Un Janacek con 89 años de retraso
Teatro Lírico Nacional
Jenufa, ópera de Preissová y Janacek. Intérpretes: Marita Knobel, J. Blinkhof, Joan Cabero, L. Rysanek, N. Romanova, F. Balboa, J. Barreto, M. Uriz, M. Martín, A. Sarroca, B. Alberdi, M. A. Martín-Regueiro y P. Martín. Dirección musical: D. Parry. Direccción escénica e iluminación: M. Gas. Escenografía y figurines: M. Grande. Director coro: V. Sciammarella. Orquesta y coro titulares. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 8 de febrero.
A los 89 años de su estreno en Brno, llegó a Madrid Jenufa, la más divulgada ópera de Leos Janacek (1854-1928), en la producción del Liceo de Barcelona, 1990. No hagamos aspavientos. El retraso es normal cuando en España no existe una red de teatros de ópera y en los cantados tiempos del Real los empresarios fueron escasamente proclives a cuanto se saliera de un círculo más vicioso que mágico.Por otra parte, no se trata sólo de ignorar a Janacek. En realidad, se desconoce aquí toda la ópera checa, un conjunto de verdadera significación desde Smetana (salvo alguna aparición de La novia vendida) y Dvorak hasta Macha, pasando por Martinu, Kaslik, Hanus, Kozina, Suchon y, por supuesto, Janacek, cuya Jenufa se extendió con lentitud. Desde 1904 no sube a un escenario extranjero hasta. 1918, en la versión alemana de Brod que dan Viena y Colonia. Berlín, Nueva York, Praga, Amberes o Helsinki la conocen a lo largo de los anos veinte y el Liceo de las Ramblas la programa por vez primera en 1965.
Realismo tremendista
Para entender rectamente Jenufa -tan admirada por Óscar Esplá- es preciso situarla en una doble onda: el posromanticísmo, que en su coda histórica deriva hacia un realismo casi tremendista, y el auge de los nacionalismos, inconcebibles sin una ópera nacional. Ligado a ambos trancos estético-históricos está el estudio analítico y pormenorizado del lenguaje como condicionante de la música, aspecto en el que ya Wagner había dictado sus lecciones. En 1902, Pelléas, de Debussy, dice, coetáneamente a Janacek, últimas palabras sobre la cuestión. Antes el Borís, de Musorgsky (1874), ilumina la vía que tantos iban a seguir, como es el caso de Janacek.
Del mismo año de la genial ópera debussyana son Circe, de Chapí, y Los Pirineos, de Pedrell, acompañada de su conocida doctrina nacionalista española; al año siguiente, D'Albert operiza el realismo fuerte de Tierra baja, de Guimerá; en 1907 Paul Dukas dio la magia de colores continuamente mudables en su Ariadna, y poco después los vascos, a la hora de su despertar nacionalista, acometen la empresa de su ópera.
En medio de este panorama, esbozado sólo en algunos puntos, Leos Janacek se pronuncia de modo personal y admirable en un continuo melódico o recitativo lírico instalado en una riquísima estructuración rítmica, a la vez que hace de la orquesta elemento dramático de tanta intensidad expresiva y psicológica como el canto y la representación, sin olvidar el frescor que a veces aporta el elemento popular tratado directamente. Quizá el secreto de Jenufa reside en hacer, a la vez, realismo oscuro, triste, pesimista y hasta terrorífico, dicho sea siguiendo los peldaños del estudio publicado en 1930 por Daniel Muller, y fantasía mágica tan transparente en las sonoridades instrumentales.
La verdadera protagonista de la obra, más que Jenufa, es Kostelnicka, "la sacristana", encarnada ahora por la más que célebre Leonie Rysaniek con toda magnificencia, especialmente en el genial acto segundo. Su éxito fue clamoroso. A su lado, Natalia Romanova, de voz preciosa y perfecta dramaturgia, dio vida a Jenufa.
Y a partir de aquí, basta con elogiar en grado sumo al reparto completo, con una cita especial para Jan Blinkhof, un tenor di forza. El trabajo de los directores escénico y musical, Mario Gas y David Parry, fue adecuado, carente de excesos retóricos, como la misma música de Janacek. En suma, un espectáculo que no deben perderse los operófilos ni toda persona inquieta por las manifestaciones del arte y la cultura.
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