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Reportaje:

Retratos serranos

Felipe toca su bandurria, Antonina piensa en cerrar el bar y dos artesanos se establecen

La comarca de la sierra norte, a menudo castigada por chalés de gusto dudoso, alberga también gentes amantes de las tradiciones, preocupadas por la supervivencia de la comarca. También hay forasteros que hacen la apuesta de: establecerse en la zona. No es fácil. El precio de las viejas casas de piedra se ha disparado. Algunos, como Marisol y José Luis, ejercen una labor social, al cuidado de los ancianos de La Hiruela. Además, cultivan su profesión de encuadernadores. "Estábamos hasta el gorro de Madrid. Aquello no hay quien lo soporte", afirman.

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Felipe Eguía tiene 82 años y mucho sentido del humor. También es un patriota que se desvela por mantener vivas las tradiciones de su lugar, Puebla de la Sierra, a 105 kilómetros de la capital.Con la boina calada y la bufanda al cuello, Felipe rasguea su bandurria centenaria. Es el alma de la rondalla, que interpreta jotas serranas. "Es una tradición inmemorial, pero los jóvenes no quieren aprender", se lamenta con coquetería. "Hoy no hay que trabajar tanto para comer decentemente y su suerte les vale"."Antes de la guerra éramos aquí 90 o 100 vecinos. En los años cincuenta, la repoblación forestal abusó mucho y se acabó el ganado. También arrancaron los robles para poner pinos. Total, que la gente se fue. Yo los veía marchar, y a muchos los he visto recular para acá, aunque sea los fines de semana", explica el músico labrador.Felipe vive con la pensión agraria, las 53.020 pesetas que cobra la mayoría. "Si además coges cuatro judías, te da para vivir; si no, no". Sus tres hijos se marcharon del pueblo. "Madrid es una buena capital, pero se ha acumulado todo ahí y eso trae de cabeza. Tendrían que estar las cosas más repartidas", sentencia.Su mayor nostalgia de la Villa y Corte son las piernas del Martín, las revistas teatrales de los años cuarenta. "No se me olvida aquella obra: Cinco minutos nada menos". Ahora, si baja a la capital es, sobre todo, para ir al médico. Acude fundamentalmente a la ciudad sanitaria de La Paz y la farmacia también le queda algo lejos. Desde La Puebla hay que recorrer 30 kilómetros en busca de medicamentos.A pesar de los inconvenientes, asegura que ahora se vive mejor Por lo menos hay luz las 24 horas sin necesidad de generador.Antonina y la pena"Pensamos en irnos a Madrid, pero nos dio miedo", explica Antonina de la Morena, de 65 años. Mantiene en pie el único negocio, un bar, que existe en Robledillo de la Jara. Pero ya piensa en cerrarlo. "Nos comen a pagos. El otro día vinieron a medirme el mostrador para un nuevo impuesto, y yo aquí no saco ni para la luz".Antonina, madre de cinco hijos emigrantes, añora la vida antigua: "Yo viví con mis padres y era muy bonito. Tenían que haber hecho una fábrica y la gente no se habría ido". También rescata viejos saberes: "Lo mejor para el catarro es una infusión de orégano, anises y tila con miel".El bar no da para mucho, y la pensión, tampoco. "Como no teníamos dinero, sólo cotizó mi marido".Cuando lee las ofertas de trabajo en algún periódico -generalmente atrasado, porque en el pueblo no se venden diarios- Antonina aún siente la tentación de la gran ciudad. "Veo que pagan 90.000 pesetas por cuidar a gente mayor. Si yo tuviera 50 años, me iba". Luego reflexiona: "La verdad es que aquí tranquilidad la tenemos toda".

La tabernera de Robledillo mira de reojo la estufa de leña. El bar sigue vacío hasta que llegue el panadero. Llega siempre con 10 barras y a veces sobran hasta cuatro."Estábamos hasta el gorro de vivir en Madrid y por fin pudimos venirnos", explica Marisol, de 36 años. Con su marido, José Luis García, y los dos hijos, de 6 y 14 años, hizo las maletas rumbo a La Hiruela.

La pareja hizo un acuerdo con la Comunidad de Madrid tras cuatro años de intentos. "Nos ocupamos de preparar la comida a tres ancianos que no se valen y a cambio nos dan casa y nos dejan explotar el bar. No da mucho, pero el dinero no es lo que nos mueve. Nos interesa más la labor social", explica Marisol.Sueño difícilEl sueño de vivir en un pueblo cerca de Madrid se ha cumplido para estos dos artesanos de la encuadernación. En La Hiruela hay otra pareja joven de ceramistas. "No hay ayudas para la gente que quiere establecerse aquí. Es muy difícil encontrar una casa confortable, aunque sea en alquiler", asegura Marisol.

La artesana desconfía del turismo rural, que en otras instancias aparece como la gran salvación. De hecho, el Gobierno regional promueve alojamientos rurales, que gozan de buena aceptación. "Aquí viene gente a visitar el hayedo de Montejo y preguntan si hay una terraza para verlo desde ahí".Marisol está contenta con su presente. Ya no pisa la calle de Toledo ni el Rastro, sus escenarios hasta hace seis meses. Además, los niños se han adaptado bien. Ahora mira con cierta compasión a algunos turistas madrileños que desembarcan durante los fines de semana: "Hay que ver las caras que traen, tirantes de tanta tensión".

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