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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vuelve el hombre

Alerta máxima (Under siege) Director: Andrew Davis. Intérpretes: Steven Seagal, Tommy Lee Curús, Patrick O'Neal. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Albufera, Juan de Austria, Novedades, Cartago, Aluche, Florida.

Convengamos en que no se andan por las ramas. Ni Mr. Davis, el director; ni su guionista, Lawton; ni mucho menos su protagonista, el todoterreno Seagal, parecen aptos para excesivas disquisiciones. Lo suyo, como es norma en el cine de aventuras, es ir directos al grano. Cuanto antes, mejor. Y si por el camino se dejan algunas cosillas, como hacer verosímiles a los personajes, establecer de dónde demonios y por qué extraña razón actúan como lo hacen algunos, pues qué le vamos a hacer: la vida es dura y a ellos no les pagan para que pierdan el tiempo.

Hay que reconocer, no obstante, que Alerta máxima se construye desde una certeza honesta: la de no engañar a nadie. Aquí es todo al pan, pan y al vino golpes, tiros, explosiones, malos muy malos y excelentes patriotas como protagonistas. Es más, si el espectador atento ha visto ya el trailler de la película, podrá comprobar que poco más les contará ésta, puesto que el nudo de su conflicto y parte del desarrollo ya le han sido generosamente proporcionados por el avispado autor del clip anunciador. Lo demás es accesorio: por ejemplo, que se mezcle ficción con realidad -algunos planos de un discurso de Bush-, o que el filme se haya construido a mayor gloria del acorazado Missouri, una reliquia de la "Guerra Mundial, pero que aún dio el caso, se cuenta, en el asuntillo de Tormenta del Desierto contra Irak.

Lo único que queda a quien no esté avisado de cómo se las gastan estas ficciones es sorprenderse ante la inmensa capacidad del cine norteamericano para inventarse enemigos cuando ya incluso no quedan, agotado como está el mercado tras el definitivo pase a la reserva del sanguinario oso soviético, y dadas las dificultades de presentar como villanos a unos árabes divididos entre amigos colaboradores y enemigos despiadados. Así surge la idea, brillante, por otra parte de hacer que los malvados sean también americanos. Si nadie puede con ellos, no importa, se pelean entre sí y a otra cosa: ¿o no es cierto que, tenga el mal el rostro que tenga, el bien triunfa siempre?

El último aspecto que llama la atención, meramente especulativo, consiste en intentar suponer cómo se las apañará de ahora en adelante el bueno de Mr. Seagal para ganarse los garbanzos si, como ha confesado, se pasa a las Filas del ecologismo activo. ¿Seguirá tratando a las mujeres con bromas sobre el feminismo como hace aquí? ¿Seguirá haciendo que sus contrincantes se travistan, como el comandante Krill, para mostrarlos como degeneradores sexuales, además de redomados malvados? ¿O tan sólo se limitará a connotar a los infractores mediante el ingenioso recurso de hacerlos aparecer como comedores de carne cruda? La solución, en la próxima entrega.

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