Canto a la transgresión
La isla es una obra colectiva: dos negros surafricanos, sobre su vida y sobre la desgracia de la opresión sobre su raza en aquel país que es el suyo, la crearon, y el autor Athol Fugard le dio forma y viveza dramática. Los dos presidiarios, en sus juegos de fantasía de la celda -el arranque es muy parecido al de El beso de la mujer araña-, dan con Antígona, y sobre todo con un fragmento de la obra: el juicio, el monólogo de Creón como defensor del Estado y del pueblo con el escudo para protegerle y la espada para castigar a los transgresores; y el de Antígona, que se declara culpable de la transgresión, y la asume, y defiende su derecho a transgredir aunque comporte el peor de. los castigos. Como se decía en otros tiempos, hay una "toma de conciencia" por parte de los presos, sobre todo en el momento de la representación ante el público de presidiarios: se supone que ellos también reciben el mensaje de que la ley es en sí injusta, y el Estado no es legítimo, de forma que la transgresión es un derecho: de Antígona y de ellos mismos.La adaptación española del director Francisco Vidal, sobre la traducción de Amparo Valle, modifica algunas de estas premisas. Los actores son blancos y aun conservando nombres ingleses, no están localizados en ningún lugar del mundo. Así se amplía la noción de preso político que, desgraciadamente, es universal; y la situación en torno a derechos, legitimidades y transgresiones. Pierde, me parece, en intensidad; es probable que el teatro haya que sujetarlo un poco dentro de sus propios límites si no se teme que al ensancharlo mucho se desvanezca. Creo también que la sinopsis y el prólogo a la obra de Willyam Layton no responden a la intención de los creadores iniciales. Es decir, no parece que unas cuestiones de amor y de odio, de solidaridad y de amistad -aunque figuren dentro del léxico intelectual de la obra- sean básicas; mucho menos que su dialéctica sea la de maestro y discípulo, por mucho que uno sea el que aleccione en arte dramático y en representación al otro, sino quizá una de sus riquezas. Probablemente esa manera de entender la obra perjudique su representación, aunque estoy dispuesto a reconocer que el equivocado sea yo y que, efectivamente, no se trate más que de problemas psicológicos, humanos y dramatúrgicos, y que los efectos sean cómicos en lugar de tragicómicos y a veces, escalofriantes. Las risas de algunos espectadores probaban que, en efecto, ese tipo de efectos, como el de simular una conversación telefónica utilizando un zapato, o la peluca de destrozona de carnaval con la que se ha de representar Antígona podían resultar muy graciosos; en mi tozudez, los seguí considerando conmovedores.
La isla
De Athol Fugard, John Kan¡ y Winston Ntshona. Versión de Amparo Valle. Intérpretes: José Emilio Cuesta y Gerardo Giacinti. Coordinación de movimiento; escenografía y vestuario: Amold Taraborrelli. Iluminación: Carlos Casado. Dirección: Francisco Vidal.Sala Francisco de Rojas del Círculo de Bellas Artes, 3 de diciembre.
La representación y la dirección de escena, sobre el texto original, revelan su sentido, a pesar de todo. Vídal ha sabido colocar en un estrecho espacio la opresión de la cárcel y la ausencia / presencia de la libertad, y ha subrayado momentos psicológicos con iluminación y con segundas acciones mudas; le ayuda Arnold Taraborrelli en la coordinación de movimiento, la escenografía y el vestuario, y Carlos Casado en las luces. Los dos actores, José Emilio Cuesta y Gerardo Giacinti, dan todos los matices al encuentro de los dos hombres y a la creación, entre ellos dos, de los lenguajes de la libertad, y el canto a la transgresión. Para Francisco Vidal es un buen principio en el trabajo de director de escena y los aplausos personales que recibió, junto a sus colaboradores, fueron como el disparo de salida de esta carrera.
Babelia
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