Serenidad lituana
PRESENTAR EL triunfo en las elecciones presidenciales de Lituania de Algirdas Brazauskas como el éxito de los "ex comunistas" podría dar una imagen bastante falsa del significado que ha tenido la consulta del domingo pasado en ese pequeño país, vecino de Polonia y el único entre los que pertenecieron a la antigua Unión Soviética en el que la Iglesia católica romana tiene unas raíces profundísimas.ES cierto que Brazauskas fue hasta 1988 el jefe del partido comunista lituano, dependiente de Moscú; pero también lo es que, en gran parte gracias a él, Lituania fue el primer país ex soviético que se independizó de la URSS. En cuanto al partido comunista lituano, rompió sus lazos con el PCUS en 1988 y se transformó en 1989 en Partido Laborista Democrático (PLD). Y no sólo de nombre: en su seno, los marxistas-leninistas son ya una minoría, y la población considera a ese partido como socialdemócrata. Ello explica que el propio rival de Brazauskas en las elecciones, el candidato del centro-derecha Lozoraitis, haya declarado que la victoria de Brazauskas de ninguna manera significa un retorno al comunismo.
Las razones que explican el éxito electoral del PLD, primero el otoño pasado en las elecciones legislativas, y ahora en las presidenciales, son de otra índole; sobre todo económicas. El proceso de ruptura con la URSS encabezado por Brazauskas fue arrollado por una corriente nacionalista mucho más radical, representada por Landbergis, el cual consideraba que todo estaba justificado con tal de oponerse a los soviéticos. Tomó medidas económicas precipitadas para volver a la propiedad privada que tuvieron consecuencias negativas. La devolución de tierras a los antiguos propietarios (entre los cuales había muchos que no querían o no podían explotarlas) desmontó la agricultura y privó a Vilna de su moneda de cambio tradicional para obtener el combustible ruso. Al mismo tiempo, el extremismo nacionalista de Landbergis provocó divisiones crecientes en el seno del partido Sajudis, que él encabezaba.
En esas condiciones se produjo, en las legislativas de octubre, la sorprendente victoria del PLD, cuyos 73 diputados, en una Cámara de 141, le garantizaban la mayoría absoluta; y la derrota del Sajudis, que tuvo que abandonar el Gobierno. Esa evolución del electorado, curado de una pasión nacionalista exacerbada, se explica sobre todo por el deseo de una población sometida a un enorme deterioro de su nivel de vida de encontrar dirigentes capaces de enderezar el rumbo de la economía. Ésta fue la baza de Brazauskas: aparece como un hombre alejado de querencias ideológicas, con una larga experiencia en el manejo de las palancas del poder y capaz de obtener de Rusia condiciones más justas para los intercambios comerciales, que serán, durante mucho tiempo, fundamentales para la economía lituana.
Las fuerzas del centro y de la derecha buscaron, para las elecciones presidenciales, a un candidato nuevo e independiente, Lozoraitis, embajador en Washington, con la idea de corregir lo ocurrido en las legislativas. Éste ha hecho una campaña serena, cortés incluso hacia sus adversarios. Al antiguo presidente Landbergis prácticamente no se le ha visto. Lozoraitis prometió respetar la mayoría del PLD en el Parlamento y encargar, por tanto, a uno de sus miembros la jefatura del Gobierno. Era una oferta de cohabitación como la que Francia ya ha conocido. Pero los electores lituanos han preferido dar al PLD y a Brazauskas la plena responsabilidad. de sacar al país del caos económico: un enorme desafío. En todo caso, la idea de una reconciliación de todos los partidos para resolver los problemas angustiosos del país ha sido expresada en diversas ocasiones por Lozoraitis y Brazauskas. Ello ha dado a la campaña electoral un clima de serenidad. Es quizá el hecho más importante del momento. El contraste con el clima de Moscú, donde se agudizan las luchas entre Gobierno y Parlamento, es evidente. Y deja a Vilna en buen lugar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.