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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ser la única potencia

"UNA GENERACIÓN educada a la sombra de la guerra fría asume nuevas responsabilidades en un mundo calentado por el sol de la libertad, pero amenazado por odios antiguos y plagas nuevas". Estas palabras del mensaje inaugural de Bill Clinton describen perfectamente la situación a la que se enfrenta el planeta en la década final de siglo. La cuestión está en saber si las naciones libres y desarrolladas van a ser capaces de liderar un mundo tan complicado y de aportar una solución equilibrada a sus problemas en un nuevo orden internacional.El desarrollo de los acontecimientos, desde el término de la guerra fría, ha mostrado que el escenario está en realidad vacío de líderes capaces de proporcionar la dirección, imaginación y determinación necesarias en los años noventa. ¿Pero puede una sola nación, por más poderosa que sea, como Estados Unidos, asumir en solitario esa tarea o es más bien propia de la ONU, en cuanto organismo aglutinador del compromiso de las naciones por los problemas de la paz y el desarrollo?

El ex presidente Bush identificó correctamente los problemas de la posguerra fría e incluso hizo lo que pudo para resolverlos en solitario. El catálogo encierra éxitos y fracasos notables: la limitación de armamentos, el planteamiento de las soluciones humanitarias en Somalia o políticas en Camboya, en Angola, y sobre todo en el Oriente Próximo, deben ser citados entre los primeros, y entre los segundos, la invasión de Panamá, la tranquila aceptación de que es permisible un doble rasero de tolerancia internacional dependiendo de quién sea el infractor y, finalmente, la tendencia a no ser severo con los infractores de derechos humanos, como es el notorio caso de China. Irak y Yugoslavia pueden incluirse dentro del capítulo de soluciones de resultado mixto (aunque ha sido correcto que una coalición internacional se ocupara del problema, no se acaba de darle solución definitiva, y el sufrimiento de quienes lo padecen sigue siendo intolerable).

¿Era verdaderamente posible asumir el liderazgo en solitario? Evidentemente, no. Aunque se sea Estados Unidos, en 1993 ya no se tienen los recursos financieros para hacerlo ni se dispone de los resortes de influencia necesarios o de la capacidad de arrostrar las críticas en solitario. No es posible hacer frente como un prestidigitador a la desintegración del mundo soviético, a la explosión de las nacionalidades, a la violencia del integrismo y del racismo, al rebrote de la tiranía, sin asociar a la solución a todos los que padecen los problemas y sin cuya buena voluntad éstos no tienen remedio.

Bill Clinton asume la presidencia. Una vez más, a regañadientes o con entusiasmo, muchos están dispuestos a aceptar la proposición de que el presidente de Estados Unidos lo es del mundo. Pero Estados Unidos no es la única potencia que existe; es la mayor, pero no la única. Hará bien Clinton en concentrar sus esfuerzos -tan poética y humanamente expresados en su discurso inaugural- en potenciar la ONU y en confiar en ella como instrumento de paz.

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