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Un reaparecido

Sierro / Alcalde, Manrique, NorteToros de El Sierro, bien presentados -5º, serio y, cinqueño-, flojos, manejables.

Paco Alcalde: estocada trasera y dos descabellos (ovación y salida al tercio); pinchazo, estocada corta trasera y dos descabellos (vuelta con protestas).

Jorge Manrique: media perdiendo la muleta, rueda de peones y descabello (ovación y salida al tercio); estocada caída y rueda de peones (palmas y también protestas cuando saluda). Julio Norte: pinchazo bajo y estocada perdiendo la muleta (oreja);

pinchazo bajo y bajonazo (petición y vuelta).

Plaza de Valdemorillo, 7 de febrero. Cuarta corrida de feria. Lleno.

Paco Alcalde reapareció sin mucho brillo pero con bastante torería, lo cual provocó división de opiniones: la afición prefiere lo segundo y el público en general prefiere lo primero. Público en general y afición no suelen estar de acuerdo en nada, y menos habría de ser en cuestiones de matiz, que rizan el rizo de la tauromaquia profunda. He aquí una muestra de sus divergencias: Paco Alcalde, que posee los secretos del banderilleo y ofició de peón-banderillero la temporada última, no quiso banderillear al toro de su reaparición, y provocó el enfado del público en general, mientras los aficionados querían bajar al ruedo a darle un abrazo e invitarle a unas copas.

El tercio de banderillas, que es vistoso, emocionante y útil para la lidia si se hace según mandan los cánones, lleva años convertido en un episodio insufrible por culpa de los llamados matadores-banderi lleros y sus extrañas ceremonias. Salen a paso gimnmástico, se ceden los palos, se saludan, luego saludan a todo el mundo; uno amenaza con banderillear, en tanto los otros dos aguardan cerca, colocaditos y jacarandosos, haciendo de pasmarotes; los tres esperan a que los peones aparquen el toro y cuando tras múltiples capotazos consiguen ponerlo en punto muerto, va el matador-banderillero (le turno, aprieta a correr, perpetra los banderillazos y huye despavorido hacia el burladero, donde: entrará manos arriba pegándose topetazos contra los maderos. Total: un cuarto de hora.

De estos aburridos ajetreos suponía que se había librado la afición con la renuncia de Paco Alcalde a banderillear, y por eso lo celebraba. Sin embargo se pasó de recelosa, pues en el cuarto toro tomó Paco Alcalde los palos y ejecutó un tercio de banderillas de los que ya no se llevan: encontrando toro en cualquier terreno, breve y variado, cuarteó un meritísimo par de arriesgada reunión, prendió otro al quiebro y cerró el tercio por los terrenos de dentro. Había cierto saborcillo a torero antiguo allí, y no extrañó: los que reaparecen, vuelven con un toreo asolerado, de mejor gusto que antes de su retirada. Se le advirtió también a Paco Alcalde en el manejo de capotes y muletas, con los que instrumentó pulcramente algunas suertes. Ahora bien, le falló el valor. Superficial y distanciado en su primera faena, trasteó demasiado movido en la otra, para la manejabilidad del toro.

Las dudas respecto a la boyantía real de los toros, el cuidado de la propia integridad física -ora rectificando terrenos, ora ahogando embestidas- fue constante en los tres espadas. Es justo subrayar, en cambio, que intentaron el toreo al natural y añadieron buen repertorio de pases a las faenas.

Jorge Manrique y Julio Norte, en determinados pasajes de las suyas, estuvieron lucidos. Manrique añadió la novedad de que mata con la zurda (y no pasó nada: le salía tan mal como a los demás con la derecha). El público jaleó a ambos diestros y a Norte, acertado con el acero, lo orejeó. Pero la afición hilaba fino: manifestó sus reservas respecto a estos triunfos y el reaparecido le dió que pensar. Si se había propuesto cumplir, efectivamente cumplió. Mas esa es muy corta meta para un veterano matador de toros que vuelve a los ruedos.

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