

Lotería siniestra

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Circular por la carretera de circunvalación de Mostar significa jugar a una arriesgada lotería en la que algunos perdedores han dejado su vida. "La zona está tranquila", anuncian las autoridades militares del HVO (ConseJ9 de Defensa Croata) y de la Armija [Ejército] musulmana.

En el lenguaje de este endiablado conflicto, calma equivale a decir que los ataques no son diarios. Tan sólo esporádicos. Como el que segó la vida de un intérprete croata e hirió gravemente al jefe danés de un convoy de Unprofor (fuerzas de la ONU) a principios de febrero. Uno de cada 10 vecinos de Mostar murió durante la Il Guerra Mundial. Cuando termine la actual carnicería, los responsables de los hospitales y del depósito de cadáveres podrán comprobar si han batido esta trágica marca.

El sol ha conseguido hoy abrirse paso entre las nubes, y las músicas árabes suenan en un par de cafetines de estilo turco que han abierto sus puertas, que han retirado las tablas que protegen lo que resta en pie de sus muros. Cuarteles militares, hospitales y otros edificios públicos están resguardados del fuego enemigo con armatostes de madera y montones de sacos terreros.

Los médicos de los centros sanitarios se ven forzados a trabajar en los sótanos para estar a salvo de los bombardeos. "Afrontamos la situación con una patética carencia de medios técnicos y de medicinas, porque el hospital resultó gravemente dañado en los meses más crueles de la guerra durante la pasada primavera", comenta un doctor.

En Mostar se peleó casa por casa durante varias semanas y las huellas están todavía a la vista, sobre todo en la media docena de puentes que unían las dos partes de la ciudad. Curiosamente, el puente Viejo es el único que permanece en servicio, pero sólo para el uso de peatones. Los escasos automóviles que se atreven a transitar por Mostar han de dar un largo rodeo salpicado de controles militares para entrar o salir de la ciudad.

"Es muy duro reconocer entre tanta ruina la ciudad en la que se ha estudiado y trabajado", comenta Visnja Bulic, que ahora vive en una localidad cercana. Cuando evoca la "bella y alegre Mostar" que conoció, cita las palabras de un poeta que describió la capital de Herzegovina como la ciudad del sol y de la luz. Pero cuando se le pregunta por el nombre del escritor, responde sin inmutarse: "No se lo puedo decir. Era serbio".

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