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Reflejos del Comercial

El Café Comercial ha sobrevivido 100 años a los embates que, en nombre del progreso y de la modernidad, de la rehabilitación y de la especulación fueron arrumbando los más nombrados establecimientos de la glorieta de Bilbao. El Café Comercial, incólume, ensimismado en sus espejos ha permanecido ajeno al trasiego inmobiliario, viendo cómo se abrían y cerraban a su alrededor burgers y gofrerías, heladerías y casinos electrónicos, negocios espúreos y sin fundamento que se levantaron sobre las ruinas de honestos bares y cervecerías como La Campana o La Española. Hasta el Yucatán, un moderno de los años cincuenta, cambió su decoración para ponerse a tono con tan desentonadas y efímeras modas.El Café Comercial conserva sus puertas giratorias para diversión de infantes inocentes, y en su salón se funden los ecos de tertulias y conspiraciones, tratos de negocios y declaraciones de amor, cuitas de estudiantes, nostalgias de viejos actores y quimeras de artistas adolescentes.

Ritmo imperceptible

El Comercial recuerda a La colmena del industrioso Cela, un local que se ubicaba en la ficción no muy lejos de aquí. El tiempo no se ha detenido en el Café, pero se mueve a un ritmo imperceptible, el Comercial absorbe en su regazo confortable a una clientela múltiple y diversa de edad y condición y homologa con una pátina brumosa a sus huéspedes, incluso a los más jóvenes y aguerridos que se amansan considerablemente al sentarse junto a sus negros y veteados veladores. Los cambios se producen silenciosamente, las máquinas tragaperras arrinconadas y aisladas junto al mostrador no perturban con sus mecánicos estribillos la paz del Café, pero el robot expendedor de cigarrillos hace añorar a las extintas cerilleras y cerilleros que abrían su mínimo comercio al fondo del salón. Subsiste en el Comercial el misterioso piso de arriba, salón de juegos, vedado durante mucho tiempo a las mujeres y a los niños. De aquel misterioso coto descendían al territorio común, solicitados por megafonía para que acudiesen al teléfono, ancianos sacerdotes con la sotana manchada de ceniza, no penitencial sino de cigarro puro, y coroneles de Infantería que habían instalado allí su cuartel general y planeaban sus estrategias sobre el tapete verde.

El Comercial tiene sus ritos; los camareros se mueven siguiendo los pasos de inmemoriales y cambiantes diagramas, incluso para los clientes más avezados resulta difícil adivinar dónde empieza y termina la demarcación asignada a un camarero, porque el que ha servido la mesa de al lado permanece indiferente a nuestros requerimientos, rígido cumplidor de un código territorial inaprehensible. Los camareros del Comercial no son un bloque homogéneo, los hay fríos y protocolarios, gruñidores y secos, amables y civilizados, veteranos de todas las campañas que exhiben sus canas como galones obtenidos tras décadas de brega y miran a los neófitos por encima de sus lentes para impresionarles.

Entre sus numerosas y necesarias funciones, el Comercial incorpora la de ser lugar de citas a ciegas y punto de encuentro de los recién llegados a Madrid, cruce de caminos en lo que fuera una de las puertas de la ciudad, la puerta de Bilbao, antes llamada de los pozos de la nieve porque allí se acumulaban los hielos del invierno que servirían para enfriar en la canícula los refrescos de los madrileños. Los cafés de Bilbao son herederos de las primeras alojerías y horchaterías de la urbe, descendientes ilustrados de los merenderos suburbanos que un día enlazaran Madrid con el arrabal de Cuatro Caminos. Lugar favorito de mayores y niños que soñaban con encaramarse a sus tiovivos y a vivir sus primeras venturas introduciéndose en las tuberías del futuro canal de Isabel II. Bravo Murillo que trajo el Lozoya a Madrid tuvo en esta plaza su justo monumento sobre los felices bulevares que unieron Argüelles con la Castellana, islotes longilíneos y arbolados, rodeados y sitiados año tras año por los voraces automóviles que acabaron devorándolos.

Churros y picatostes

El Comercial es un abrigo confortable contra las inclemencias ambientales, un refugio en el tiempo y el espacio. En su imaginario libro de registro se inscriben personajes históricos y literarios, actores y políticos como Enrique Tierno Galván que aquí desayunaba y departía con Valentín, un camarero culto, filosófico y cordial, interlocutor ameno e imprescindible en la crónica de un establecimiento único y milagrosamente preservado.

El Comercial satisface los gustos tradicionales de su clientela elaborando puntualmente sus churros y sus picatostes, sirviendo desayunos y meriendas a la antigua y sabrosa usanza, ignorando las amenazas del colesterol y la invasión de sucedáneos dietéticos y sintéticos de estos días en los que las gentes no se desayunan ni meriendan, sino que se purgan con sustancias ricas en fibras y pobres de sabor, bajas en calorías, altamente saludables e insípidas.

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