Los colores de la vida de un negro
Hace falta algo más que curiosidad para sentarse a ver durante tres horas y veintiún minutos la película Malcolm X, del director Spike Lee. Pero el esfuerzo compensa. El director emplea en su obra la luz y el color para distinguir las diferentes etapas del polifacético líder negro y dar una coherencia a los bandazos ideológicos del personaje.
La época de frívolo delincuente, de negro que se estira el pelo para parecer blanco, de cocainómano que vive una historia de amor con una rubia de Ojos azules, tiene tantos colores como un musical de Broadway. Los trajes son casi de cómic, los grandes sombreros llevan plumas desmesuradas y su manera de caminar junto con su amigo de la adolescencia (interpretado por el propio Spike Lee) dan paso a la época azul que condensa sus años de cárcel.
Azul es el uniforme, azules son los barrotes cuando Malcolm abraza el islamismo, se estudia el diccionario de cabo a rabo, se corta su pelo rojo y se prepara para ser un líder del orgullo negro.
Su época de predicador, de demagogo para unos y de creyente para otros es marrón, como los trajes con los que se viste. Spike Lee desarrolla en esta gama de colores realistas las contradicciones de un hombre que justificó el asesinato de Kennedy, que se enfrentó a los blancos con las misma agresividad que su raza sufrió durante tantos años y que protagonizó una revolución histórica.
El desencanto de la doctrina islámica norteamericana cuando constata la corrupción de sus hermanos negros se desarrolla en La Meca. Los tonos blancos y amarillos narran el descubrimiento de Malcolm de que se puede colaborar con los blancos. Malcolm vuelve a Estados Unidos menos extremista y Spike Lee retrata sus últimos días como una especie de pasión de Cristo.
El personaje agoniza y levita por las calles de Nueva York cuando comienza a intuir su muerte.
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