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La vuelta a casa

Arco recupera la claridad y proporciones de la belleza

Arco ha sido siempre mucho más que una feria de arte. Desempeñó la función de inaugurar la contemporaneidad española en términos de belleza y se convirtió en un símbolo cuya bandera. aludía por fin al disfrute de la imaginación plástica frente a la fatigosa disciplina de la ideología. En 1982, cuando se inauguró la. feria en el palacio de la Castellana, hoy arrasado por un banco de patrimonio árabe, su recinto se convirtió pronto en un centro de formas y colores que daban al optimismo social reinante el complemento de una desconocida efusión estética.

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La libertad política, la tolerancia, la movida callejera iniciada años antes de 1982 se concretaba, mediante Arco, en una expansión de la libertad creadora y en puerta para el enlace internacional. De hecho, una época parecía abrirse en medio de pinturas y gentes interesadas por el jolgorio del arte. El éxito de Arco, no sólo de público, sino de entusiasmo, fue tan cierto que dos años más tarde el palacio de la Castellana resultó angosto y el universo de lienzos y esculturas ocupó el Palacio de Cristal de la Casa de Campo en la tercera edición.El traslado poseía también un valor añadido. La Casa de Campo, cuyo ámbito conservaba la marca y la tufarada de las casernas empleadas para las exaltaciones agrícolas del franquismo, parecía reconvertirse. Pero además, dentro de ella, el Palacio de Cristal, que representa la obra más perfecta de Asís Cabrero, autor de la sede principal de los sindicatos verticales en la Castellana y del edificio del diario Arriba, insignia de la prensa del Movimiento, se prestaba como contenedor del arte nuevo. Con Arco se acicalaba la democracia, y su rápido ascenso a través de las 10 primeras ediciones conquistó a gentes heterogéneas, tal como una parroquia próspera o un espectáculo de culto. Visitar Arco se hizo un requisito de temporada, en parte relacionado con la cultura, en parte con la devoción moral, en parte con la adhesión a la modernidad y en parte con un ininteligible quehacer social.

Pero también llegaron los turistas. Acudieron tantos turistas atraídos por la noticia en los medios y por la moda crematística del arte que, en 1991, la primera superficie de 5.000 metros cuadrados de la Castellana se había ampliado hasta los 15.000.

Arco comenzó entonces a mudar -junto a otros fenómenos- su naturaleza simbólica por los modos del bazar; perdió su espíritu sagrado para caer en el olor de la multitud de grandes almacenes. El remate fue su traslado al macroespacio del ferial Juan Carlos I, donde fatalmente, entre efluvios de color salmón, la muchedumbre y la organización convirtieron el suceso en una ordinaria y gigantesca boda.

La crisis de este año ha tenido un valor expiatorio o redentor. Ahora el número de metros en su antigua sede del Palacio de Cristal ha descendido a la mitad y todavía resta espacio en la planta intermedia para que algunas instituciones (la Xunta de Galicia, la fundación cultural Banesto, La Caixa, el Museo de Bellas Artes de Álava) se solacen con casetas donde se expone una mesa y un sillón en medio del vacío. La gente transita con mayor capacidad. La cafetería huele mejor. Existe incluso un servicio de carritos, decorados por artistas, que ofrecen unas lentas barritas de pan con tortilla de cebolla y vasos de cerveza Mahou. Las azafatas para Mallorca están aún de buen humor y atienden sin apuros bajo un suéter de canalé rojo.

Las mochilas

Este año ya no acude a la feria todo el mundo social. Acuden poco, por ejemplo, las señoras vestidas con abrigo de visón. La población visitante pertenece al easy going, más relajada y ecológica. Jóvenes con mochila y zapatillas de tenis, monjas de Patrol, chicas con chubasqueros, esposas rubias con bufandas largas, tíos con barbas que siguen fumando negro. Una marea de recobrada serenidad ha mejorado Arco. Con menos territorio, no es, sin embargo, la decadencia, sino la templanza; no es el declive, sino la proporción. Así como el punto óptimo en la cocina se relaciona con la justeza del tiempo y temperatura de cocción, Arco ha recuperado su mesura.

Concluidas las vanguardias desde hace 30 años, los tres años de esta década concluyen con el fin del ataque de las modas feroces. La pregunta más impertinente dentro de la feria es aquella que pretende averiguar qué cosa es la que se lleva. Los críticos hablan cautelosamente del regreso del popismo, del figurativismo y del arte político. No está mal. Pero cualquier cosa regresa, pasea un poco y desaparece ahora sin exasperación. El ritmo se ha entibiado y discurre fuera de los acuciantes dictados de lo efímero. Discurre con una calma aprendida probablemente de las catástrofes y fraudes que causó la especulación y velocidad de los ochenta.

Arco da cuenta de hechos diversos, contradictorios, buenos y no tan buenos, pero ahora es posible verlos. Apreciarlos con los ojos y no mediante el oído aturdido -decía Moriarty- por los timbales de la última novedad.

Una nueva época de reflexión y descanso frente a la confusión y el estrés se inaugura en 1993. Las escaleras de la feria, los suelos de una lana gris sirven de asiento a visitantes ecológicos que administran su visita a intervalos. No es preciso este año correr a través de interminables kilómetros industriales para registrarlo todo. Las galerías extranjeras han reducido su concurso a la mitad sin que haya aumentado el padecimiento y los concurrentes españoles se han seleccionado sin defecto irremediable. En Madríd existen varias exposiciones complementarias.

La verdad reinante

De otro lado, la desbaratada irrupción de la generación de Barceló, Sicilia y García Sevilla ha quedado amaestrada en sus términos más sencillos. El precio de los cuadros no se comporta ya como una hoguera- que ahúma el juicio crítico. Igualmente, se siente con mayor nitidez el largo tedio de Tápies o tantos otros, la infinita letanía de Chillida, el fin de la pasión en ejemplares míticos. Perejaume, o Plensa, o Brosa siguen pugnando, en cambio, sobre una investigación de poderosa amenidad. Y a su lado, Juan Savater, Joaquín Capa, Ian Abdulla, Wolff Kahn, Lamazares, Antoni Marqués, Alberto Corazón, Muñoz Vera, Gómez Redondo, por diversos caminos, ofrecen surtidos para la curiosidad o la degustación en un medio del que poco a poco van desapareciendo los ruidos.

Arco, que ha sido, glorioso y accidentado, el cuerpo más colorado de la última historia española, desemboca con esta edición en la ganancia de sentido. La pintura no es lo que era tras el trastorno de los ochenta. Pero ahora, finalmente, sabemos cuánto es y qué no es. Igualmente, las manifestaciones de vídeo y hologramas, que comenzaron como una banalidad tecnológica, han ganado una entidad que luce en la sala negra donde reside, entre sombras, Karas y Ramón Benito.

Esa clave didáctica que van a buscar los estudiantes con vaqueros y las profesoras de EGB con gabardina, además de intelectuales con camiseta, se hace más directa que nunca. Liberada de la polvorienta fiesta de El Corte Inglés, a la que acudían contratistas y gentes con corbata y camisa a rayas, el regreso al Palacio de Cristal le ha devuelto bruñido y transparencia.

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