Desazón
Eran las 17.30 de diciembre de 1992, cuando pasaba por la calle de Sánchez Barcaiztegui de Madrid. En dicha puerta, sentados, tres individuos estaban preparándose un chute con la parafernalla habitual en estos casos (papelina, cucharilla metálica, mechero, etcétera). No parecian especialmente preocupados.Cincuenta metros más arriba, en la esquina de la calle citada con la de Granada, dos policías municipales y una grúa procedían a retirar un vehículo indebidamente aparcado en zona de carga y descarga. Creyéndolo mi obligación, al primero de los dos agentes que me encuentro en mi camino le indico lo que estaba pasando un poco más abajo. El agente, al abordarlo, se me cuadra y con corrección me contesta: "Gracias, cuando acabe con lo que estoy haciendo [la retirada del coche] voy para allá".,
Ya en mi casa sentí una cierta sensación de desazón., no sé si por el espectáculo de ver consumir estupefacientes en plena calle, por la aparente desmotivación del agente municipal en reprimir con celeridad tales prácticas, o, simplemente, porque estaba incubando una gripe y empezaba a tener fiebre-
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