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Nueve milenios y medio

Mickey Rourke interpreta en Oviedo una rastrera reyerta antediluviana

Mickey Rourke se olvidó durante su parodia del boxeo en el Palacio de los Deportes de Oviedo de un mandato no escrito, pero sagrado, de su oficio: no abofetear a un adversario que no está en condiciones de devolver el guantazo. El actor, que horas antes interpretó en su conferencia de prensa una gesticulante escena de película de perdedor simpático, se desmintió más tarde al apalear a un pobre hombre que no tenía manos. El, es un decir, cineasta, vulneré así el viejo acuerdo entre el cine y el ring, que ha fructificado en algunas metáforas visuales de elevada belleza y verdad.

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El Chico de la Moto no aprendió la lección

El actor norteamericano Mickey Rourke dio a su personaje un comportamiento feo y abyecto, al disfrutar ostensiblemente cuando vio brotar sangre del rostro de un pobre hombre indefenso. En nueve segundos y medio, Rourke dio un salto hacia atrás de nueve milenios y medio, en busca del animal peludo y sin memoria de donde procedemos los seres humanos."Cuando alguien me revuelve las tripas", comentó el desmemoriado Mickey Rourke, tras ase gurar que no recuerda quién, es esa Kim Bassinger con la que bregó durante nueve inacabables semanas y media, "la mano se me dispara sola".

Un angelical paquete

No se entiende que un suave y angelical paquete canadiense llama do Terry Jessmer, incapaz de aplastar una mosca con el puño, descompusiera, como así ocurrió literalmente, el intestino del gene roso Chico de la Moto -en la extraordinaria La ley de la calle, de Francis Ford Coppola-, que humilló al zoológico haciendo oír sin sordina a lo único que le queda de su legendaria máquina: el tubo de escape, que los micrófonos de Tele 5 no pudieron captar a causa del vocerío indignado.El escritor Jack London contó una vez la tragedia de un viejo púgil sonado que se prestó a que un bruto muchacho policía, aspirante a campeón, endureciera sus manos partiéndole la mandíbula. El viejo llevaba una semana sin comer y soñaba todas las noches con un filete de 250 gramos.

Después de la pelea, cobró su limosna y corrió a una cantina, pero con la boca rota no pudo morder la carne y siguió en ayunas. Sin embargo, antes de que se apagase dentro de él la última luz, se apiadó de su verdugo y murmuré: "Debe haber sido muy duro para ese chico sacudir tan fuerte a un muerto de hambre como yo". Mickey Rourke, probablemente, jamás leyó este cuento.

Así debió interpretar la saña de Rourke contra su paquete canadiense el veterano boxeador español, ya retirado de la pelea, pero con mucha luz dentro, Dum Dum Pacheco. En segunda fila de ring, a unos cuatro metros del antro, le increpó lívido, escandalizado: "Tú, Robert Redford, ¿no ves que ese hombre pelea para poder comer? ¿A que no te atreves a poner la cara delante de Florinda Chico?".

Rourke le oyó: volvió la cara hacia la voz de Dum. Dum. Vive en Miámi y sabe cómo suena en castellano el nombre de Robert Refford, lo que debió, tal como anunció, revolverle las tripas, porque el plato roto lo pagó la nariz ensangrentada del pobre Jessmer.

Burla sangrienta

Quienes contemplamos la refriega desde la acera, asomados al borde de la lona, pudimos contemplar un gesto de burla sangrienta. Fue el siguiente: Rourke, al inclinarse para salir de las cuerdas, descubrió que llevaba el hombro manchado por la sangre que hizo brotar de la nariz de su paquete.Aunque dicen que no acostumbra a limpiarse, ni le hace ascos a estas cosas, el chico se sintió ensuciado y con su guante izquierdo se limpió la costra. Sin embargo, no le bastó, cuando volvió a erguirse, ya fuera de las cuerdas se llevó, el puño ensangrentado a la parte trasera del florido pantalón y limpió la huella de su adversario a la altura exacta del tubo de escape. No es difícil interpretar qué significa un gesto de esta especie en un profesional del gesto.

Debieron comprender lo que significa esto los 3.000 o 4.000 pares de ojos que se apiñaban detrás de la divertida y precisa relojería de las bambalinas de Tele 5 pues 12 minutos antes recibieron al personaje con estruendosa simpatía. Pero Rourke se marchó de allí espantado por el silencio espeso y viciado que precede a un linchamiento. Su color verde bilis se acentuó y, como es hombre de cine y sabe de esto, huyó a toda prisa por la puerta trasera hacia el lavabo de lujo de donde llegó.

Norman Mailer solía contar que el lado rastrero del boxeo está no en los golpes que recibe el rostro de un hombre sino los que recibe lo que hay detrás de ese rostro, la inteligencia. Y añadió: "El pugilismo ofrece una profesión a los hombres que de otro modo tal vez estuvieran cometiendo tropelías por las calles". Tal vez, Mickey Rourke es uno de ellos.

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