Dulce y leve como un ángel
Nunca disimuló su buena cuna, hija que fue de un banquero inglés y de una baronesa holandesa -aunque naciera en Bruselas, y en 1929-, quienes la bautizaron con un nombre tan aristocrático como artísticamente improbable, Edda van Heemstra-Ruston, que ella cambió por el más discreto de Audrey Hepburn. Hermosa adolescente desde sus primeras apariciones en la pantalla, debió al buen ojo de la escritora francesa Colette el que le diesen el papel protagonista en la versión teatral de Gigi (1952), su trampolín al estrellato.Tres películas bastaron para modelar su personaje más habitual, joven cosmopolita y desenvuelta, imagen misma de la elegancia que sirvió para definir toda una época, los 50: Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), Sabrina (Billy Wilder, 1954) y Una cara con ángel (Stanley Donen, 1956) fueron los primeros eslabones de una cadena de comedias que la encumbraron entre las grandes.
Su registro fue amplio y generoso. Tozuda enamorada de un desdeñoso Cary Grant maduro en Charada (Donen, 1957), genial Eliza Doolittle, cockney en el brillante musical My fair lady (Cukor, 1954) o protagonista de la fábula moderna Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), Hepburn supo no obstante sacar matices románticos a su Natacha de Guerra y Paz (Vidor, 1956) e incluso ocultos resortes dramáticos a su ejemplar caracterización en Historia de una monja (Fred Zinnemann, 1959).
Los años ampliaron su sabiduría cinematográfica sin disminuir un ápice sus dotes físicas, esa levedad casi intangible que hizo de ella un arequetipo irrepetible. Insufló un extraño distanciamiento irónico, sardónico a ratos, a la cansada amante de Dos en la carretera (Donen, 1967), y sufrió lo indecible como ciega indefensa en Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967).
Se abre entonces un paréntesis que duró hasta 1976, cuando Richard Lester la reclamó para hacer su madura, excepcional versión de Robin Hood en Robin y Marian, confirmación de que el paso del tiempo había afilado tanto sus rasgos como sus arrugas y su talento. Peter Bogdanovich la volvió a requerir para una comedia y, para él, fue la elegante cliente adúltera de un detective -Ben Gazzara colosal- en Todos rieron (1962).
En 1968, se convirtió en embajadora voluntaria de la Unicef y, como tal, recorrió Africa y América en tareas de solidaridad. Premonitoriamente, su carrera acabó con un papel de ángel en Always (Spielberg, 1990) broche final de la adolescente más eterna que el cine americano haya creado jamás.
Babelia
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