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El secreto

Si el emblema de la primera edición de Arco fue la trasvanguardia italiana, un punto significativo de la segunda etapa radicó en manifestaciones del expresionismo alemán. Una instalación en la que aparecían lobos muertos sobre un campo de pimentón rojo fue insignia. El fin de todo aquello se consumó en la edición pasada con la exhibición de dos estatuas femeninas confeccionadas con poliuretano que hacían dudar sobre la realidad de sus cuerpos desnudos. La gente se inclinaba sobre la piel, inspeccionaba el vello del pubis, contemplaba absorta una rojez, dudaba sobre el valor real de la espinilla en el omóplato. Supuso la obscenidad absoluta, porque todo estaba a la vista, nada se remitía al secreto. En realidad, toda aquella feria fue saturación óptica. Ahora, con Arco 93, el secreto ha regresado. Casi nada destaca especialmente, incluido el buen montaje, idea de Campos Baeza. Sólo una protesta. Es loable que la Caja de Madrid, junto con otras instituciones, patrocine ferias, pero una de dos: o la Caja cambia definitivamente su anagrama o lo oculta en proyectos artísticos. El destino de ese diseño no puede ser otro que el anuncio de una fábrica de caramelos.

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