Dos presidentes ante la partitocracia
1. Cossiga, en Italia. Francisco Cossiga, entonces presidente de la República de Italia, dirigió el 26 de junio de 1991 un extenso mensaje al Parlamento (se traduce literalmente, según el texto publicado en un apéndice documental de 16 páginas a doble columna, anejo a Mondo Economico, 6-VII-1991) instándole a proceder sin más demoras a una reforma de la Constitución promulgada el 27 de diciembre de, 1947 y en vigor desde el 1 de enero de 1948. La actitud presidencial, no compartida por las oligarquías partitocráticas de su país, le llevó a la dimisión.Cossiga habla con insistencia de "modificar y modernizar" la ley fundamental, de "repensarla a la luz de la experiencia", de "renovar las instituciones", y expone los fallidos intentos de reformas parciales proyectados por los sucesivos Gobiernos de Forlani, Spadolini, Fanfani, Craxi, Goria, De Mita y Andreotti, es decir, durante la década de los ochenta.
La Constitución de Italia no concede más poder efectivo al presidente que "disolver ambas Cámaras o una sola de éstas" (artículo 88). ¿Por qué un magistrado casi simbólico, aunque no puramente honorífico como algunos reyes constitucionales, tomó la heroica decisión de proponer una modificación sustancial de la estructura legal del Estado? Cossiga va dando, ocasionalmente, las razones que le movieron a ello, y vale la pena sistematizarlas.
En primer lugar, la Constitución ha sufrido ya "modificaciones tácitas realizadas o ensayadas por la vía de los reglamentos parlamentarios o mediante prácticas y convenciones no siempre conformes al espíritu de la propia Constitución". O sea, hay desviación, insatisfacción y ambigüedad constitucionales. Ya no se justificaría una mitificación del texto. Incluso se denuncian algunas patologías constitucionales que la experiencia ha puesto a la luz" y el "malestar constitucional de la República".
En segundo lugar, la Constitución, "fruto de un recíproco conceder y obtener" entre dos sectores "contrapuestos" -el marxista y el liberal- que salían de una dictadura excepcional, de una guerra perdida, y bajo el signo de la ocupación aliada, ha de adaptarse al hundimiento del comunismo y a la integración europea.
En tercer lugar, los pactados equilibrios constitucionales han resultado "paralizantes" de la acción de gobierno, han producido una "intrínseca inestabilidad", "la ineficacia del sistema, una carencia decisional; en suma, una especie de parálisis o de asfixia que amenaza al aparato institucional entero".En cuarto lugar, "en el pasado hemos tenido, a la vez, un régimen de responsabilidad con poder, de responsabilidad sin poder, de poder con responsabilidad, de poder sin responsabilidad, de Gobierno sin oposición, y de oposición con atribuciones de Gobierno".
En quinto lugar, "una disfunción entre el sistema constitucional y el administrativo", una "lamentable inadecuación de los Gobiernos y el Parlamento", y "corrimiento y gradual pérdida de identidad de las instituciones".
Y, en sexto lugar, la efectiva transformación de la democracia en partitocracia. Es en este punto donde Cossiga resulta más duramente acusatorio. "El sistema de partidos operante en Italia ha manifestado tendencias a, en lugar de ser un instrumento de intermediación entre la sociedad política y la civil, transformarse en un complejo y cerrado aparato de recolección y defensa del consenso como título para ejercer una impropia gestión del poder a todos los niveles", lo cual constituye "una involución muy preocupante en sentido oligárquico". Las crecientes críticas contra el Estado de partidos. se centran, sobre todo, en los partidos "como dominio sobre la vida social". Hay que salvar a los partidos de "los efectos devastadores de la partitocracia", que "inevitablemente acaba por deslegitimar las instituciones representativas". Y la reforma constitucional no puede reducirse a "acuerdos contractuales de poder entre los partidos". Un "propósito de reforma y saneamiento recae particularmente sobre la organización y el funcionamiento de los partidos".
Así resumía el presidente su negativo diagnóstico: "Disfunción de las instituciones, empañamiento de los valores de credibilidad de los valores del Estado y de los demás sujetos del poder público, debilitamiento de la autoridad efectiva del Estado, carencias y lentitud de la Administración de Justicia y sospecha de partidismo, insuficiente respuesta de los servicios a la demanda social, y creciente manifestación de los partidos más como gestores del poder que como organizadores del consenso para la afirmación de programas". De ahí, "una creciente desafección popular hacia nuestro sistema de gobierno".
El presidente Cossiga, que se situaba en una posición suprapartidista, proponía más bien soluciones alternativas, pero tras ellas no es dificil descubrir sus preferencias: robustecimiento del poder ejecutivo, incluso instaurando modelos presidencialistas; voto de censura constructivo; recurso a diferentes formas de referéndum no intermediadas ni manipuladas por los partidos; promoción de los cuerpos sociales intermedios como iglesias, patronales, sindicatos, universidades, corporaciones, cooperativas, etcétera; limitaciones a la legislación por decreto; eventualmente, unicameralismo o reducción de la segunda Cámara a funciones de control; independencia de los jueces y fiscales; "mayor autenticidad y transparencia en la formación de la voluntad nacional"; autonomía local con elección directa de los concejales; voto secreto en el Parlamento; control del gasto público; ampliación del número de las circunscripciones y escrutinio proporcional, y, en el límite" elección de una asamblea constituyente para renovar la ley fundamental. Esta última propuesta, apoyada en una detenida argumentación procesal con recurso a autoridades y exégesis de las normas.
Cossiga cree, en suma, que se necesita un cambio radical o regeneración, o "una metanoia del modo de hacer la política, que implique a partidos, movimientos, grupos y ciudadanos para que conjuntamente renueven concepciones, mentalidad y hábitos", "para un nuevo pacto para una renovada República".
Este claro y frustrado enfrentamiento del presidente Cossiga con los intereses de las oligarquías partitocráticas desembocó en su solemne y anticipada renuncia a la magistratura suprema de Italia.
2. Weizsäcker, en Alemania. El presidente de la República Federal de Alemania, ya reunificada, Ricardo von Weizsäcker, hizo unas importantes y extensas declaraciones a dos interlocutores, cuyos textos principales fueron anticipados en un suplemento del periódico Die Zeit (19-VI-1992) y del que proceden, literalmente traducidas, todas las citas siguientes. La preocupación fundamental del político es que las prácticas partitocráticas han ido alterando el sistema institucional, a veces en contra del espíritu de la Constitución vigente, promulgada el 23 de mayo de 1949.
Comenzó afirmando el presidente que el influjo de los partidos va más allá de esa "formación de la voluntad política del pueblo a que se refiere la ley fundamental. Los partidos cooperan activamente para configurar toda la vida social; atraviesan toda la estructura de nuestra sociedad en profundidad hasta aspectos de la convivencia que en absoluto son políticos. En realidad, el influjo de los partidos va mucho más allá de lo público y de lo estatal; alcanza, directa o indirectamente, a los medios de comunicación; a la justicia, mediante la elección de jueces; también a la cultura, al deporte, a los estamentos eclesiásticos y universitarios; interviene en la formación de la opinión sobre lo pequeño y lo grande, y, mediante consignas, preparan y construyen para que en las siguientes elecciones el ciudadano se encuentre predispuesto. Cuando la ley de partidos legitima a los partidos para influir en la configuración de la opinión pública estimula, se quiera o no, una evolución hacia una situación que se ha convertido en inconveniente. Piénsese únicamente en la constante actividad de los partidos en la radio y la televisión de propiedad pública".
El presidente echa de menos en los partidos "un liderazgo espiritual" o moral de carácter general; lo que más se escucha son muchas por cargos y por intereses, cuestiones de organización y financiación". "Los partidos deben ser instrumentos para la mejor solución de los problemas, pero frecuentemente sucede lo contrario, o sea, los problemas son instrumentalizados para que los objetivos de un partido puedan ser mejor alcanzados frente a otro".
"La idea", concluye Weizsäcker, "de que los partidos confían en que el Parlamento controle al poder ejecutivo me parece simplemente enternecedora. La verdad es más bien que las cúpulas de los partidos llevan el timón de los legisladores y de los gobernantes. ¿Qué tiene esto que ver con la tradicional división de poderes o con nuestra Constitución?". "Las más importantes decisiones legislativas son tomadas antes y fuera de los comités y del Pleno del Parlamento".
La propuesta presidencial es "una mayor intervención del pueblo en la selección de los candidatos ( ... ) y que las oligarquías de los partidos se abrieran". "Estoy a favor de mayores posibilidades de selección entre las listas prefabricadas por los partidos", o sea, listas no cerradas. También desea que los candidatos a la presidencia de la República sean "suprapartidistas" y que el Tribunal Constitucional sea "un oasis suprapartidista"-. Propone la creación de comisiones especiales suprapartidistas designadas por el presidente de la República para realizar estudios concretos. Y concluye convocando a los empresarios, a las iglesias, a las instituciones docentes, es decir, a los cuerpos sociales intermedios, para que contribuyan a la orientación de la sociedad, aunque no concreta la forma de institucionalizar tal representación orgánica.
3. Conclusión. Al cabo de casi medio siglo de práctica de la democracia inorgánica, los muy democráticos presidentes de Italia y de Alemania levantan solemne acta de que los regímenes de sus respectivos países han ido degenerando en partitocracias, es decir, en Estados donde las oligarquías partidistas monopolizan la selección de los políticos, anulan la división de poderes, y van invadiendo más niveles y áreas de convivencia; y donde la efectiva participación de los gobernados y la representatividad de las instituciones disminuyen progresivamente. Todo eso estaba descubierto hace bastantes años por la doctrina exenta de prejuicios ideológicos. Basta leer mi libro La partitocracia, editado por el Instituto de Estudios Políticos de Madrid hace 15 años. Entonces, los españoles estaban a tiempo de configurar una democracia que no degenerase en partitocracia. Pero cuando este modelo ya se ha implantado, ¿cómo recuperar instituciones suprapartidistas, establecer la separación y mutuo control de los poderes, independizar a los jueces, hacer representar a la sociedad no manipulada y evitar el despotismo y la corrupción partitocráticos? Es muy dificil remontar la pendiente por la que se ha resbalado cuando, además, la clase política establecida sigue presionando hacia abajo.
Aunque Cossiga sea ya una voz silenciada y Weizsácker parezca que ha predicado en el desierto, ¿puede hoy un politólogo dejar de meditar en las trascendentales declaraciones de estos presidentes, a los que pocos negarían la calificación de ejemplares arquetipos democráticos?
fue ministro de Obras Públicas con el anterior régimen y autor de El crepúsculo de las ideologías.
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