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Eco de cascos en la plaza

Un madrileño pone herraduras a 50 caballos en pleno centro de la ciudad

La plaza de Herradores, en pleno centro de Madrid, volvió fugazmente a ser, ayer a mediodía, lo que era en el siglo XVII: el lugar donde los herradores colocaban sus bancos bajo las caballerías. Medio centenar de caballos se pasearon a sus anchas por la calle Mayor antes de ser herrados por Pablo Sanz, un artesano madrileño que tiene su fragua justo al lado de las torres futuristas de la plaza de Castilla.

Tras los caballos que iban a estrenar nuevas herraduras iba una fanfarria tocando Los nardos. Tras la fanfarria, un grupo folclórico asturiano, otro gallego y los omnipresentes castizos vestidos de chulos y manolas. Cerraban la comitiva unos cuantos paseantes perplejos, a los que el acto les puso cuerpo de jota.El homenaje a los herradores madrileños es obra de un panadero sublime, José Menor, que regenta la tahona más antigua de la capital, ubicada en la misma plaza de Herradores desde el año 1621. Este gallego trotamundos, con un parecido sorprendente con el presidente portugués, Mario Soares, es un experto en oficios prácticamente perdidos. Ha organizado en la plaza varias trillas tradicionales, una concentración de afiladores y numerosos actos de amor apasionado a Madrid y a la historia de este pueblo.

La fiesta de los herradores se convirtió en un acto desusado a la hora del aperitivo dominguero. Los gallegos y los asturianos, armados de gaitas, panderos y danzantes, dieron un tinte folclórico a la recoleta placita.

Para que todo el mundo pudiera darle al cante, el grupo Orbayu tuvo la sana idea de entonar Asturias, patria querida, el himno más universal de España. De hecho, un pequeño grupo de japoneses lo cantaba con toda naturalidad.

Y se produjo el estreno del himno oficial de los herradores de Madrid: una habanera compuesta por el maestro Ricardo Arancibia, interpretada por el tenor Isidoro Gaviri. Durante el acto se repartió entre los asistentes abundante vino y castañas asadas.

Suerte en el suelo

Y para corroborar el sincretismo esencial de Madrid, por allí pululaba exultante, cámara en ristre, el hispanista francés Henri Nubel, un enamorado de España, etnógrafo y experto en oficios callejeros de todo el mundo.Nubel, en colaboración con el fallecido fotógrafo Alfonso, publicó hace años un libro difícil de encontrar, Los oficios callejeros de Madrid. Su locura por nuestra tierra le ha llevado a montar una exposición de fotografías, con el título Cinco fiestas tradicionales de España, que será inaugurada a principios del próximo año en el Instituto Francés de Madrid.

Y como las herraduras dan suerte, toda la plaza estaba sembrada de ellas. La gente las cogía y las volvía a tirar por la espalda, como ordena la vieja tradición supersticiosa.

Pero, en definitiva, la fiesta de los herradores de Madrid y de los caballos libres, para recuperar un rincón de la ciudad por una mañana, fue también un homenaje a los panaderos de la ciudad, más en concreto, al citado José Menor.

Henri Nubel decía: "Si éste, en vez de apellidarse Menor, se apellidara Mayor, sería capaz de convertir a Madrid en el ombligo del mundo. De hecho, Madrid es el ombligo del mundo".

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